Sin título nº1

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Octubre contemplaba ya desde su afortunada posición. El viento congelado, que anunciaba el invierno, rozó mi piel con una áspera caricia, haciéndose notar en mis huesos.

Él mientras tanto se quedó impávido mientras miraba fijamente algo que solo él parecía ver en las manchas del lienzo a las que él llamaba arte. Lo miré a él y al cuadro en la pared y se sintió como si nunca hubiera sido y fue desgarrador. Pude sentir mi interior gritar de dolor en el momento en el que me miró como si no fuera nadie y empezó a recoger su ropa como si los últimos minutos no hubieran importado para él.

Siempre quedó claro qué era más importante, pero yo, ilusa y aún creyendo en la idea de un gran amor bohemio, albergué la esperanza tan fuerte como si temiera que se ahogara en aguas gélidas sin dejar ningún rastro. Al final, de tanto aferrarme, yo me ahogué con ella y sentí la embestida del hielo en mi pecho como si me hubieran caído toneladas de cemento.

Mientras tanto, octubre continuaba mientras el invierno empezaba a asomar la cabeza como si fuera una silenciosa premonición.

La vida continúa, tuve que aprender a patadas cuando de él no supe más.

Se había desvanecido como susurros lanzados al aire incapaces de tener sentido, y mucho más tarde empezarían a hacerlo los recuerdos del hermoso muchacho que observaba cuadros como si estuvieran hechos por el mismo Dios.

Se sintió como peso en mi espalda empujando de un cuerpo débil hacia abajo sin permitir la huida, ni el olvido, porque se había quedado en mí como un tumor. Se había asegurado de anclarse a mi espíritu con garras de hierro para luego irse desgarrándolo y dejándolo en ruinas.

Ríos de sangre desparramándose como si fueran lágrimas, o al revés, manchando el papel dejando la huella de lo que desesperadamente quería gritar.

Fue a finales de noviembre, cuando el invierno destrozaba lo que se interponía en su camino que volví a encontrarme con el hermoso muchacho de extrañas maneras. Su rostro normalmente refulgente de vida, se mostraba pálido. Sus manos usualmente manchadas de pintura, con dedos temblorosos se agarraban a las sábanas con pavor de lo que la fría estación del año anunciaba.

Sus ojos, aquellos pozos castaños, observaban enfermos y entrecerrados la habitación viendo con temor que la vida se escapaba de él y seguía su camino, tal como él hizo meses atrás con esta muchacha de tiernas ilusiones.

Sus dedos se sentían como garras entre los míos y pareció como si estuviera agarrando mi corazón y lo apretara fuerte, dejándome sin respiración.

Mantuve su mano durante todo su trayecto, escuchando la que solía ser nuestra música favorita.

En el momento en el que sus dos pozos castaños se cerraron y sus dedos dejaron de apretarme sentí que noviembre entrometido me robaba el aliento una vez más durante lo que pareció una vida entera, la que nunca compartí con el muchacho de malas maneras, pero cuyo final compartí con él como si fuera el último beso que más tarde guardaría como un tesoro.

Permanecí entumecida por mucho tiempo a causa del invierno cruel y los recuerdos que su estela iba dejando. Se veía marzo en el horizonte con la promesa de una hermosa primavera y yo aún podía sentir su mano sudorosa agarrada a la mía como si fuera su última esperanza, como la última plegaria lanzada al cielo antes de finalmente partir y dejar los pedazos cortantes conmigo con la única labor de protegerlos como su último recuerdo.

MortDouce

Pensamientos de una mente inquietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora