Cᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ I

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  【 Johnny's POV】 

El constante repiqueteo de las bien cuidadas uñas de aquel muchacho alto no dejaban más evidencia que el puro nerviosismo aflorando de lo más hondo de sus células, rebasando con total tranquilidad la fina capa de piel que cubría sus músculos, tensándolos cada vez que el sol se alzaba con más gloria y firmeza sobre el infinito cielo purpúreo, aclarando el mismo con cada rayo de sol que impactaba en esa bella estampa digna de admirar.

Sin embargo, Johnny no se encontraba en el mejor de sus momentos. Es más, podía asegurarse a sí mismo que en cualquier momento su corazón dejaría de latir a medida que los minutos, impasibles, transcurrían con total normalidad, provocando en el chico la sensación de agobio, similar a estar ahogándose. Una molesta presión se apoderó de su diafragma en cuanto la dorada esfera se dejaba ver en todo su glorioso esplendor en el firmamento, dejando paso a la claridad del azul cían, presionando como consecuencia sus pulmones contra la dureza de su caja torácica. Hacía demasiado tiempo que no experimentaba ese sentimiento de melancolía y ansiedad mezclados, creyendo que se desmayaría antes de separarse del gran ventanal que daba paso a un paisaje admirable desde las alturas. Por el contrario, un pequeño suspiro, casi indoloro, escapó de sus labios, provocando que el aire acumulado en el interior de su pecho fue expulsado en una pequeña ráfaga caliento que chocó contra el vidrio del balcón. Sus huellas quedaron plasmadas en la misma estructura, siendo más notables a contraluz. Sus ojos, captados por una viveza voraz, se detuvieron en primer lugar sobre su propia ropa, siguiendo un sendero que llegaba hasta la cama. Sobre ella, un muchacho de no más de veintiún años se hallaba profundamente dormido, percatándose de como las blancas sábanas se adecuaban a la perfección sobre ese menudo cuerpo expuesto a la desnudez. Su propia cabeza se encontraba ligeramente volteada, dispuesta a seguir analizando cada fina facción que poseía el cuerpo ajeno. El tiempo, por su parte, era cruel, y por mucho que le doliese despertar a su fugaz y nocturno invitado, no le quedó otro remedio que hacerlo.

Cubierto únicamente por unos bóxers de color gris, encaminó sus pasos hasta la orilla de la cama, en la cual se tomó el privilegio de sentarse. No eran ni las cinco de la mañana, y aunque le supiese mal, tenía que hacerlo. Sus manos, llamativas por ser grandes, se posaron a cada lado de los hombros de aquel joven, sirviéndose de un suave movimiento para zarandearle lo suficientemente fuerte como para desvelarle. Una apenada sonrisa se formó en sus labios en cuanto los cansados y algo hinchados ojos de aquel chaval se entreabrieron, pudiendo encontrar el más alto de los dos cierta desazón y desconcierto al no entender el porqué de su desvelo.━ Aaron. ━Murmuró, esperando que su tono de voz no martillease la cabeza del susodicho. Ayer fue una verdadera locura. Johnny se consideraba ya a sí mismo como alguien fiestero, alcohólico y algo calenturiento si le provocaban, más anoche fue un total desmadre. Una "pequeña" despedida no hacía daño a nadie, ¿no? Y mucho menos si se llegaba a acostar con uno de sus mejores amigos desde el cuarto grado de instituto. Siempre se dijo que nunca habría sentimientos de por medio, más el cariño que le tenía a ese chico era sumamente grande, tanto que su pecho comenzaba a sentirse más pesado que nunca cuando los finos labios del mismo se posaron sobre los suyos propios, más gruesos que los de él. La simpleza de aquel roce fue suficiente como para corresponderle, maldiciéndose en lo más profundo de sus estúpidos pensamientos de creer que encontraría algo más en su mejor amigo y compañero que simple goce. No bastó palabras para darse cuenta de que significaba una despedida. Ese jodido beso era una amarga despedida que le quebraba por dentro. Sus ojos, los cuales luchaban contra viento y marea para retener las lágrimas, se fijaban en cada detalle que Aaron describía sin necesidad de bruscas oscilaciones que provocaba con sus extremidades. 

El seco portazo y la humedad de sus belfos sobre su mejilla como último adiós fueron más impactantes que las múltiples palabras que solían decirse a escondidas de las inquisidoras y curiosas miradas que, de vez en cuando, aprovechaban para fisgonear cuando ambos se arrinconaban en alguna esquina de los pasillos de la universidad. Todavía podía sentir, ardiente, el contacto de su piel rozando la suya de forma que él sólo conseguía conmover su alma. Sus pupilas, algo más resecas que antes, se despegaron de la monotonía que le servía en plato grande el infinito, posándolas sobre la maleta que yacía, intacta, junto a la esquina de la entrada de su apartamento. Iba a echar Chicago tanto de menos que no podía evitar que su corazón se encogiese de tan sólo pensarlo. La muda limpia, por el contrario, reposaba sobre la cómoda de su cuarto, viéndose obligado a alzarse y tomarla por él mismo. Sin detenerse demasiado a pensar (ya que si lo hacía todo se volvería más complicado), se enfundó cada prenda como si los segundos no transcurriesen para él. Un bonito gorro cubriría su alborotado pelo, al igual que una aspirina sería suficiente como para liberar por unos escasos y estúpidos momentos el dolor de su cabeza, implacable a la hora de lastimarle. 

Con la asa de la maleta colgando de su diestra, emprendió su camino en dirección a una de las más transitadas calles de la ciudad del estado de Illinois. El raro sonido de las ruedas de plástico contra el asfalto a la hora de cruzar la carretera hasta la zona de taxis le resultaba de lo más agradable. Tras escuchar varias ofertas, una de ellas le resultó la más tentadora y asequible, aunque el dinero fuese el menor de los problemas. La amabilidad del conductor fue de lo más grata, preocupándose meramente en tomar asiento en la zona trasera del coche y esperar a que el propietario hiciese lo mismo. El trayecto fue tortuoso, aunque bastante rápido. Su cabeza, sus recuerdos y la nostalgia golpeaban cada zona de su ser hasta sentirse noqueado. No sabía como iba a sobrevivir en su tierra de origen: Corea del Sur. Sabía hablar fluidamente el coreano, más nunca profundizó a fondo sus habilidades a la hora de escribir o de leer, aunque lo último se le daba algo mejor. El hecho de empezar de nuevo solo le producía nauseas, hasta el punto de notar como su jugo gástrico provocaba ese malestar y sensación de quemazón en la boca de su estómago. No obstante, la rutina de empaquetar, sellar pasaportes y demás licencias, extraviar alguna que otra pertenencia por el camino y adaptarse a nuevos entornos le resultaba cada vez más común. A veces llegaba a sorprenderse de como los seres humanos eran capaces de envolverse perfectamente con el lugar que les rodea, sabiendo lo difícil que es al principio, cuando no conoces a nadie y con la única persona con la que hablas es con la vecina ricachona pero amable de la vivienda contigua. 

Un rápido intercambio de centavos y dólares fueron suficientes para llegar a tiempo al aeropuerto de su condado. La suela de goma de sus deportivas, unas Nike Air totalmente nuevas, resonaban contra el pulido suelo de mármol, al igual que las ruedas de su valija. El proceso fue martirizante, tomando asiento en uno de los bancos de metal que había en el centro de la enorme estructura. Sus talones no cesaron a la hora de golpear el suelo, esperando que la neutra y robótica voz femenina se escuchase por los enormes megáfonos que colgaban de los blancos techos. Y como si el destino fuese cruel, sus oídos captaron a la perfección su vuelo y su destino. Torpemente guardó su móvil en el bolsillo de su bomber, llevando en su zurda su único billete de ida de avión, mientras su mano derecha se encargaba de tomar su maleta azul marino. El embarque fue de lo más estresante; críos gritando de un lugar a otro, personas apretándose las unas contra las otras y la irritante y monótona voz del policía para que mantuviesen orden era de lo más nocivo que nunca llegaría a experimentar. Un gran suspiro escapó de su boca, uno lleno de alivio en cuanto su cuerpo descansó en el asiento correspondiente, sintiéndose afortunado de ir en primera clase. Se encontraba tan ajeno a lo que le rodeaba que las continuas maldiciones de una voz masculina se arremolinaban en el aire, hasta que un seco golpe sobre su pecho le sacó de sus casillas, provocando que sus párpados se alzasen para dejar entrever aquellos agudos ojos que el castaño poseía.

  ━¿Qué rayos te crees que haces, mocoso? ━Escupió Johnny como puro veneno directo al muchacho que se cernía sobre él. Su edad rondaría los veinte años gracias a la estatura que poseía, aunque su rostro de adolescente expresaba todo lo contrario. El ceño de aquel muchacho se encontraba cubierto por un flequillo totalmente rubio, claramente teñido, más le costó reconocer que le quedaba bien. Aún así, mantuvo esa expresión de malhumor, viéndose obligado al fin a deshacer esa lucha de miradas cargadas de enfado.━ ¿Quieres besarme el culo o te vas a quedar plantado ahí?

  ━En primer lugar, no soy ningún mocoso, que te quede claro. Me llamo Jung Yoon Oh, y sólo te estaba repitiendo por enésima vez que apartases tu mochila. Ese es mi sitio. Voy a ser tu desgracia vestida de acompañante de vuelo por culpa de tu pésima educación. 

¡Hola a todos! Denle mucho amor a este fic votando y comentando. Gracias~.
  

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⏰ Last updated: Apr 01, 2017 ⏰

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❝Yᴏᴜ ᴀʀᴇ ᴘᴇʀғᴇᴄᴛ ᴛᴏ ᴍᴇ❞ 「JᴏʜɴJᴀᴇ」Where stories live. Discover now