Prólogo

12 3 1
                                    

¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado? Lo único que puedo ver es una luz cegadora en el techo que absorbe cualquier visión de mi entorno. Parpadeo varias veces y dirijo la mirada hacia abajo, a algún lugar donde tener los ojos abiertos no sea una agonía. Sigo parpadeando hasta que medio me acostumbro al exceso de luz. Entonces, me doy cuenta de que me duele profundamente el lateral izquierdo del cuello y parte del hombro. ¿Qué me ha pasado? Cuando consigo visualizar el lugar en el que estoy una oleada de pánico me invade. No, no solo me invade… me arrastra a la otra orilla.

La habitación en la que me encuentro es de color gris oscuro, las paredes están manchadas de fluidos que prefiero no reconocer y no hay cama, solo una manta doblada en una esquina.  Las paredes son completamente lisas al igual que el techo. La puerta, de un acero oxidado que da la sensación de llevar allí siglos, tiene una pequeña ventana redonda, pero en este momento me siento demasiado cobarde para aventurarme a asomar la cabeza. No hay nada a mí alrededor, ni ventanas ni mobiliario. Lo que sí que hay, es un retrete colocado en el extremo opuesto a donde se encuentra la manta. La habitación es más grande de lo que debiera, si atendemos al hecho de que está vacía.

El suelo está frio, muy frío y a mí me duele todo. Cuando vuelvo a mirar hacia abajo, ahora provista del don de la vista, me doy cuenta de que estoy desnuda. Completamente desnuda. No tengo pantalones ni ropa interior, lo único que tengo es un reloj digital que me permite saber la hora que es. Pero este reloj no es mío, ¿cómo ha llegado a mi muñeca? Las preguntas se me agolpan con la misma intensidad con la que sube mi vergüenza, mi miedo y mi ira. Examino si tengo alguna herida o golpe y lo único que encuentro es ese punzante dolor en el cuello. Entonces me acuerdo, me han inyectado algo, algo que me ha hecho dormir y, según el desconocido reloj que llevo puesto, he estado sumida en ese horrible letargo unas catorce horas.

Mi cerebro empieza a funcionar otra vez,  noto los engranajes moverse lentamente, pero con decisión. Es hora de levantarse, descubrir dónde estoy y cómo salir de aquí. Me incorporo más rápido de lo que debiera y mi cuerpo me castiga con un inoportuno mareo. Decido tomármelo con calma y me vuelvo a sentar en el suelo. Cuando me siento con las fuerzas necesarias para enfrentarme a la realidad, me levanto lentamente y me dirijo a la pequeña ventana de la puerta. Me asomo con cautela, pero no veo nada ni a nadie. Lo único que puedo ver es un pasillo vacío de un color similar al de la habitación en la que me encuentro. Intento abrir la puerta, pero como me esperaba, está totalmente bloqueada. Forcejeo sin éxito y, de repente, comienza a sonar una alarma acompañada de unas poderosas luces rojas que veo reflejadas en el pasillo. Con la presión del forcejeo he debido activar una especie de alarma antifuga. Sin saber qué hacer, me preparo mentalmente para lo peor y decido afrontarlo con dignidad. No voy a salir de aquí, al menos, no tan fácilmente. Vuelvo al centro de la habitación donde desperté y me siento con las piernas en cuclillas de cara a la puerta, esperando gentil y educadamente la llegada de mi verdugo. Unos tres minutos después, la sirena deja de sonar y escucho una especie de ruido mecánico en el interior de la habitación, busco a mi alrededor el origen del sonido y, solo es cuando alzo la vista, que lo encuentro. Hay cámaras del mismo color que las paredes, probablemente por eso no las había detectado antes, cuando mis ojos estaban adaptándose al nuevo medio. Alguien me ha estado observando. Me levanto desafiante, mirando fijamente a la cámara, haciendo ver que el hecho de que me hayan despojado de mi ropa no me achanta. Entonces, una voz masculina fuerte y rasgada retumba por toda la habitación: BIENVENIDA A LA SOCIEDAD.

Disponible en Amazon: https://www.amazon.es/gp/aw/s//ref=mw_dp_a_s?ie=UTF8&i=stripbooks&k=Sandra+Betanzos+Dos+Reis

La SociedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora