1. Esperanza al pueblo en ruinas.

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Era el día número doscientos doce del calendario anual, se disfrutaba de una abundancia sin precedentes al cosechar los frutos de un año de trabajo en El Reino de la Cosecha, el ambiente era de fiesta. Como dictaba la tradición, todos los pueblerinos que gozaban de abundancia compartían lo que tenían con quienes no tuvieron mucha suerte en sus plantíos.

El día número doscientos doce en El Reino de la Cosecha era conocido a lo largo de Regelex como uno de los mejores ejemplos de cooperación y altruismo que había en Keona.

Durante los tiempos de júbilo se acostumbraba adornar las puertas de las casas con una planta medicinal llamada "Reaver", con el deseo de que las familias gozaran de una salud óptima el año que estaba por venir.

Todo era felicidad en El Reino de la Cosecha, sin embargo, en el sector sur del reino había revuelo por el robo de uno de los dispositivos que mantenían activa la barrera de la población. El robo de éstos dispositivos era un crimen grave por las consecuencias que podían derivarse de ésto, pues sin esa barrera, el mundo de Keona consumiría por si mismo a todo el poblado desprotegido, envenenándolo y matando a sus habitantes.

Varios fueron los días que pasó la barrera debilitándose lentamente ante los ojos atónitos de los pueblerinos, pues ésta estaba cerca del colapso. Ellos sabían lo que pasaría si la barrera se rompía sobre sus hogares, era un escenario terrible.

Fue en medio de todo éste revuelo que una persona se levantó en la plaza principal. Aquel individuo no era conocido en esos parajes, y aún así, consiguió acceso al palacio de gobierno del pequeño pueblo, causando desconfianza.

Aquel muchacho tenía una estatura mediana, tez clara y cabello oscuro. Vestía con botas de cazador y ropa informal, sobre la misma llevaba una gabardina roja, tenía lentes oscuros y una banda roja sobre su frente. Sobre uno de sus guantes llevaba un símbolo que no alcanzaban a identificar los habitantes, que pertenecía a La Orden de Regelex.

— ¡Gente! No deben temer por el robo del dispositivo... he traído un reemplazo que servirá para alimentar a la barrera mientras... — Gritaba el individuo a la multitud que miraba con desconfianza su súbita aparición — ¡Yo atrapo al culpable! — Concluyó.

Los pueblerinos rieron frente a la cara del chico que parecía ofrecerles ayuda, no en vano estaba diciendo algo demasiado improbable, pues las barreras requieren demasiada energía.

El humillado muchacho volvió a entrar al palacio de gobierno, encontrándose con el alcalde, éste miraba con regocijo la actitud del misterioso individuo.

— Es muy probable que... — decía, ahora con un semblante más serio — el dispositivo vuelva a robarse.

— ¿Entonces no tenemos salvación? — preguntaba el alcalde, frotándose las manos y sudando por la presión que había sobre sus hombros.

— No... de hecho es algo que deseo, cuando vuelva ese ladrón será el momento...

El hombre se retiró del palacio de gobierno y caminó un trayecto considerable hasta una carreta que estaba escondida tras los árboles de un camino hacia la ciudad.

— Yoko, es hora — Gritó, mirando a la mujer que descansaba dentro de la misma.

— ¿No me das cinco minutos más? No sabes que difícil es armar ésta cosa. — Respondió.

Aquel sujeto se sentó en la carreta para ver a Yoko armar un dispositivo del que él no comprendía nada, pero su mirada reflejaba la confianza que tenía depositada en ella. Su compañera de alguna forma captaba su atención.

Ella era de estatura media, tenía cabello castaño, tez clara y ojos color miel. Vestía con una falda de cuadros y un suéter gris, aunque lo más característico de ella era una boina azul de lana y un prendedor con el icono de La Orden sobre su cabello.

La Orden de Regelex: El misterio de KaleidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora