Nunca he tenido que detallar esta historia como para explicarla de comienzo a fin, pero es real y me sucedió cuando tenía apenas seis años.
En un cuarto callado, si presionas tu oído contra la almohada, podrás escuchar tu propio corazón. De niño, ese latido rítmico y ahogado me sonaba como pisadas suaves en un suelo alfombrado, así que, casi todas las noches —justo cuando estaba por quedarme dormido—, oía estas pisadas y mi lucidez era devuelta en mí de manera violenta y angustiante.
Durante toda mi niñez, viví con mi madre en un vecindario relativamente decente que estaba en una fase transitoria —personas de estratos económicos más bajos se estaban mudando de forma gradual, y mi madre y yo éramos de esas personas—. Vivíamos en el tipo de hogar que verías siendo transportado dividido en dos piezas por las carreteras fronterizas, pero mi mamá la cuidaba como era debido. Había una arboleda extensa rodeando al vecindario, en la que jugada y exploraba durante el día; pero de noche, como es común que suceda, las cosas se ven más siniestras para un niño. Esto, aunado a la naturaleza de nuestra casa, generaba el suficiente espacio en mi mente para monstruos imaginarios y escenarios inescapables que consumían mis pensamientos siempre que era despertado por las pisadas.
Le dije a mi mamá de las pisadas, y ella dijo que solo me estaba imaginando cosas. Persistí hasta que me roció las orejas con un gotero de cocina solo para tranquilizarme, pues creí que eso podría ayudarme. Claro, no lo hizo. A pesar de todas las inquietudes y las pisadas, lo único raro que llegó a suceder era que, de vez en cuando, me despertaba en la cama de abajo de la litera aunque me hubiese quedado dormido en la de arriba. Pero no era nada realmente extraño. A veces me levantaba a orinar o a traer algo de beber y solo recordaba volver a quedarme dormido en la cama de abajo (era un niño, no importaba mucho). Esto pasaba una o dos veces a la semana, pero despertar en la cama de abajo no era tan aterrador.
Una noche no me desperté en la cama de abajo. Había escuchado las pisadas, pero mi sueño era demasiado profundo como para despertarme, y, cuando lo hice, no fue por el sonido de las pisadas, o una pesadilla, sino porque tenía frío.
Al abrir mis ojos, vi estrellas. Estaba en el bosque. Me senté de inmediato y traté de comprender lo que estaba sucediendo. Pensé que soñaba, pero no se sentía factible, aunque tampoco se sentía de esa manera aparecer en el bosque. Había un flotador de piscina desinflado en frente de mí, uno de esos con forma de tiburón. Esto no hizo más que sumarse a la percepción de surrealismo, pero luego de un tiempo parecía que no iba a despertar, porque no estaba dormido. Me paré para orientarme, pero no reconocía ese bosque. Jugaba en el bosque cerca de mi casa todo el tiempo y lo conocía muy bien. Aunque, si ese no era el mismo bosque, ¿cómo iba a salir? Di un paso y sentí un dolor punzante dispararse en mi pie y tropecé de vuelta en donde estaba recostado. Había pisado una espina. Con la luz de la luna, pude ver que estaban por todas partes. Miré a mi otro pie y se encontraba bien; de hecho, toda parte de mí lo estaba. No tenía ningún rasguño en mi cuerpo o estaba sucio en lo más mínimo. Lloré por un rato y luego me volví a poner de pie.
No sabía qué dirección tomar; escogí una cualquiera. Resistí la urgencia de gritar porque no estaba seguro de si quería ser encontrado por quien —o lo que sea— que acechara en la cercanía.
Caminé por horas. Traté de caminar en línea recta, y traté corregir mi pasos siempre que tomaba desvíos, pero era un niño y tenía miedo. No había ningún aullido o gritos, nada más en una ocasión pude escuchar un ruido que me asustó. Sonó como un bebé llorando. Ahora creo que pudo ser un gato, pero entré en pánico. Corrí, escabulléndome en distintas direcciones para evadir los arbustos frondosos o árboles colapsados. Estaba prestando demasiada atención al terreno, ya que mis pies estaban en mala condición para ese punto. Le presté demasiada atención a lo que pisaba y no suficiente a la trayectoria hacia la que conducía mis pisadas. Minutos después de haber escuchar el llanto, vi algo que me atestó de una desesperación que no había experimentado hasta ese momento: el flotador de piscina.
