La experiencia más hermosa que tenemos a nuestro alcance es el misterio. Es
la emoción fundamental que está en la cuna del verdadero arte y de la
verdadera ciencia. El que no la conozca y no pueda ya admirarse, y no pueda ya
asombrarse ni maravillarse, está como muerto y tiene los ojos nublados. Fue la
experiencia del misterio (aunque mezclada con el miedo) la que engendró la
religión. La certeza de que existe algo que no podemos alcanzar, nuestra
percepción de la razón más profunda y la belleza más deslumbradora, a las que
nuestras mentes sólo pueden acceder en sus formas más toscas... son esta
certeza y esta emoción las que constituyen la auténtica religiosidad. En este
sentido, y sólo en éste, es en el que soy un hombre profundamente religioso.
No puedo imaginar a un dios que recompense y castigue a sus criaturas, o que
tenga una voluntad parecida a la que experimentamos dentro de nosotros
mismos. Ni puedo ni querría imaginar que el individuo sobreviva a su muerte
física; dejemos que las almas débiles, por miedo o por absurdo egoísmo, se
complazcan en estas ideas. Yo me doy por satisfecho con el misterio de la
eternidad de la vida y con la conciencia de un vislumbre de la estructura
maravillosa del mundo real, junto con el esfuerzo decidido por abarcar una
parte, aunque sea muy pequeña, de la Razón que se manifiesta en la
naturaleza.