Tic, tac, tic, tac... se movía el reloj de la pared marcando la hora, eran las 8:00 am en Escocia y la nación sede aún estaba en cama y no era por estar enfermo ni nada por el estilo, estaba acostado mirando al techo, estaba distraído, extraño, pensativo. Se sentó bien en el respaldo de la cama tomando la cajetilla de su tabaco favorito, estaba desnudo mirando su lecho; posó un cigarrillo en sus labios carmesí y miró de nueva cuenta la espalda blanca y delicada de su nuevo compañero de colchón.
Aún no lo creía, aún no podía asimilarlo, regresó su vista al techo mascando por ansiedad el delgado tubo de nicotina, miró los rubios cabellos que se perdían en la luz del sol que entraba por la ventana, negó con la cabeza observando esa sabana tan oportuna que cubría la espalda baja de dicho sujeto.
-Es una broma, no puede ser-
Musito en voz baja, trató de mirar al otro lado de su cama, a través de esa montaña de cuerpo, frunció irritado al percatarse de ciertos anteojos que no le pertenecían, recordando el momento en el que lo despojo de los mismos.
Carraspeo y se llevó su mano a la frente dando suaves masajes. El problema que Scott Kirkland veía en ese instante no era quien compartía su lecho, si no, el por qué, eso le preocupaba.
Ya hacia demasiado tiempo que dejo esas promiscuidades, la razón fue porque se había enamorado de Arthur e incluso ya se había comprometido con él. En su cabeza daba vueltas una pregunta ¿por qué Alfred?
Suspiró pesado desviando la mirada perdiéndose en esa blanca espalda tatuada sin duda de marcas hechas por su boca, se mordió sus labios y cerró sus ojos recordando cada una como fue hecha, se hundió en el mar de esa hermosa noche de deseo y mucho placer. No había estado lo suficiente ebrio como para haber caído en la lujuria, ya que esa noche, ninguno de los dos rascó la cabeza, resolvía mentalmente lo que acontecería a continuación, el americano no hablaría y le haría callar obligándolo.-Porque tuvo que ser en mi fiesta de compromiso-dijo en susurro.
Una imagen se presentó en su memoria justo cuando la voz jadeante del rubio le decía "n-no seas tan duro conmigo, aun soy virgen", iba reír pero no lo hizo, "me acosté con un niño, y que niño...", se decía sabiendo bien que la Federación Rusa peleaba por el a capa y espada.
No había sido un error, ese Newyorkino asqueroso y emancipado a quien odiaba con todo su ser por haber lastimado a su prometido al independizarse, había sido un exquisito y delicioso amante, digno de los reyes, daba gracias por haber podido invadir tierras vírgenes americanas.Agachó la cabeza al haber llegado a esa conclusión. Nadie sabría lo que pensaba solo él.
Se acercó a contemplar el rostro que dormía del menor, le acarició leve la mejilla y dejo un tierno beso en él.-Para nada fue un error-
¿Errores?, ya había cometido varios, pero esta vez, no lo era, ya que un error no se disfruta, no gusta, así que no lo era, en definitiva. Era todo lo contrario, lo disfruto y le gusto.Con la misma se levantó, indagó por toda la habitación parecía que un tornado había devastado ahí, jarrones tirados, los sillones de cabeza, negó con una sonrisa pícara, levantó su ropa colocándosela, retiró el cigarrete de sus labios dejando salir unas frías palabras que muy en el fondo no quería decir.
- Es hora de que te largues-
Enredó sus blancos dedos en aquellos dorados cabellos. Le impresionó esos ojos azules al despertar, la delicadeza de esos parpados al abrir. Su aguda voz se escuchaba ronca, justo era por aquellos gritos que dio la noche anterior.
-Ya lo sé-
Le soltó de manera brusca a la almohada y se alejó del mismo. Al fin miró su encendedor y prendió su preciada adicción.
Alfred se estiró en la cama y se levantó, tomó su ropa que estaba cerca de la puerta mirando de reojo al escocés, esperando al menos un "gracias".El pelirrojo soltó algo de humo y le miró con odio.
-Más te vale que no abras la boca o no dudare en acabar con tu cerda vida-El ojiazul asintió colocándose los lentes mirando lascivamente a través del cristal aquellos orbes verdes de quien lo había tomado salvajemente.
-See you later...-
Salió de la habitación con su ropa en brazos, se vistió en el pasillo, bajó y le robó galletas de la alacena y se marchó de ahí.
-Me lleva el diablo, porque ese maldito emancipado-
Se tocó el mentón y suspiró, ya se había marchado y su vida continuaba normal, todo iba bien, hasta ahora. Había estado histérico todo el día por culpa de la noche anterior, no se había percatado de lo tarde que era, hasta que miró de pronto la ventana notando el cielo estrellado anunciando que el día terminaba, eso le enfureció más, culpable de su pesar Alfred F. Jones. Tomó un baño tratando de borrar el aroma ajeno que tenía su piel, imposible, había unas diminutas en él, provenientes del continente americano.-¡Ese infeliz!-
Sin apetito decidió ir a dormir, subió a su dormitorio viendo la escena, pareciese lugar de un crimen, se dispuso a acomodar todo, cambió las sabanas, se quitó la playera y dejó caer su anatomía al colchón.
-Ahh...-suspiró, abrazando su almohada hacia su rostro, cerrando sus ojos cuando de pronto un aroma como una bofetada sintió. Tiro el pequeño colchón a su lado, tocándose el mentón. El aroma dulce de las calles New York, conocía bien ese aroma ya que había estado ahí alguna vez.
-Cálmate Scott...antes de que entres en paranoia-
Se dijo tratando de convencerse a sí mismo, a pesar que su cuerpo no estaba ahí, lo percibía, su almohada estaba contaminada de él, en su cuerpo, en su vida, en su alma y tal vez, en su corazón.-A la mierda el maldito, por mí que se muera-
Se sentó en la cabecera y tocó su lado libre de la cama, pensado en que solo era un mal sueño, que había sido muy rico, sí, pero debía olvidarlo, en 15 días se unificaría al territorio inglés y América no estaba en sus planes, disponerse a olvidar todo lo bello que fue y por su maldito orgullo, humillar como a un perro a aquel joven hombre que le había hecho sentir la maravilla de hacer el amor en verdad.

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CRÓNICAS DE UN EGOÍSTA
FanfictionScott Kirklanda esta a dos semanas se casarse con Arthur Kirkland. Justamente en la fiesta de compromiso, empieza a ver a Alfred F. Jones de manera distinta, pero, el ser natural del escocés, lo lleva a ser un egoísta con el americano. Los personaje...