Esencia de luz 1

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Mi  hogar por siempre me esperó. Yo, Abel no deseaba ir a la casa grande, muy grande, antigua, con un halo de misterio y olor a guardado.
Me negué ,en muchas ocasiones, a abandonar el árbol de cedrón de mi antiguo hogar, el dejar a mi familia para reencontrarme con mi propia familia. Parecía una decisión absurda, cruel, inesperada,hoy logro comprender,
que jamás fue así.
-Esta es tu casa Abelito - me recriminaba mi padre.
-Te quedarás aquí, no irás los fines de semana a la otra casa - alzaba muy fuerte la voz y proseguía .
-Esta es tu casa- repetía.
-No deseo estar aquí - le decía yo  con un tono desafiante .
Me miraba fijamente con sus ojos muy grandes y negros, su cabello negro brillaba, se notaba que se había tomado su tiempo en peinarse.
Mi madre hermosa, muy joven, preocupada le decía :
-Si Abel desea irse a la otra casa, que se vaya, ya se acostumbrará a vivir aquí- le explicaba a mi padre.
-Pues no, aquí se queda, esta es su casa exclamaba mi padre enfurecido.
Y yo con la llegada de los viernes me escapaba a mi casa de cantos y tibios desayunos.
Mis hermanos reían y correteaban por toda la casa, traviesos,
despeinados, ajenos a mi llegada.
-Ven Abelito, patea , patea- me invitaba a mi hermano rubio y de tez muy blanca.
Jugábamos en los corredores  interminables, testigos de gritos, risas, corríamos y sentíamos ,que ese alguien, nos quería coger por la espalda.
La calavera nos observaba, nos seguía, sin nosotros saberlo, deseaba ansiosa unirse a los juegos, sobre todo, con mis hermanos más pequeños.
Este cráneo que adornaba la sala, exactamente reposaba arriba del piano. Piano como testigo fiel de mis primeras lecciones de la marcha turca y piezas musicales infantiles.
La calavera, formaba parte de la familia, perteneció a un niño indígena que mi padre en el trayecto de sus comisiones , lo rescató y lo exhumó de una vasija fría y olvidada, encerrada en un ritual mágico de los páramos.
Recordaba los cantos de mi abuelo, la estampa de mi abuela frente al cuadro del Corazón de Jesús, sus manos implorando por sus hijos,y con sus ojos llenos de lágrimas que suplicaban con oraciones y rezos.
Recreaba  en mi memoria las lápidas del cementerio y los nombres de mis amigos exhumados.
Yo ya había crecido y la rutina de los sábados quedaba  atrás como
los misterios y enigmas propios de la vida y de la muerte.
En algunos momentos sentía  la opresión en mi pecho y ya no deseaba visitar a mis amigos exhumados, sin embargo, las visitas al camposanto ya no eran necesarias para mí y solo en ocasiones acompañaba a la abuela a la rutina de los sábados.
La abuela ya no vestía de negro, ni cubría su cabeza con el velo blanco ni rezaba el Santo Rosario.
Ya sea en el día o en la noche, en cualquier lugar, yo Abel Cruz, percibía el tufo del cementerio, fragancias que podía relacionarlas y hacer una clasificación de acuerdo a la esencia espiritual de cada de ser.
Olor suave a rosas, violetas, nardos, a hierba recién cortada, a pino, a brisa de campo, a páramo y a leña ...
También llegaban olores nauseabundos, una mezcla de sangre y madera podrida, hedores a sudor, a formol y a colonia barata, a gasas sanguinolentas y desechos de intestinos putrefactos, a bacalao descompuesto, a desagües, a úlceras incurables y gangrenadas, a cloro y a hospital, a cloacas, transpiraciones de cuerpos en agonía emanando la última esencia de vida y transformándose en una fetidez inexplicable de espíritus negativos cargados de odio, envidia, traición, lujuria...
Llegaba a mi olfato lo dulce de la canela y el anís, a pan recién salido del horno, a dulce de higo, pechiche, guayaba, a hierbas medicinales, a espuma de mar, a sol,  arena ...
Almas que a su paso transmitían el olor de las virtudes como huellas que marcaron en vida : la fe, la esperanza, la caridad, la fortaleza...
En fin esencias propias y únicas aún no recreadas por los grandes perfumistas y que ninguna fórmula lograría superar por ser el néctar innato de la vida y también de la muerte.
La presencia de aquellos amigos que yo visualizaba en sombras sin color, en ocasiones se materializaban en cuerpos con forma, transparentes, sin ojos, sin boca, sin manos, únicamente siluetas sin rostros, sin cuerpos, seres espirituales vigilantes y melancólicos de vida, portadores de mensajes, vaticinando el futuro.
Ellos me miraban sin mirarme y me hablaban sin hablarme. Recuerdo la ocasión que más perplejo me dejó y que hasta el día de hoy puedo recordar con nostalgia y amor, con misterio, desolación y sin una pizca de resignación.
Como todos los sábados habíamos llegado al cementerio. El rezo del Rosario, las plegarias , madre e hija arrodilladas frente a la tumba, cada vez más fría, dándole quizás algo de calidez con los claveles blancos , nardos e ilusiones en una sinfonía de místico ritual.
Seguía con la mirada cada uno de los sepulcros olvidados y grises, lápidas con nombres borrados por el tiempo , apellidos incompletos con pintura deteriorada.
Ya no habían claveles, ni rosas, ni siempre vivas, ni tarjetitas, ¡nada.!Los floreros sin agua o ramas secas, capullos frágiles como cada uno de los recuerdos del aquel ser que nos negamos a olvidar y duele, ¡cómo duele! ser conscientes de que su risa y su voz solo son espejismos creados en la mente para consolarnos.
Leía y repetía el nombre y apellido de cada lápida, Ángel Jesús Yépez, María Edith Molina, Hugo José ... Más deletreé y me detuvo un nombre, me causó risa y me burlé de ella, tal cual, los nombres más extraños como los de la Provincia de Manabí, tales como Afolfo
Hitler Flores, Semen de los Dioses Bazurto, Perfecta Circuncisión Hidalgo, Martes Trece Santana, Himno Nacional Salgado, entre otros.
Aquel nombre extraño y ridículo se encontró perenne en mi memoria. De camino a mi casa repetía su nombre ZM una y muchas veces. No lograba deshacerme de este nombre y apellido, me burlaba y me preguntaba, qué se les cruzaría por la mente a quellos padres para bautizar a sus hijos con estrafalarios nombres que los llevarían vergonzosos o quizás con orgullo para toda su existencia.
Mientras deletreaba el nombre ZM, ella se paseaba por mi mente con la frescura de su juventud.
Escuchaba su risa y admiraba extasiado su rostro pálido, fino y delicado, simulaba el de unas las pinturas de los más hermosos, místicos e ininteligibles cuadros  de  Leonardo Da Vinci.
El color de sus ojos fueron un misterio, mas penetraba en mí la profundidad de su mirada. Yo tenía la certeza ,que de alguna forma ,sus ojos encerraban un enigma con poderes indescifrables.
Buscaba muchas maneras para reencontrarme con sus ojos, admirar la tonalidad y el tinte de sus pupilas, pero no lograba sostener su mirada en mi mirada.
Cubría su cuerpo con un vestido  de seda blanco, su cabello castaño ondulado, sus diminutos labios finos delineaban perfectamente su boca fuente de agua purificadora.
Al  sonreír cubría su boca con sus pálidas y delicadas manos, en su dedo anular derecho llevaba un aro dorado.
Intenté por siempre  mirar el color de sus ojos, sin embargo, aquellos ojos se perdían y me quedaba con la intriga de descubrir el color de su mirada.
En mi habitación invadía un aroma suave, mezcla de frutas cítricas, perfume de flores, rosas multicolores, exóticas orquídeas maceradas con el resplandor de la luna llena, el sereno de la aurora y el agua de las vertientes que se derretirían de la nieve más pura.
La fragancia que su ser espiritual derrochaba era la esencia de su alma pura fusionada con el olor insospechado del cosmos y las galaxias.
Yo Abel vivía ,desde ese entonces, con cierto nerviosismo, no lograba despojarme ni de la imagen perfecta de esta mujer como tampoco de su nombre, y menos de su peculiar fragancia.
Ahora tenía un rostro, un cuerpo, un nombre, un apellido y una esencia.
ZM de presentaba en mis sueños con su vestido de seda blanco, sus rizos castaños y su embriagador elixir de embriagantes amapolas.
-Abel. Estoy aquí, a tu lado, siénteme- escuchaba con claridad.
-Abel. Soy yo Z mírame  - y acariciaba mi rostro con su rostro.
No sentía temor e imitaba sus insospechadas caricias que despertaban en mí un mundo de sensaciones que como magia empezaban a aflorar en mi cuerpo de 17 años.
