Era el verano de 1953, la tarde era cálida y perfecta para jugar afuera.
Emilia, una niña lúdica y curiosa paseaba con su triciclo en su jardín, intentanto no pisar los hormigueros mientras su perrito la perseguía.
Emilia reía a carcajadas y sus risas atraian la mirada de varios vecinos que pasaban por ahí.
Pero quien más fijo su atención en la niña fue el viejo Fredy.
Él era un señor gruñon, poco alegre y muchos dirían malvado (muchos que después pudieron presumir tener razón)
Fredy, tuvo una esposa que murio por causas desconocidas hace más de 30 años, desde entonces el viejo se quedó solo en una enorme casa, negandose a venderla o a mudarse.
O al menos esa es la historia más popular en el vecindario, otras teorías dicen que mató a su esposa en un arranque de furia, o que estaba loco y en relidad jamás tuvo una. En fin.
La gente pensó muchas cosas de él pero nunca se imaginaron que en relidad fuera un asesino.

Esa tarde, Fredy llamó a Emilia y la invitó a su casa, persuadiendola con galletas de chocolate, ella aceptó gustosa y entró, pero ya no salió.

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