Reflexiones.

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Sé que no es plan de contaros todos y cada uno de mis sentimientos. Porque sé que a nadie le interesan y que, posiblemente, ninguno llegue a este punto de la historia, que ahora comienza.

Resulta que estas palabras se escriben en una vieja libreta de dibujo, con el bolígrafo más cercano del que disponía, y con los ojos anegados en lágrimas. Estas palabras, se escriben también con una pésima caligrafía, producto de la rabia y los temblores. Cierto, ¿por qué tiemblo? ¿por qué coño la rabia me produce este temblor?

Independientemente de toso esto, puedo comentaros también que estas palabras las escribo tirada en el suelo del salón, descalza y doblada sobre mí misma.

Menos mal que soy diestra, porque, de ser zurda, no podría estar escribiendo este texto absurdo que nadie me ha pedido, pues, hace unos minutos, he dado un buen puñetazo al suelo con la mano izquierda, buscando deshacerme de esa rabia incontrolable, y lo único que he conseguido ha sido quedarme insensible de la mano que se encarga de los trinos, los ligados, y los glissandos.

Como decía, estas palabras las escribo en unas condiciones un tanto especiales, pero es que cuando me encuentro así, es cuando mejor suelo escribo, así que decidí dejar de dar puñetazos al suelo y comenzar a aburriros con este texto.

Quería escribir también porque hoy me he dado cuenta de algo importante:

Siempre me he metido con la mayoría de la gente que se autolesiona. Con algunos de los que lo hacen. Trataba de comprenderlo, y, al ver que gente de mi alrededor lo hacía, empecé a entenderlo. Según una psicóloga con la que hablé del tema por puro afán de conocimiento, hay dos clases de personas que se autolesionan: están los típicos que sólo buscan llamar la atención y hacen un mundo de todo, y están los que verdaderamente lo pasan mal y sólo buscan una salida.

A raíz de mi charla con esta mujer, he intentado comprender y apoyar a esa gente. Algunos aceptaban mi ayuda, y otros, simplemente, se cerraban en sí mismos y recurrían al típico: "Tú no lo entiendes. No sabes lo que es todo lo que me está pasando. No lo has vivido."

De esta gente sólo he podido pensar: "¿Para qué voy a molestarme en ayudar a alguien cuyo único objetivo es aprender a ahogarse en sus propias lágrimas?"

Siempre me molestó ese: "Tú no lo entiendes." Sobretodo porque siempre te lo dice gente que no conoce tu pasado, que no sabe quién has sido, ni lo que has vivido, que no conoce tus pensamientos más profundos. A mí no me gusta quejarme de mis demonios, ni pretendo eliminarlos, simplemente, una aprende a vivir con ellos. No me gusta, porque sé que hay gente con pasados incluso más oscuros y dolorosos que el mío, y, sabiendo lo que esa gente ha vivido, me parece una auténtica falta de respeto llegar y quejarme de mi vida. Así que te callas, y respiras hondo, y te callas, y respiras... Y así pasan los días. Sonríes, trabajas, escribes, compones música en tonos menores que sabes que nunca verá la luz...

Pero hay días, como hoy, en los que estallas, y rompes a llorar, y te tiras en el suelo del salón de tu casa para quedarte mirando unos cuencos racistas de piedras negras y blancas.

Simplemente, rompí a llorar de rabia y grité: "¡¿Es que hay que ser una hipócrita y una corrupta para sobrevivir en este puto mundo?!"

Necesitaba desahogarme, así que moví la mesa del salón, me tiré en el suelo y empecé a hacer abdominales. Seguía necesitando desahogarme. Empecé a hacer flexiones y torsiones. Las lágrimas me incomodaban y, al final, me dejé caer en el suelo.

Tenía un brazo debajo de la frente y la cabeza ligeramente levantada. Seguía necesitando soltar esa rabia. Mi vista se centró en mi brazo. Estuve así, mirándome el brazo, como unos quince minutos, en silencio, pero mi conciencia discutía a gritos con mi impulsividad en mi cabeza. Sólo quería deshacerme de esa impotencia.

Y lo entendí. De pronto, lo comprendí a la perfección. Tu propio cuerpo te lo pide. Sientes a ese diablillo en tu hombro izquierdo que te susurra: "Hazlo. Lo necesitas. Te sentirás mejor." Y, a la derecha, a ese angelito: "No ganarás nada. Debes seguir siendo fuerte."

Juro que, en ese momento, puedes oírles discutir a gritos a través de tu cabeza.

Pero, de repente, pensé en la gente que me rodea, y en cómo me sentí yo al enterarme de lo que la gente a la que quiero se hacía.

Y después pensé en ella. No la debo nada, pero simplemente visualicé su rostro, y algunas de sus palabras, y pensé: "No pienso darle el gusto."

                             Lucía Valencia

                                  16. 02. 2014

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