- ¿ Tú eres ZM? -le preguntaba mientras trataba de disimular las palabras entremezcladas que no lograba pronunciar junto a los movimientos temblorosos de mis manos y mi cuerpo.
- ¡Yo soy ! - me contestaba, me rodeaba con sus brazo y se marchaba en el silencio... se alejaba marcando cada espacio con su profundo aroma.
Me confundía, me transformaba, me enloquecía, seguro, era un sueño, una alucinación, y luego permanecía ,en todo mi ser, aquella sensación extraña de atraerla nuevamente, sobre mí, despojada de su vestido blanco, su desnudez, sus caricias, su inocencia, sus besos, su olor, ante todo eso, sí definitivamente, su olor.
Apretaba sus manos y sentía la delgadez de sus finos dedos y luego las ondas de su cabello cubrían mi rostro, y su perfume permanecía impregnado en mi pecho.
Mis manos tambaleantes seguían la silueta de su delgado y esbelto cuerpo, sus pechos aún tiernos de alba, me embrujaban de encanto y de los más insospechados deseos.
-¿ Z estás aquí ? ¡Has llegado !-pronunciaba con una voz casi imperceptible, con la total seguridad, de que ella me escuchaba.
Su sola fragancia lograba que mi cuerpo intentará fusionarse a un cuerpo inexistente, irreal, lejano, quizás falso; flotaba en el espacio y mis cinco sentidos se agudizaban percibiendo con locura su llegada.
Juntos salíamos de la realidad, sentíamos la frescura del viento y de los bosques, el frío de los páramos, la infinidad del océano, el romanticismo de las playas, testigos de nuestro encuentro, nos amábamos sin palabras, sin aliento, nuestras esencias se mezclaban formando un solo aroma, dos almas en un solo cuerpo.
Fueron los ríos y las playas testigos de nuestras risas, lechos de pasión en la arena, espejos de estrellas, lágrimas, suspiros, versos..
A ella le conté mi vida de niño, de Abel a los 12 años, de mis miedos y temores, de mis amigos exhumados, del misterio de la cajita dorada, de mi primer amor.
Ella me transmitía sus esperanzas y me contaba de sus días errantes en el cosmos, de sus sueños truncados cuando la sorprendió, violenta, inesperada su lúgubre muerte.
Detestaba la idea de que podría ser un sueño, una alucinación, una fantasía ... sin embargo, su esencia ya era mía como también la forma de su cuerpo como un molde perfecto en mis manos, mis huellas digitales que marcarían inexplicablemente las huellas de su encanto, de su sabor, de cada límite de su sin igual silueta.
Mi cuerpo humedecido de excitación y delirios, mi rostro con gestos, y muecas de satisfacción se transformaban de pronto y volvían a la calma como testigos de que aquella mujer se había marchado y si a caso, ¿sería para siempre?.
Me engañaba, seguro que mentía, y se marchaba como
huidiza entre las sombras del tiempo como los de mis deseos atrapados en un laberinto, en una trampa.
Se había terminado la rutina de los sábados. La resignación del hijo muerto había llegado al entendimiento, el luto, las  visitas, los rezos, el Ora Pro Nobis, el Ruega por Él ya habrían cesado y solo como un eco más de lamentos  habrían persistido en las tumbas del frío cementerio.
Pasaron algunas semanas y Z seguía en mí, cada paso, cada pensamiento eran dedicados a ella, mi amanecer y mi despertar por su presencia.
Teníamos diálogos y muchas veces, se inmiscuía en los poros de mi piel cuando menos la esperaba.
-¿ Z M por  qué me persigues?
¡ llegas y te vas a tu antojo...!
¡estás muerta! le recriminaba.
-Abel, tú no comprendes, yo no he muerto. - Replicaba enfatizando cada palabra.
-Sí , ¡estás muerta! , yo miré la lápida con tu nombre aquella mañana en el cementerio. Te debo una disculpa por la burla, me pareció, un nombre y un apellido extraño, gracioso- le dije, con cierto tono de arrepentimiento.
-Pero, ¿por qué dices?, que no
¡estás muerta !, sí, debió ser tu cuerpo el que reposaba en aquella tumba inscrito tu nombre ZM, en la parte superior del sepulcro de mi tío- le explicaba.
Ella enmudecía y no expresaba nada, impávida se alejaba de mis palabras.
-Creo mi error fue burlarme de tu nombre.- exclamé.
