CAPITULO 1

559 12 0
                                    

Plano. Era plano. El color del techo nunca me había parecido tan feo y vacío como ahora. La temporada de hielo había pasado hace algunas semanas. ¿Cinco? ¿Diez? No recordaba hace cuanto qué me sentía así. Bien podrían ser días o años; en todo caso ya no importaba. Miles de kilómetros me separaban de la felicidad y triste o no, la vida ya no sería igual.

La bruma me invadió tiempo atrás haciendo qué mi cuerpo actuara en modo automático; mientras mi cabeza fue a la deriva perdiendo todo sentido del tiempo. Fue como un maldito desgarre en mi pecho y por más que trataba, ese vacío no se llenaba. Ni con licor, ni con fiestas, ni con sexo, ni con trabajo.

Me negué a seguir cometiendo errores; me negué con todas mis fuerzas a volver a intentarlo, porque si no tenía su compañía nada valía en realidad. Nada. Y luego los consejos de la gente llegaron. "Tómalo. Hazlo. No pienses. Sin remordimientos." "Olvidarás" esa fue la promesa qué me empujó hasta el borde. Lo intenté y fallé. Otra vez. Otra vez haciendo el imbécil; otra vez cayendo en la mierda...

Yuri... mi pecho subió y bajó pesadamente. Ella ya no era la mujer qué conocí. Intenté contactarla después de su partida; pero ella se negaba a dejarme hablar. Y un día medio desesperado, medio loco; la llamé de nuevo; la suerte es una perra. Me dije. Porque justo ese día hubiese dado cualquier cosa para qué no me contestara. Y lo hizo.

La conversación fue seca. Fría. Lejana. Ella respondía monosilábicamente; yo por todos los medios tratando de hacerla confiar otra vez en mí. Después de un rato de discutir; su modus operandi cambió. El sarcasmo y la ironía vibraron en su voz. La perspicacia sutil qué siempre la caracterizó y qué yo tanto admiraba en ella; fueron un puñal de doble filo qué se enterró en mi pecho retorciéndose.

-Yuri; por favor... por favor...

-Nada más qué discutir, Romanov. Lo lamento pero tengo qué colgar.

-¡Yuri! -el silencio de la línea me dejó helado; por un momento eterno creí qué ella simplemente había colgado.

-Ya... yo no soy Yuri, Romanov. Mi nombre es Elizabeth. Feliz tarde. -y ésta vez en verdad se fue.

No intenté llamar después de eso. ¿Dónde estaba mi chica? La destruiste, dijo una voz en mi cabeza. ¿Dónde quedó su dulzura? Se la arrebataste, ¿Dónde estaba la mujer inestable e inconsciente qué conocí y amé? Se ha ido.

Un movimiento a mi lado me distrajo un mili-segundo. Y allí envuelta en sabanas estaba la conclusión de mis respuestas. La voz en mi cabeza tenía razón. Yo la destruí. Le quité su dulzura, su inocencia. Me sentí como si hubiera pateado a un perrito. ¡Maldición! Era incluso peor que eso. Era saber qué ella confiaba y qué yo la había decepcionado.

-¿Por qué tan tenso cariño? - la figura a mi lado se acercó a mí. Sentí la incomodidad de mi piel cuando sus manos se deslizaron por mi pecho.

Sin resistir mucho la molestia me erguí y caminé hasta el baño.

-Toma el dinero y vete- dije sobre mi hombro.

-Pero querido...

-¡LARGO! - escupí explotando en ira. Luego cerré la puerta del baño y me sumergí en una consoladora ducha con agua caliente.

No podía creer qué todo esto me estuviera pasando a mí. ¿Cuando y cómo me enamoré? No lo sé. Yo había supuesto qué mis males eran solo pasionales; y así me dejé llevar por las emociones al tocar la dulce piel de mi chica. Siempre recordaría las incontables ocasiones en las qué la besé mientras entrenábamos.

Y siempre recordaría la forma maravillosa en la qué hacíamos el amor. Tres veces. Maldición; era tan poco. Tan desgraciadamente poco. Y el único consuelo qué me ofrecía a mí mismo era la consciencia de qué lo disfruté tanto como pude y lo aprecié como el tesoro qué era. La esquirla que me lastimaba, era pensar qué en la ignorancia de mi propio sentimiento, no le di a ella lo qué necesitaba.

ENTRE RUSIA Y TÚDonde viven las historias. Descúbrelo ahora