A: Mujer Gigante

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Mujer Gigante: 

Hoy quiero decirte que no te odio.

Yo sé que cuesta trabajo entenderlo porque cada vez que escucho tu nombre, suspiro enojada y me rasco la parte de atrás del cuello, incómoda. Pero debes entender que no lo hago. No podría odiarte porque sin ti no estaría en donde estoy.

La carta va a llegar a dónde sea que estés conquistando. Te escribo esto desde el lugar que reparé.

Si te soy honesta, jamás entendí por qué destruiste tu hogar. Tampoco entendí cómo hiciste para que las sillas, los cuadros, tus libros... Todo quedara envuelto en llamas, si es que no lo habías convertido en polvo ya. Las cortinas rojas que usabas como lazos en tu cabello las dejaste corroídas, llenas de manchas negras. Un negro triste, con miedo, como los ojos de la pequeña vida que te acompañaba.

Mientras tú te ibas, más hermosa que nunca, con la mirada llena de nubes, la casa se estaba cayendo a pedazos sin oportunidad de ser salvada. La habías roto por completo. Escuchaba a las paredes gritar que las dejara morir. Sé que entiendes que no pude rescatarla, pero tomé tu objeto más preciado y lo arrastré fuera del infierno. De todo lo que había en la casa él, sin duda, era lo más perjudicado. Parecía que si lo tocaba, desaparecería.

Salimos de allí casi sin querer. Lo ataste a la casa con un hilo invisible y, aunque estaba llorando por ti, no estaba listo para dejarte ir.

Para mí, fue muy difícil no dejarlo en las ruinas. Su boca no emitía ningún sonido pero sus ojos... Esos ojos tienen un lenguaje más preciso que el de cualquier otra lengua. Sentí como si hubiera conocido su iris desde que nací, porque me decía claro, no sé cómo, que quería morir por ti.

Cuando lo llevé a un lugar seguro, me veía observar el derrumbe. La destrucción me conmovía porque eran objetos llenos de ti. Ahogados en él. Llenos de historias, repletos de lo que un día fue amor y ahora sólo era vacío. El humo escribía su historia en el cielo.

Te vi por última vez. A lo lejos, te dibujabas. Alta, regia, preciosa. Rota. Sin embargo, él me miraba a mí. No con amor, no con odio. Sólo me miraba.

Vivían en un buen lugar. Con los árboles de alrededor, le ayudé a construir una cabaña. Meses después, nos acercamos a la ciudad y compramos algunas cosas. Fuimos construyendo encima del polvo. Pasó tiempo hasta que me di cuenta que sus ojos no eran negros, sino cafés. Al reflejo del sol se ven casi miel.

No te odio, porque odiarte sería odiar pedazos de él. Me es imposible porque en su pensamiento te veo real. Buena o mala, el espacio es demasiado reducido para etiquetas: sólo eres tú. Ni él ni yo te entendemos, pero te recordamos con cariño. Lo convertiste a prueba de fuego, y te agradezco eso.  

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⏰ Última actualización: Mar 23, 2017 ⏰

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