- Si deseas que haga algo por ti, dímelo- le repetía muchas veces.
-Sí, Abel ...te pediría algo que deberás hacer por mí. Completar lo inconcluso ... aquello que se quedaría a medias cuando llegó mi muerte. - Exclamaba Z con dolor y pesadumbre.
-Lo haré ,será una promesa- le decía, mientras la besaba en la frente .
ZM se alejaba de mí y la escuchaba llorar y con disimulo ahogaba sus lamentos.
Pasaban los días y la presencia de Z me convencía ,cada vez más, de que ella estaba viva para mí, únicamente para Abel Cruz; de alguna manera vivía, la escuchaba, la olía, la sentía y ya la amaba.
Cerraba los ojos, la buscaba, la llamaba y acudía hacia a mí traspasando los límites del
tiempo, del espacio, de la cordura, de la locura ... ¡No lo sé .!
-Ven amor, ¿dónde estás?, ¡ven!replicaba su tenue voz.
Cerraba mis ojos, me concentraba y la buscaba más allá de la luz, me sumergía en el espacio, desafiando las barreras entre la vida y la muerte, la cordura y la locura, el pasado, el presente y el futuro.
De pronto un escalofrío recorría mi cuerpo, mis piernas y mis brazos se enfriaban, un pequeño viento helado me cubría, era la señal inequívoca de su llegada, mi corazón se aceleraba, la veía llegar con su vestido de seda siempre blanco, adornaban sus tiernas manos un ramillete de florcitas blancas .
Abría más que mis brazos mi vida para recibirla,  mis labios para besarla, mis deseos para hacerla mía, mi alma para con la suya amarla.
El frío se transformaba en un calor inexplicable que me llenaba de excitación y de deseos de sentirla aún más, cada vez más....
Mis manos buscaban con ansiedad sus blancos pechos, a la vez sentía la suavidad y el olor de su cabello, quería  amarla y con besos explotar mi  inmadura hombría que en contra de mi voluntad mojaba todo mi cuerpo.
Ella se sentaba a mi lado, reposaba en mi pecho, yo inventaba juegos con sus cabellos y aprendía de memoria cada vértice de su cuello .
Con su voz apagada y temblorosa se acercaba apretando mi pecho y me decía :
-Abel puedo escuchar los latidos de tu corazón ... - me abrazaba como anhelando ser una sola alma, un solo cuerpo.
Yo le  decía con pesadumbre que en ella no latía un corazón. Me contestaba, con un tono de duda , como queriendo desafiar lo indesafiable.
-¿qué es un corazón que late?, ¿ acaso significa estar vivo.?
La traía hacia mí y le susurraba :
-¡ Mi corazón es tuyo ahora y late por los dos... !
-No es cierto Abel, yo vivo, siento, amo con la ausencia de un corazón, sin latidos- exclamaba Z con cierta resignación.
Este diálogo pensaba yo, tenía muchas incoherencias y yo
Exclamaba:
-No entiendo, cómo se puede sentir, vivir, amar sin un corazón, sin un cerebro, ¿acaso es el corazón el motor de los sentidos ? ¡No es el corazón el músculo que mueve los sentidos! es el cerebro. 
-Se puede vivir sin un corazón, sin un cerebro, sin pulmones, sin órganos, sin tiempo, Abel; es la fuerza del espíritu y su luz la energía de vivos y  muertos- exclamaba ZM como dándome no una lección de Filosofía o Metafísica, ¡no!  me había dado en pocas palabras la lección más perfecta del amor.
De pronto se había ido. El frío de mi cuerpo se disolvía y la tristeza me agobiaba, a tal punto, que no salía con mis amigos, comía poco, no estudiaba, me encerraba en mi habitación sentado a esperarla.
En ocasiones salía con mis primos y mis amigos, íbamos a las fiestas de los sábados, pero ella ZM iba a mi lado, me vigilaba, controlaba cada una de mis acciones y más aún penetraba en mis pensamientos, en mis sueños.
Ella estaba en mi mente, cerraba los ojos, la buscaba por el espacio, por las endijas de la luz, de la oscuridad, en los torbellinos y dimensiones hasta hallarla y atraer  hacia a mí su espíritu.
- Te quiero ZM. Solo tú-  le transmitía con esa convicción ,de que únicamente, el verdadero amor es capaz de traspasar todas las fronteras lógicas de lo racional.