Me encontraba a solo varios metros de mi punto de partida. Esto no era magia ni ningún tipo de distorsión sobrenatural del espacio. Me había perdido. Poco me había planteado cómo fue que aparecí en el bosque, distrayéndome con salir de él; pero volver al comienzo hizo que mi mente fluyera. No tenía la seguridad de que este era mi bosque, solo esperaba que fuera así. ¿Había corrido en un círculo enorme alrededor de ese lugar, o me había girado de alguna forma y comencé a ir en reversa? ¿Cómo saldría? Por esos años pensaba que la estrella norte era la estrella más brillante, así que busqué la estrella más brillante y la seguí.
Eventualmente, la escena se hizo más familiar. Supe que había salido cuando vi «la fosa» (una fosa sucia en la cual mis amigos y yo teníamos guerras de barro). Había empezado a caminar muy despacio porque mis pies me ardían, pero me sentía tan feliz de estar cerca de casa que me agilicé con un trote lento. Cuando miré de verdad el techo de mi casa por el vecindario, dejé salir un suspiro tenue y aceleré mi paso. Solo quería estar en casa. Ya había decidido que no diría nada, pues ni tenía idea de qué decir. Entraría en la casa de alguna forma, me limpiaría y me iría a dormir.
Mi corazón se hundió cuando giré en la esquina de mi cuadra y vi mi casa con más plenitud. Todas las luces estaban encendidas. Sabía que mi mamá estaba despierta, y sabía que tendría que explicar —o tratar de explicar— en dónde había estado. Mi recorrido descendió a un trote, el cual se revirtió a un caminado.
Vi la silueta de ella por las cortinas, y, aunque estaba preocupado sobre cómo me justificaría, eso dejó de importar. Di unos pasos más hacia el pórtico, puse mis manos en la perilla y la torcí. Justo antes de que empujara la puerta sosteniéndome con ambas manos de la perilla, unos brazos me cogieron y me tiraron hacia atrás. Grité lo más fuerte que pude: «¡MAMÁ! ¡AYÚDAME! ¡POR FAVOR, MAMÁ!». El sentimiento de estar tan próximo a casa y luego ser arrastrado físicamente de ella me llenó de una especie de pánico que es, después de todos estos años, indescriptible.
La puerta de la que había sido retirado se abrió, y un brillo de esperanza se aceleró hacia mi corazón. Pero no era mi mamá. Era un hombre, y era enorme. Yo tiraba patadas y apuñeteaba a esta persona que me sostenía en la barbilla a un mismo tiempo que trataba de lanzarme en dirección opuesta a la persona que acababa de salir de mi casa. Tenía miedo, pero estaba furioso. «¡Déjame ir! ¡¿En dónde está mi mamá?! ¡¿En dónde está mi mamá?! ¡¿Qué le has hecho?!». Cuando mi garganta me empezó a incomodar y estaba inhalando un nuevo aliento, me volví consciente del sonido que había estado presente por más tiempo del que había percibido: «Cariño, cálmate, por favor. Te tengo». Sonaba como mi mamá.
Los brazos disminuyeron su agarre y me dejaron en el suelo. La luz del pórtico dejó de contrastar con el hombre que venía hacia nosotros, permitiéndome notar su vestimenta. Era un policía. Me di la vuelta para asignarle un rostro a la voz detrás de mí y vi que en verdad era mi madre. Todo estaba bien. Comencé a llorar, y los tres regresamos a la casa.
—Estoy tan aliviada de que estés en casa, cariño. Estaba preocupada de que nunca te vería de nuevo.
Para ese punto, ella lloraba también.
—Lo siento, no sé lo que pasó. Solo quería venir acá. Lo siento.
—Está bien. Solo no vuelvas a hacerlo. No estoy segura de si mi barbilla podrá resistirlo… —Una risa leve se coló de entre mis sollozos y sonreí un poco.
—Bueno, perdón por haberte golpeado, ¡¿pero por qué me tenías que agarrar de esa forma?!
—Tenía miedo de que te escaparas de nuevo.
Estaba confundido.
—¿A qué te refieres?
—Encontramos una nota en tu almohada —dijo, apuntando a un pedazo de papel que el oficial de policía me deslizó por la mesa.
Recogí la nota y la leí. Una carta de fuga. Decía que era infeliz, y que nunca quería verla a ella o a mis amigos de nuevo. El oficial intercambió unas cuantas palabras con mi mamá en el pórtico mientras yo inspeccionaba la carta. Pero incluso si a veces iba al baño por la noche y no lo recordaba, o incluso si pude haber ido al bosque por mi propia cuenta… incluso si todo eso era verdad, lo único que reflexionaba para ese punto, era: «Así no es como escribo mi nombre… Yo no escribí esta carta».
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