¿Qué es lo que a los demás les motiva? ¿Cómo pueden levantarse cada mañana tan seguros de lo que quieren hacer? ¿Lo hacen en verdad? Siempre acostumbré a hacerme preguntas sin aparente respuesta. Qué abrumador, desesperante y divertido es estar, cada momento, pensando en todo y en nada. Me obligué a levantarme, tomé mi celular sólo para darme cuenta de que ya iba media hora tarde a mi trabajo: las diez y media. Ese trabajo no me hacía feliz. Pero al menos, y me sentía afortunado por ello, no me agobiaba en lo absoluto; era fácil y me quedaba mucho tiempo para leer en el cuarto de servicio; era un hotel chico y pocas veces necesitaban servicio a la habitación. Además Tepic siempre fue un municipio muy pequeño; la gente no venía a vacacionar, huían más bien. Parte de lo que me gustó siempre de mi ciudad era eso: llegan las vacaciones de semana santa, por ejemplo, y el municipio queda casi desierto, y debido a eso es más gratificante salir a caminar y tomar el transporte público.
Me levanté entonces a las diez y media, me cambié de camisa y me puse los vans de siempre. Y así, sin peinarme, sin darme una ducha, tan sólo con un poco de desodorante salí corriendo a donde debía. "Deber", pensé mientras habría el cuarto de servicio. "¿Qué debo hacer?", pensaba sin poder esbozar, siquiera, una ligera respuesta. De muchas maneras, desde pequeño, siempre se me enseñó que existía un deber, un bien, un mal y con ello cierto orden en el universo. Pero, gracias a dios, yo era demasiado ateo para creer en esas cosas. Quizás por eso la gente se engaña y se inventan sus filosofías bonitas de tergiversación: "las cosas deben ser tal o cual", "eso está bien" o "eso está mal". "Se debe ser así y no asá", por algo la gente habla tanto de otros; lo que quiero decir es que, quizás de esta manera, se tiene cierto pilar "moral" o actitudinal, de esta manera la gente no se confunde y así se viven vidas más relajadas y distraídas; porque yo, al menos en mi caso, que me cuestiono casi todo, no tengo esa seguridad. Pero al menos estoy consiente de ese desorden real, esa falta de divinidad que le da sentido a todo; nada de eso es verdad, no hay bien ni mal, dios no existe, la muerte te desaparece y el tiempo es un concepto. Para mí el deber es tender a la verdad y no a lo primoroso. Es lo único que siempre me llenó, supongo.
No había pendientes en el trabajo, por suerte, ese día no me cansé y me la pasé leyendo hasta las dos, cuando volví a casa para comer. Vivía con un par de imbéciles: mi hermano y mi madre. Amé siempre a mi madre, claro está, pero siempre fue más depresiva que yo y nunca estuvo ahí para ninguno de sus hijos. Era además machista, tan creyente como un niño y le fascinaban los programas melodramáticos, las noticias y todos esos medios que solo sirven para distraernos, dejarnos huecos, sin espíritu, sin voluntad, tan sólo dejándonos con un pensamiento mediocre de las cosas. Incluyo a las películas en esto. Mi madre: superficial. ¡Ah! Y homofóbica, no tanto como mi padre, pero lo era. La mayor bruma ahí era que yo era bisexual. Lo soy, aunque siempre hubo más hombres que me despertaran un verdadero deseo sexual, hay mujeres de sobra que me fascinan. Y está mi hermano: ¿qué decir? Como una combinación de todo lo malo de la familia llevado al límite. Considero de hecho que siempre fue buena persona, en el fondo, muy en el fondo, en lo más profundo del subconsciente, tal vez; machista, mujeriego, mediocre (mentalmente), con gustos terribles y lo suficientemente plebeyo para ser popular. Nada de esto me importa de hecho, puesto que me interesa poco la vida que lleven los demás, yo no tengo qué juzgar, pues cualquiera puede vivir como quiera. El problema viene cuando me quiere controlar, como si fuese su soldadito, su cautivo, como si tuviera que llamarlo señor, ¡sí, señor! Todo tengo que hacerlo, para él; tiene una necesidad intrínseca de sentirse la autoridad, el nivel mayor, quien tiene la última palabra; obstinado, violento; si algo no sale como él quiere, suele romper cosas, golpear las paredes hasta sangrar, aventarlo todo por todos lados y, de vez en cuando, golpear a una de mis hermanas, o al menos intentarlo. Ahí si me molesta. Por otro lado, si fuese necrofílico, me daría completamente lo mismo. Yo, ocho años menor que él, no me quedaba más que hacerme a la idea de tener que vivir ahí, marginado, infeliz y solo hasta, por lo menos, acabar la universidad. Me serví espaguetis, agua de horchata y me encerré en mi recámara: mis aposentos, mi cueva, mi mundo, mi salvación: libros por doquier, una computadora con Internet, vídeojuegos, cigarrillos, droga y música. ¡Ah! Ninguna mejor manera de escapar.
Me dí, ahora sí, una ducha antes de ir a la preparatoria, que empezaba a las cuatro cuarenta. Era como la opción de preparatoria para los que hicieron mierda su primera oportunidad, como yo. Por esta razón los grupos eran pocos y pequeños; gratificante para mí. Llegué al salón de clases. Algunos esperaban ya, sentados en sus respectivos lugares, a que el profesor de matemáticas llegara. Los lugares los habían elegido ellos mismos, y desde entonces jamás se habían movido de ahí. Yo llevé mi mochila hasta la parte de atrás, una hilera antes de la última de la derecha; nunca me había sentado ahí; me gustaba cambiar de silla de vez en cuando. Cuando volví de la cafetería, donde me había fumado un cigarro, noté, con una clara exaltación, una nueva cara; una cara amable, sonriendo con bellos labios y frenos dentales, mirada profunda ¡ah! Llevaba una camisa roja la cual envidié; llevaba un estilo con un gusto Real. Se veía un joven de al menos diecisiete años. Y ahí, estupefacto, me senté para seguir mirándolo, con el corazón acelerado. ¿De dónde había salido esa belleza? Hacía mucho que no me enamoraba a primera vista.
ESTÁS LEYENDO
Marginados sin voluntad.
TeenfikceRonaldo conocerá por primera vez a un joven con el que cruce tantas miradas, sonrisas anormales; sucesos probablemente oropeles. Tanta confusión le disolverá su hastío. Nota del autor: Esta obra es un reflejo de mis conflictos y vivencias; no prete...