Me daba señales de su presencia  inmiscuyéndose en cada una de mis acciones, en todo momento, percibía su olor de cosmos y este frío, aquel frío que como hiedra subía, crecía y me alborotaba, señal inminente de su arribo a mi cuerpo, de encuentros de su alma y mi alma, tal cual como acudir a una cita de amor insospechada.
Debía de alguna forma investigar en su vida pasada y averiguar o saber quién en vida fue...dónde vivió, qué estudiaba, sus gustos, sus preferencias, soltera o casada y ante todo, con la total angustia de enfrentar la dolorosa realidad, la razón de su muerte y cumplir su encargo, su deseo, su pedido.
Lo primero que se me ocurrió fue ir a su tumba.
Mi corazón, mi ser se quebraba e iba en una confusión dolorosa y contradictoria en la que mis cinco sentidos se rehusaban a enfrentar la realidad en la que ella, Z no encajaba, ¡amaba a una mujer inexistente! , sin embargo, la luz, su luz, esencia de vida pura, me permitía reflexionar que más que amar un cuerpo con un corazón vivo, había aprendido a amar el
alma, su alma, su esencia, juntos
entrelazados, no un cuerpo con otro cuerpo, sino alma con alma, mi aliento sin su aliento, un cuerpo empuñando a dos almas que se amaban.
Me vestí de luto, compré un ramo de flores blancas y fui al cementerio en búsqueda de su sepulcro, de su nombre escrito en la lápida. Debía enfrentarme a lo real : una lápida y con pesadumbre tener la certeza ,de que ahí , yacía su cuerpo inerte, carcomido, incompleto. Un cúmulo de huesos y osamentas, aún quizás sus dedos entrelazados y sin piel, su dedo anular con su anillo cubierto ya con polvo y cenizas. Una calavera, un cráneo dibujando a medias su sonrisa trastocada en una mueca de inesperada amargura.
Abel Cruz lloraba de impotencia, yo Abel, blasfemaba ante un destino, ante la vida, ante un Dios que no llenaba el vacío de mi inquebrantada fe.
Una confusión atormentaba mi calma, calma que como un cataclismo sacudió y  había cambiado mi vida, mi existencia de un solo tajo.
Llegué al cementerio e hice caso omiso de los olores y hedores que de aquí fluían.
Mis amigos exhumados salían a mi encuentro juguetones, mas yo Abel Cruz, ya no estaba para juegos, ni carreras, ni travesuras.
Mis amigos cual cortejo me seguían silenciosos y con total respeto.
Apretaba ,sobre mi pecho, las flores blancas para ella, para entregárselas amargamente y como un consuelo depositarlas, no en sus manos, si no en su tumba solitaria y fría, testigo guardando su cuerpo, sus restos, sus sueños .
No quería llorar y recordaba su vestido de seda blanco, sus caricias, sus besos, sus manos, su esencia pura y vital.
Era inevitable no llorar por ella, ignoraba qué causaba más desolación, tener la certeza de que amaba a una mujer irreal, a un cadáver, a una esencia espiritual, que finalmente el resultado iba a ser el mismo.
Afloraban los recuerdos de Abel con sus 12 años. Caminaba a pasos lentos como para detener la  tortura de cerciorarme de que ella ZM descansaba en aquel sepulcro, de leer su nombre muerto.
Llegué y caminé por el angosto callejón, sentía la presencia de mis amigos exhumados que me seguían en  silencio, me acompañaban en mi angustia, en mi duelo.
Busqué su morada, la tumba, la lápida, por un momento, en medio de mi confusión, creí haberme perdido entre las tumbas
y mausoleos, entre los caminos
empedrados del cementerio.
No hallaba la fosa, mis ojos húmedos buscaban su sepulcro, pero no apareció, ni su cadáver, ni su nombre en la lápida.
Mis ojos húmedos se encontraron con un vacío oscuro y fúnebre, un hueco solitario en espera de otro amordazado cuerpo.
Apreté con rabia el ramo de flores blancas y lloré pronunciando su nombre -¿ZM dónde está tu cuerpo ? -
Gemía arrodillado,  buscaba su luz, su nombre, de pronto, un frío cubrió mi cuerpo que como escarcha se adhirió a mi piel, su palpitar, su fragancia.
Me sentí rebosante de amor, de locura, de  éxtasis. ¡ Z estaba una vez más en mí. !
Z M mi amor exhumado... ¡mi gran amor.!

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⏰ Última actualización: Dec 29, 2017 ⏰

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