Capítulo 1: Feliz Navidad

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Era la madrugada del 25 de diciembre del 2016, plena Navidad, pleno festejo, y además, el cumpleaños de mi papá. Risas, copas chocándose, la mesa llena… todo mostraba que, para nuestra suerte, la estábamos pasando muy bien. Familiares y amigos nos reunimos para celebrar dicho acontecimiento, y si me lo preguntan, amo las mesas largas, me encanta ver cómo nos unimos, porque solo (lamentablemente) lo hacemos en estas fechas conmemorativas. La Navidad, según la astrología, resulta ser la noche con más energía en todo el año, en la que supuestamente pasan los milagros, y sí, ahora sé que si, porque pude confirmarlo esa misma noche.
Pero para poder contarles el por qué,  me presento primero así no pierdo la cortesía: Mi nombres es Gian, tengo 18 años, amo el teatro y al arte en toda su expresión. El próximo año empiezo mis estudios universitarios, elegí la carrera del Profesorado de Matemática, muy ansioso por empezar por cierto. Me encanta emprender nuevos caminos, y estoy seguro que éste será un gran desafío para mí. En cuánto a mi familia…ah, amo a mi familia, es chiquita, pero conforme pasan los años, nos tenemos el uno al otro. Mis dos papás, mis dos hermanos, mis dos tíos y mis dos primas, son los únicos más cercanos, el resto… bueno, el resto por ahí andan, están perdidos en la nebulosa, aparecen de vez en cuando. Nos encontramos bien, economía estable, todos con un techo para dormir, no me quejo en lo absoluto. Sin embargo, no todo es color de rosa como se lo imaginan; hay algo que me frustra, algo que me cierra la garganta, algo que no me deja dormir, y es el hecho de tener que guardar un secreto que sé, que si lo digo o sale a la luz, generaría mil y un disturbios. La razón, es que éste secreto define gran parte de mi ser, de mi esencia, de lo que en realidad mi corazón quiere para su vida. Sí, soy homosexual desde hace un tiempo; no se imaginan lo complicado que es el hecho de tener que esconderlo, de fingir algo que no se es delante de la familia, que para mí suerte, no es tan machista como algunas de las que todavía existen, pero, más allá de los cambios que se efectuaron en la sociedad, lamentablemente siguen conservando ideas ancestrales, como el hecho de tener que conservar la familia tipo, etc., etc. 
En fin, hacía ya unos días que había descargado en mi celular una aplicación para personas homosexuales, cuya finalidad era que muchos de ellos buscaran personas para hablar o para programar algún tipo de encuentro. La mayoría de estas personas, ya eran grandes, superaban los 30 años, por lo que encontrar a alguien allí (de mi edad o cercana) era un tanto complicado.
Alrededor de las 2 de la mañana de esa misma noche, recibo una notificación de dicha aplicación: un chico me había hablado, que, al juzgar por su apariencia, tenía mi edad. Muy bonito por si me lo preguntan, con una sonrisa hermosa. “¡Hola! Feliz navidad”, fue su primer mensaje. Ansioso, me alejé un poco de la mesa familiar para que no llegaran a leer nada de esa conversación, acción seguida, le contesté.
Empezamos a hablar, a conocernos, y  como en toda conversación primero se presentó…Axel se llama, tiene 18 años y quiere estudiar la carrera de Ciencias Políticas en la UBA. Lo primero que noté en mí, era que me encantaba su forma de escribir,  su manera de expresarse, el cómo llevaba adelante una conversación conmigo que en lo personal, ya me daba por vencido en el tema del amor, por lo que le hablaba un poco desganado.
Pero, Axel mostraba un cierto grado de interés que, a mí parecer, era un poco raro para que se esté dando conmigo…es decir, no me considero una persona interesante como para hablar, y menos que menos una persona “bonita” como para entablar una conversación. Igualmente, me dejé llevar y seguí con su juego.
Me había ido a recostar al igual que toda mi familia, ya nos habíamos ido de la casa de mis tíos, luego de haber tenido una hermosa celebración. Ahora me encontraba yo solo en mi cuarto, hablando con Axel. Le pasé mi número de celular como para tener una conversación más “cómoda” si se quiere decir así. No podía dejar de pensar en lo lindo que era y cómo su manera de ser me tenía tan cautivado. Hablamos por horas, si mal no recuerdo, pero ya era tarde, en algún momento alguno de los dos debía irse a dormir, y dio la casualidad que los dos lo propusimos al mismo tiempo. Ingenuo, me dije a mi mismo: “No creo que mañana me hable, debí parecerle un tonto”; pero, para mi sorpresa, no fue así, incluso, fue mejor de lo que esperaba.

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