VIII

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No pude dormir en toda la noche, una sirena de niebla lloró sin cesar en el estuario, y yo me revolcaba, medio enfermo, entre la grotesca realidad y las aterradoras pesadillas. Hacia la madrugada oí un taxi que subía por el camino de Gatsby, y enseguida brinque de la cama y comencé a vestirme; sentía que tenía que decirle algo, que debía prevenirlo, y que en la madrugada ya sería demasiado tarde.

Al atravesar el jardín vi que su puerta delantera estaba abierta aún y que él estaba recostado sobre una mesa en el vestíbulo, agobiado por la desesperanza o el sueño.

-Nada pasó -dijo alicaído-; me quedé esperando, y hacia las cuatro de la mañana ella salió a la ventana, se quedó allí de pie un minuto y después apagó la luz.

Nunca me había parecido tan enorme su caserón como aquella noche cuando salimos a buscar cigarrillos por los grandes cuartos. Descorrimos cortinas que parecían pabellones, y tanteamos innumerables pies de pared oscura buscando los interruptores de la luz eléctrica; una vez me resbalé y produje un ruido estridente sobre las teclas de un fantasmagórico piano. Había una inexplicable cantidad de polvo en todas partes y los cuartos olían a humedad, como si no hubiesen sido aireados durante muchos días. Encontré el humidificador en una mesa que nunca antes había visto, con dos cigarrillos secos y viejos. Tras abrir los ventanales de la sala nos sentamos a fumar en la oscuridad.

-Tienes que marcharte -dije-; estoy completamente seguro de que van a dar con tu auto.

-¿Irme ahora, viejo amigo?

-Vete para Atlantic City por una semana o sube hasta Montreal.

No quiso ni considerarlo. No podía dejar a Daisy hasta que supiera qué iba a hacer ella. Se estaba aferrando a una última esperanza y yo no podía soportar liberarlo.

Fue aquella noche cuando me contó la extraña historia de su juventud con Dan Cody; me la contó porque "Jay Gatsby " se había quebrado, como el cristal, contra la dura malevolencia de Tom; la larga y secreta extravagancia había sido ejecutada en público. Creo que él habría reconocido cualquier cosa ahora, sin reservas, pero quería hablar de Daisy.

Ella había sido la primera niña "bien" que había conocido. Por varias razones que no me reveló había llegado a entrar en contacto con personas de su clase, pero siempre con un indiscernible alambre de puras en medio. Él la encontraba deseable y excitante. Al principio iba a su casa con otros oficiales de Camp Taylor; después, solo. Lo maravillaba; nunca había estado en una casa tan hermosa. Pero lo que le proporcionaba aquella atmósfera de inefable intensidad era que Daisy vivía allí; para ella era algo tan normal como para él su carpa del campamento. Había un misterio maduro en la casa, la insinuación de alcobas en el piso de arriba, más hermosas y frescas que las demás, de actividades alegres y radiantes en sus corredores, de romances que no eran mustios y que no estaban guardados en naftalina, sino frescos y vivos y con olor a brillantes autos último modelo y a bailes cuyas flores no estaban marchitas aún.

También lo excitaba el hecho de que muchos hombres la hubieran amado; ello aumentaba su valor a ojos de Gatsby. Sentía la presencia de Daisy por toda la casa, penetrando el aire con sombras y ecos de emociones aun vibrantes.

Pero sabía que estaba en casa de Daisy por un colosal accidente. No obstante lo glorioso que su futuro como Jay Gatsby pudiera llegar a ser, en el presente era un joven sin cinco centavos, sin pasado, y sometido a que en cualquier movimiento la invisible capa de su uniforme cayera de sus hombros. Por eso le sacó el mayor partido posible al tiempo de que disponía. Tomó lo que pudo, ávido y sin escrúpulos.

Y por último, una serena noche de octubre, tomó a Daisy también; la tomó porque no tenía verdadero derecho a tocar su mano.

Podía haberse despreciado a si mismo, porque en realidad la había tomado bajo pretensiones falsas. No pretendo decir que mintió hablándole de millones imaginarios, pero le había dado a Daisy, adrede, un sentido de seguridad; la había dejado creer que provenía de un estrato social semejante al suyo, que era muy capaz de sostenerla. De hecho, esto no era así; no tenía una familia acomodada que lo respaldara, y era posible que, al capricho de un gobierno impersonal, reventara en cualquier parte del mundo.

EL GRAN GATSBYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora