Prólogo

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Una música demasiado alta resuena por las paredes de la casa, llegando a mis oídos, incluso a través de mis auriculares, donde River flows in you está ayudándome a hacer la comida. Desde hace tiempo que sé que el vecino de enfrente tiene ligeros problemas de convivencia con el resto de la comunidad, y ni siquiera el presidente pudo hacer frente a ese hombre. Mis pobres vecinos, Marco y Claudia del C, una parejita de ancianos de 80 años, y Marisa del D, una mujer de 40 años, y madre soltera de un chiquitín de 5 años llamado Oliver, no sabían qué hacer con esto. Son gente encantadora, y me llevo genial con todos. Nadie ha cruzado palabra con el vecino del 3ºA, salvo el presidente, y al parecer, no le contestó de muy buenas maneras. Es como un fantasma que sólo aparece para montar fiestas y amargar la existencia del resto de gente.

Aparto la comida del fuego, entre suspiros, y oigo el timbre de mi puerta. Al abrir, aparece Marisa, con su pequeño en brazos. Marisa es rubia, con el pelo corto y unos audaces ojos verdes. Su hijo ha heredado los mismos rasgos de audacia que ella, pues cada vez que le ves, no deja de observar todo a su alrededor. Oliver tiene ahora las manitas en sus oídos, claramente le molesta esa música. Le dejo mi teléfono, con música clásica sonando ahora, y él parece sentirse aliviado por el agradable cambio.

-No lo aguanto, Cami. Siempre igual, no deja dormir a Oli.-grita, a duras penas.

-Lo sé. No me quiero imaginar cómo deben estar ahora los ancianitos...

En ese momento, la puerta del C se abre, y veo a Marco y Claudia saliendo con un par de maletas.

-Hola, ¿se van?-pregunta Marisa, asombrada.

-Si, nuestra hijita nos ofreció ir con ella y su familia unos días. No podemos seguir así...-musita Claudia.

Marco tiene sólo dos años más que su mujer Claudia, ambos tienen ya el pelo canoso, pero sorprendentemente, actuan a veces como auténticos jóvenes. Les veo salir a pasear muy a menudo, e incluso salir a correr cuando sus huesos se lo permiten. Los años han pasado en ellos, pero los ojos azules de Marco y los marrones de Claudia aún despiden ese brillo de vitalidad que muchos quisieran tener.

-Trataré de hacer algo, no se preocupen.-respondo-. Yo tampco lo aguanto. Oigo su música incluso con los auriculares puestos.-les digo, señalando los cables que Oliver tiene ahora entre sus manos.

-Es horrible. Cuidaos mucho, estaremos una semana fuera.-dice Marco.

-Me encargaré de mantener la casa limpia, si quieren.-se ofrece Marisa.

-Muchas gracias, querida. Nos vemos en una semana, jovencitas. Pórtate bien, pequeño.-se despide Claudia, acariciando la cabecita de Oli.

Ambos se meten en el ascensor y desaparecen. Marisa resopla.

-¿Qué hacemos?-pregunta Marisa, por encima de la música.

-Primeramente, ¿quieres venir a comer? La casa está muy solitaria sin el pequeñín.

-Oh, muchísimas gracias. Oli, cariño, ¿quieres que comamos con la tía Cami?

El pequeño asiente, pasando a mis brazos. Desde que tiene uso de razón, me convertí en su tía, y me encanta, porque es un niño muy inteligente y muy calmado, ojalá todos los niños fuesen así.

-Pues vamos, a ver si da un poco de tregua la música y comemos sin dolores de cabeza.-dice Marisa.

Entramos en mi casa, y continúo con la comida. Menos mal que siempre hago de más, por si vienen los vecinos a hacer una visita.

-Mira, Oli, tenemos pasta para comer, ¿te gusta?-le pregunto al pequeño.

-Sí, tita. ¡Me encanta la pasta que haces!

-¿Y la mía no, cariño?-le pregunta su madre, haciéndole cosquillas.

Al rato de comer, Marisa y Oli deciden salir al parque, para no escuchar la música y yo, después de haber avisado al presidente, decido poner las cosas claras. Llamo al timbre del 3ºA. Una... dos... tres... cuarto veces. Al ver que nadie abre, dejo el dedo sobre el timbre.

-¡¡VA, VA!! Ya puedes quitar el dedo.

La puerta se abre, y aparece un chico mojado, de pelo moreno, y ojos azul marino. Sólo lleva la toalla. Se apoya en el marco de la puerta, y me dedica una sonrisa cínica. No parece tener muchos más años que yo... y yo tengo 25.

-¿Y tú eres...?

-Tu vecina.

-¿Y vienes a...?

-Pedirte que bajes la dichosa música.

-¿Vas a impedirme ponerla?

-Puedo ponerte una denuncia que va a quitarte las ganas de seguir poniéndola.

-Claro, preciosa. ¿Tú y cuántos más?-inquiere, coqueto.

-Toda la comunidad. No necesito preguntarles, todos estamos hartos de la música alta y las fiestas.

-Ninguno de ellos ha conseguido que deje de hacerlo, ¿y crees que tú si vas a poder, muñeca?

-Tengo más agallas de lo que parece.-le digo. El chico me saca una cabeza y algo, pero eso no me achanta.

El chico sonríe, esta vez de forma genuina, y se desengancha de la puerta.

-Ah... ¿sí? Si tantas agallas tienes... ¿por qué no entras y la apagas tú misma? Porque yo no voy a apagarla.

-¿Me estás retando?-murmuro, haciendo frente a sus ojos.

Mi reflejo aparece en sus ojos; se ha aproximado a mí. Veo mis ojos miel y mi pelo moreno reflejado en sus ojos.

-Sí, te estoy retando. Vamos, nena, pasa y apágala.

Dudo por unos instantes. ¿Y si tiene trampa?

-¿Y si llamo a la policía?

-¿Y qué lograrás con eso? La apagaré antes de que vengan y no podrán decirme nada.

Mis cejas cada vez están más fruncidas. Estoy a nada de rechinar los dientes.

-No eres más que retraso en un cuerpo con músculo.-rechino-. Me extraña que hayas aguantado tanto en este vecindario.

-Vaya, la gatita tiene garras.-dice, con un destello pícaro en sus ojos-. Demuéstrame esas garritas.

La gota que colma el vaso... le aparto de un empujón. Dentro, veo una gran fiesta, con muchas chicas ligeras de ropa, y un par de chicos. "Está muy descompensado", pienso. "Típica fiesta de playboy...". Ante las miradas de confusión del resto de invitados, entro y localizo el equipo de música. El vecino me sigue, atento. Entonces, en vez de apagarlo, pego un tirón de los cables, y me llevo el aparato. Todos me observan. Con el equipo en mis brazos, le dirijo una mirada de advertencia.

-Si vuelve a sonar música más alta de la cuenta, créeme, ésto va a ser lo más leve que haré.

Y con paso firme, me dirijo a mi apartamento, cerrando con un portazo.

¡Vaya con el maldito vecino del 3ºA!

¡Vaya con el vecino del 3.A!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora