Capítulo IV

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"¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita." Entonces gritó: "¡Buenos días!", pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña.
"¡!Oh, abuelita!" dijo, "qué orejas tan grandes que tienes."- "Es para oírte mejor, mi niña," fue la respuesta. "Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes."
- "Son para verte mejor, querida."
- "Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes."
- "Para abrazarte mejor." - "Y qué boca tan grande que tienes."
- "Para comerte mejor." Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.
Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita!Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí."¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!" dijo él."¡Hacía tiempo que te buscaba!"

Caperucita Roja y El Lobo FerozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora