Un Buen Amigo

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Con manos temblorosas, Samanta introdujo la llave en la cerradura. Después de varios intentos logró abrir la puerta y entró. La sala oscura la recibió con un silencio tranquilo y se alegró de que así fuera; podría refugiarse allí... Pero las lágrimas también.

Había necesitado de todo su autocontrol para no romper a llorar en medio de la gente. El restaurante estaba atestado y su intento de cumplir con el cliché de llorar en el baño, al igual que todas sus otras intenciones de esa noche, se había visto frustrado por la inoportuna llegada de una mujer y sus cinco amigas que eligieron justo ese momento para retocarse el maquillaje en medio de alegres carcajadas.

De algún modo, nunca supo como lo había logrado, se las arregló para salir sin ser vista, encontrar un taxi, dar la dirección al conductor y mirar silenciosamente por la ventana hasta llegar a su casa. Aquello había sido como estar fuera de su cuerpo mirando a la pobre ilusa que acababa de estrellarse contra la realidad.

Pero resguardada por las sombras de su solitario hogar realmente había vuelto en sí. No podía escapar más de la situación. Al menos iba a poder desahogarse de una buena vez.

Sollozó con todas sus fuerzas...

—¿Qué...?

Escuchó claramente un susurro, el crujir de los resortes del sillón al ser liberados de un peso y, un segundo más tarde, alguien encendió la luz.

—¡¿Qué...?! —esta vez fue su voz la que sonó desconcertada. Entonces, vio el rostro adormilado de Chris devolviéndole una mirada preocupada.

—¿Qué haces aquí? —preguntó secamente. Era claro que acababa de despertar.

—Bueno... creo que es mi casa —respondió ella, limpiando su rostro con el dorso de la mano.

—Ya lo sé. Lo que pregunto es por qué has regresado tan temprano —Chris miró —brevemente el reloj sobre la chimenea mientras hablaba—. Se suponía que... —dejó la frase sin acabar y frunció el entrecejo. De repente pareció tener una revelación y murmuró—. Se lo dijiste, ¿verdad? Tú... ¿Hablaste con él?

Samanta no fue capaz de mirarlo a los ojos, tampoco se atrevió a responder. Pero esquivar la insistente mirada de Chris no se le daba bien esa noche.

—Eh...

—¡Oh, Dios!

—Está bien —se apresuró a aclarar—. No importa. De veras... —la voz de Samanta se quebró involuntariamente y no pudo contener el llanto mientras se repetía una y otra vez que aquello no debía doler como le estaba doliendo en ese momento. Se dejó caer en la silla más cercana y ocultó el rostro entre las manos. Estaba tan avergonzada...

El hombre la observaba en silencio, con una mezcla de impotencia y preocupación que no se molestaba en disimular. Por su expresión, cualquiera habría dicho que también a él le acababan de romper el corazón.

—Sam... —susurró suavemente, tras unos minutos de incómodo silencio. Apoyó sus manos en los hombros de la chica y se acuclilló para quedar a la altura de sus ojos—. Dime qué pasó.

Para Samanta era muy difícil hablar de algo tan humillante, especialmente con un hombre, y su primer impulso fue pedirle que la dejara sola. Pero Christopher no era un hombre cualquiera.

Aún cuando le costó trabajo, finalmente comenzó a hablar.

—Cuando llegué al restaurante... él no estaba solo. ¿Puedes creerlo? Me vestí así, me arreglé tanto... —soltó una breve carcajada amarga, mirando decepcionada el vestido azul que había tardado dos horas en escoger y con la súbita conciencia de lo estúpida que había sido al tratar de gustarle a Mark—, solo para verlo con otra. Esta era nuestra noche, ¡una cita! Y... él estaba besando a otra mujer.

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