Capítulo 3

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-Es la última vez que te advierto sobre andar merodeando por los pasillos a estas horas, Sota -dijo el pelinegro, cruzándose de brazos con aire intimidante ante el rubio, a pesar de que solo se llevaban dos años de diferencia.

-¿Y por qué tú sí puedes estar aquí? -renegó el rubio con tono burlón.

-Yo sí tengo permiso. Ahora vuelve a tu cama si no quieres meterte en más problemas.

Sota suspiró con evidente fastidio y dio media vuelta directo a los dormitorios de su casa.

-Slytherin, ¿cuándo vas a aprender? -se dijo a sí mismo, sobándose la cabeza y apretando su varita con la otra mano.

-Señor Masuta.

-Diga, profesora McGonagall.

La profesora bajó sus lentes para observar al chico con más detalle. Parecía querer intimidarlo, pero Budo, que conocía perfectamente a la profesora, sabía que esa era simplemente una costumbre de la anciana para llamar su atención.

-¿Se ha enterado de la reunión de magos en el Caldero Chorreante?

-No, profesora. ¿Debería? -preguntó el chico mientras guardaba su varita bajo la túnica y se posicionaba firme ante la mujer.

-Me temo que sí. Han encontrado husmeando a unos estudiantes de su clase de Quidditch, metiendo sus narices en asuntos que no les corresponden. El Departamento de Seguridad Mágica amenazó con cancelar las actividades de la casa de Gryffindor. Dígales a sus amigos que dejen de entrometerse y no se metan en asuntos peligrosos.

-S-Sí, profesora -Budo se hizo a un lado para que McGonagall siguiera su camino, dejándolo solo en los pasillos.

¿Qué tanto querían averiguar esos mocosos? Siempre metiéndolo en problemas con los profesores... Si no fuera porque eran como su familia, ya los habría echado del equipo de Quidditch.

Budo acomodó su túnica, listo para volver a su habitación a dormir. Tenía derecho a merodear por los pasillos hasta tarde para asegurarse de que los estudiantes menores no hicieran travesuras fuera de la cama, pero él, como alumno, también debía respetar ciertas reglas.

Caminó hacia su dormitorio bajo la luz de la luna y alguna que otra antorcha encendida. Jamás se cansaba de ver los retratos encantados del castillo por la noche; era gracioso verlos dormir o roncar. Hubiera jurado escuchar al retrato de Brian Gagwilde III pronunciar frases obscenas a medianoche. Recordaba que una vez unos alumnos lo escucharon decir vulgaridades mientras dormía, lo que causó un escándalo que terminó con su traslado al despacho del director.

Budo, ya agotado y deseando recostarse en su cama, estaba a punto de subir las escaleras hacia los dormitorios cuando escuchó un resbalón del otro lado de la sala. Le resultó sospechoso, considerando que la profesora McGonagall hacía guardia en ese salón, y dudaba que a su edad anduviera correteando por ahí.

Tenía dos opciones: fingir que no había escuchado nada e irse a dormir o averiguar de dónde provenía ese ruido.

Su moral era más grande que su cansancio; no podía ignorarlo. Tomó aire en silencio y caminó directo hacia donde había escuchado el sonido, alejándose cada vez más de las habitaciones de los estudiantes.

Intentó no hacer ruido mientras se adentraba en la oscuridad del salón de Pociones, agudizando su oído para detectar la fuente de los sonidos. Los ruidos, que al principio parecían golpes contra madera hueca, se convirtieron en pasos que se acercaban lentamente hacia él. Algo que lo sorprendió, pues creía haber sido muy silencioso.

Los pasos se escuchaban cada vez más cerca, cada vez más fuertes. Le desesperaba no poder ver al causante debido a la falta de luz en la habitación. Ya quería acabar con esto e irse a la cama de una vez por todas. Decidido a sacar su varita para iluminar la situación, el dueño de esos pasos se adelantó.

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