Capitulo III - Recuerdos

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—¿Ojitos verdes? ¿Qué haces aquí? Despierta, dormilona, tienes que ir al colegio.

—Cinco minutos más, mami.

—Te volvistes a quedar dormida dentro del armario, cariño. ¿Volvieron las pesadillas?

—Esta vez la chica de ojos negros quería jugar a la escondidas conmigo... pero en realidad quería hacerme daño.

—Tranquila, ojitos verdes, es solo una pesadilla. Nadie vendrá nunca a hacerte daño y mucho menos si estoy aquí para cuidarte.

—Gracias, mami.

—De nada, cariño. Ven, ya se te hace tarde. Si te apresuras te compro un helado de regreso a casa, ¿qué dices?

—¿Es un trato?

—Vamos, cepíllate los dientes, glotona.

•••

—¿Jill? Despierta, dormilona —susurró alguien a mi oído.

—Cinco minutos más, mami —murmuré.

—No hay tiempo, tienes que salir de aquí rápido.

Abrí los ojos despacio, y vi el rostro pálido de la pequeña niña Jill.

—Apresúrate —dijo, y salió corriendo de la habitación.

—Espera —le pedí.

El ambiente era pesado, hacia frío y el lugar carecía de ruido alguno. Al parecer estaba en un hospital, y me preguntaba a mí misma cómo es que llegué allí.

Ahora estaba acostada en una camilla, me levanté como pude y me senté en la esquina. Me dolía la cabeza, tenía nauseas y me sentía cansada, además, tenía picason en mis brazos, me fijé, y allí varios puntos rojos seguían una fila recorriendo mis venas cómo si me fuesen clavado agujas a propósito. Estaba tan cansada cómo para prestarle atención a eso, sólo deseaba buscar a esa niña y salir de ahí.

Me lancé al piso, y con torpes pasos atravesé la puerta. Ya afuera empecé a recorrer el lugar que se veía un poco sombrío y abandonado cómo en aquellas películas de terror. Con mis manos en las paredes mantenía mi equilibrio, y de vez en cuando, descansaba en un mueble.

No había nadie, y todo era un silencio absoluto. Sólo a veces se escuchaban pisadas pero se iban tan rápido cómo llegaban, creía que tal vez era la pequeña correteando por el lugar.

Unas risas se escucharon detrás de mí, giré mi cabeza hacia atrás y en un parpadeo vi entrar a Jill a uno de los muchos cuartos.

—¡Jill! —exclamé, caminando tras ella—. ¡Por favor, espera!

Empecé a tantear por las paredes hasta dar con la puerta, a un lado un documento colgaba del marco y tenía escrito algo parecido a un informe médico, y al parecer, era mío.

—Paciente: Jill Beckett, Edad: 21... —leí, pero algo se revolvió en mi estómago y con fuerza recorrió mi garganta hasta salir y empapar por completo el papel de rojo—. Mierda.

Con mi mano moví el documento que cayó al piso, y una vez más, volví a vomitar sobre él. No podía evitarlo, el líquido salía automáticamente de mi garganta, y aunque deseaba parar con todas mis fuerzas, seguía allí botando por mi boca lo que al parecer eran cuajulos de sangre.

Recuerdos OscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora