Miradas Molestas

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Harry abrió los ojos lentamente, tomó su celular y miró la hora. Faltaban unos minutos para que sonara su alarma —los primeros rayos de sol ya se asomaban a través de la abertura de sus cortinas— y el azabache sabía que, si no se apuraba, llegaría tarde a la escuela. 

Pero no tenía ganas de moverse. 

Salir de su cama significaba enfrentarse a un nuevo día. 

Y estaba cansado. 

Harry pospuso su alarma y cerró sus ojos.


Estaba por volverse a quedar dormido, cuando la puerta de su cuarto se abrió lentamente. 

–¿Harry? –llamó Sirius. 

–Hmm. 

–¿Te sientes bien? –preguntó su padrino, sentándose en la orilla de la cama. 

Sin abrir los ojos, Harry tragó saliva e intentó responder. Pero las palabras se rehusaban a salir de su boca. 

–Sabes... –continuó el hombre –si no te sientes bien, puedes quedarte en casa. 

Harry se obligó a abrir los ojos e incorporarse. Sabía de dónde venía la preocupación sutil pero casi asfixiante de Sirius: ya era octubre

Apreciaba la atención, pero tenía que recordarse que no sólo era una fecha difícil para él.

Sirius y Lupin, a diferencia de él, habían conocido a sus papás. Demonios, habían sido mejores amigos por años. Y, aunque intentaran sonreír por Harry, durante esos días la casa se volvía más silenciosa, fría. 

–Estoy bien, no te preocupes –Harry le sonrió a su padrino –ya bajo a desayunar. 

–De acuerdo –Sirius le sonrió con cariño, revolvió su cabello y salió del cuarto. 

Harry se cambió de ropa y se miró al espejo. Hoy va a ser un buen día, repitió como cada mañana. Y, como cada mañana, le sonrió a su reflejo de manera forzada. 

Había pasado más de un mes desde su primer día en la escuela, o sea que los propedéuticos habían terminado y los alumnos de grados mayores habían entrado a clases. 

Genial, pensó. Ahora siempre había ruido en los pasillos y era casi imposible encontrar espacios vacíos en el colegio. 

Extrañaba los primeros días, cuando la escuela estaba vacía. 


Bajó a desayunar y se detuvo al pie de la escalera. Desde ahí podía escuchar a Sirius y Lupin en la cocina. 

¡Canuto! –Harry sabía que ése era el apodo que Remus usaba para su padrino cuando estaban solos –¿Cómo quemaste la avena? Lo único que tenías que hacer era mover la cuchara y esperar a que hirviera. 

–¿Por qué no puedes ser normal y desayunar otra cosa que no sea avena? –replicó su padrino. Harry podía escuchar su puchero –La avena siempre se me quema. 

–Por eso soy yo quien hace el desayuno –a pesar del reproche, el tono de Remus sonaba imposiblemente afectuoso –además, no se te quemaría la avena si te quedaras en la cocina, en lugar de vagar por toda la casa. 

–¡Pero tarda mucho! 

Harry soltó una risita y decidió que era momento de entrar en la cocina. 


–¡Oh! Buenos días, Harry –le sonrió el castaño –¿Dormiste bien? 

Dormí –respondió el chico sinceramente. 

Miradas ruidosas, sonrisas silenciosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora