Mi casa

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Ven, entra a mi casa. Hace frío ¿verdad? No tengo calefacción en la entrada, lo que hace que mucha gente no se sienta a gusto al entrar. En un momento recuerdo que el aire cálido aún llegaba, pero ahora muy pocas veces se muestra. Ese no es el tema. Puedes dejar los zapatos ahí, junto a los de las otras personas que han estado. Me gusta guardar pertenencias de la gente que poco a poco ha ido contribuyendo en la formación de lo que ahora conozco como mi hogar. Sé que es un recibidor simple, sin mucha decoración. De vez en cuando algunas baldosas explotan, más adelante te explicaré por qué. Sígueme. Por este pasillo. No, ese no, éste. Esos dos pasillos son un callejón sin salida, un pozo sin fin. Muchos de mis invitados se pierden entre esas paredes angustiosas. Por aquí, suígueme. El pasillo principal. Sí, este. Como vuelves a ver, es bastante espacioso. Acogedor, ¿no te parece?. Hay bastante decoración por aquí y por allá. Si te fijas con atención, tras esta capa de aglutinadas personalizaciones, se puede encontrar el muro con la pintura original. Recuerdo que la pared era preciosa, de un color negro azabache. Desgraciadamente, el negro no atrae, así que ahora ya casi no puedes notar el color puro que se esconde tras todo. No sé cuando me empezó a importar más la opinión de mis huéspedes que mi propia concepción de la belleza. Bueno, seguimos. Mira a la derecha. Esa habitación. Sí. La primera que encuentras. Esa mejor que no entres. Guarda pensamientos raros, ahí puedes encontrar objetos de mi yo más casual, perturbador. Eso también atrae a bastante gente, es una habitación... ¿divertida? ¿curiosa? No sabría definirlo exactamente, pero los que entran, díficilmente salen, y terminan perdiéndose el resto de la casa.

Bueno, qué más da. Sigue caminando por el pasillo. Detrás, la segunda puerta que encuentres. Es bastante sosa. Es una habitación aburrida donde, con el paso del tiempo, la gente ha dejado sus huellas, lo que hace que parezca una mezcla de personas. Esa habitación es sencilla. Normal. Nada fuera de lugar.

Seguimos avanzando. La tercera habitación que encuentres. Sí, ésta. Cuidado cuando entres. Caerás en el vació del Universo. Ahí, mi pensamiento es tan denso que puede que te aplaste, o que no lo entiendas. Las ideas chocan como asteroides y crean meteoritos nuevos que caen sobre los planetas, lo que serían mis pensamientos más sólidos. Es el lugar de la casa donde más filosófico me pongo. No entraré, gracias, aunque puedes quedarte echando una ojeada.

¿Ya has terminado? Vamos a la cuarta estancia. Ugh. Odio esta estancia. Como ves, casi siempre está cerrada con candado, pero hace poco se ha roto. Aquí residen mi tristeza y mis penas. Mis mayores preocupaciones. El suelo está inundado de lágrimas, por eso la entrada casi siempre está mojada. Ahora que no hay puerta que frene el agua, ésta se ha esparcido por todo el piso. Por eso la odio. Se filtra por el suelo y pudre las bigas, así que periódicamente tengo que cambiarlas. Hay muchas personas que han abierto esa puerta. Invitados de confianza que puede que le dieran un golpe accidentalmente, ya que es muy frágil, o que tenían curiosidad por saber qué se escondía dentro. Bueno, no hay mucho que ver, no vaya a ser que el aroma depresivo te envuelva. Pues aquí estamos. El final del pasillo. A la derecha, la cocina más comedor. A la izquierda, las escaleras al segundo piso.

Visitemos la cocina. Aquí se cocinan mis pasiones. Mis hobbies. Se crean todo tipo de recetas que se cocinan. Unas se queman. Otras resultan estar malas después de probarlas. Las que me acaban gustando terminan en esa vitrina. No sé cómo, pero la comida no se descompone ahí dentro. O por lo menos duran mucho más que afuera. Algunas sí que acaban por descomponerse, entonces los desecho. Los platos más exquisitos son mis más grandes ilusiones. De vez en cuando hay personas que dejan recetas o incluso manjares exquisitos que me han llegado a encantar. Otras veces me han llegado a provocar náuseas. Algunas son indiferentes, las pruebo y no me desagradan, así que se quedan en el comedor, esperando a que el tiempo haga algo con ellas. Normalmente desaparecen. Así sin más.

Subamos las escaleras. Pues eso. Dormitorios. Obvio, no? La mayoría son de invitados, los invitados más importantes, por no decir todos. Muchos están libres. Otros ocupados. Muchos lo estuvieron en su momento. Otros están vacíos, pero siguen los recuerdos de las personas que alguna vez residieron. Bueno, aquí tenemos dormitorios de todo tipo. Decorados de mil maneras diferentes, con sus respectivos colores y objetos. Decoraciones y pertenencias personales. Procuro que siempre estén en el mejor estado posible, aunque no siempre puedo conseguirlo. Por ejemplo, esta habitación. Estuvo ocupada en su momento, pero el huésped ya se ha marchado. Las paredes han empezado a derrumbarse. Las baldosas sueltas, tiradas por el suelo. El polvo reina en estas habitaciones. Su personalidad sigue presente ahí, no suelo mover mucho las cosas. Hay veces que prefiero retirar todo y tirarlo a la mierda. Destrozar la habitación. Derrumbarla. Después desaparece sola. Misterios de la vida. El problema es que el golpe de martillo suele romper la puerta de las lágrimas, así que prefiero contenerme siempre que puedo. Muy divertido todo. Hay otras veces que prefiero mantener la habitación, con la esperanza de que algún día su propietario vuelva y la llene de vitalidad. Casi nunca vuelven, pero siempre mantengo la esperanza.

Sube conmigo al último piso. Et voilà. Esta es mi habitación. Espaciosa, ¿no? Lamento que esté en este estado. Como ves, hay roturas en las paredes, tapadas con tiritas gigantes y el olor a lágrimas. En el centro está mi generador de energía propio. Aveces suelta algún chispazo y se sobrecalienta, lo que hace que las baldosas del recibidor salten. Es un lugar bastante alergre, pero es como el tiempo. El ambiente cambia según el estado de la casa. Normalente es tranquilo. Pero mira, ese armario. Si lo abres, verás mi mundo de felicidad. Pocas veces se abre del todo, pero aveces se filtran rayos de todos los colores imaginables.

Y esta es mi casa. Hay muchas más habitaciones, algunas que ni conozco, algunas a las que he cogido un cariño desmesurado. Sí. Ese ruido que escuchas. La habitación de la tristeza se ha puesto en marcha. Desde hace bastante que siempre está en funcionamiento. Me preguntarás que porqué no cierro la puerta con el candado.

Y te responderé: Podría, pero he perdido la llave.

Los últimos invitados que entraron se la llevaron.

Y como antes he dicho, casi nunca vuelven.

Mi máquina de escribirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora