El retrato de Dorian Gray

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EL RETRATO DE DORIAN GRAY

OSCAR WILDE

Prefacio

El artista es creador de belleza.
Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte.
El crítico es quien puede traducir de manera dis- tinta o con nuevos materiales su impresión de la belleza. La forma más elevada de la crítica, y tam- bién la más rastrera, es una modalidad de autobio- grafía.
Quienes descubren significados ruines en cosas hermosas están corrompidos sin ser elegantes, lo que es un defecto. Quienes encuentran significados bellos en cosas hermosas son espíritus cultivados. Para ellos hay esperanza.
Son los elegidos, y en su caso las cosas hermo- sas sólo significan belleza.
No existen libros morales o inmorales.
Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo. La aversión del siglo por el realismo es la rabia de
Calibán al verse la cara en el espejo.

La aversión del siglo por el romanticismo es la ra- bia de Calibán al no verse la cara en un espejo.
La vida moral del hombre forma parte de los te- mas del artista, pero la moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Incluso las cosas que son verdad se pueden probar.
El artista no tiene preferencias morales. Una pre- ferencia moral en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo.
Ningún artista es morboso. El artista está capaci- tado para expresarlo todo.
Pensamiento y lenguaje son, para el artista, los instrumentos de su arte.
El vicio y la virtud son los materiales del artista. Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el modelo es el talento del actor.
Todo arte es a la vez superficie y símbolo. Quienes profundizan, sin contentarse con la     su-
perficie, se exponen a las consecuencias.

Quienes penetran en el símbolo se exponen a las consecuencias.
Lo que en realidad refleja el arte es al espectador y no la vida.
La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y que  está viva. Cuando los críticos disienten, el artista está de acuerdo consigo mismo.
A un hombre le podemos perdonar que haga algo útil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla infinitamente.
Todo arte es completamente inútil.
OSCAR WILDE

Capítulo 1

El intenso perfume de las rosas embalsamaba el estudio y, cuando la ligera brisa agitaba los árboles del jardín, entraba, por la puerta abierta, un intenso olor a lilas o el aroma más delicado de las flores rosadas de los espinos.
Lord Henry Wotton, que había consumido ya, según su costumbre, innumerables cigarrillos, vis- lumbraba, desde el extremo del sofá donde estaba tumbado -tapizado al estilo de las alfombras persas-
, el resplandor de las floraciones de un codeso, de dulzura y color de miel, cuyas ramas estremecidas apenas parecían capaces de soportar el peso de  una belleza tan deslumbrante como la suya; y, de cuando en cuando, las sombras fantásticas de pája- ros en vuelo se deslizaban sobre las largas cortinas de seda india colgadas delante de las inmensas ventanas, produciendo algo así como un efecto japonés, lo que le hacía pensar en los pintores de Tokyo, de rostros tan pálidos como el jade, que, por medio de un arte necesariamente inmóvil, tratan  de

transmitir la sensación de velocidad y de movimien- to. El zumbido obstinado de las abejas, abriéndose camino entre el alto césped sin segar, o dando vuel- tas con monótona insistencia en torno a los polvo- rientos cuernos dorados de las desordenadas ma- dreselvas, parecían hacer más opresiva la quietud, mientras los ruidos confusos de Londres eran como las notas graves de un órgano lejano.
En el centro de la pieza, sobre un caballete recto, descansaba el retrato de cuerpo entero de un joven de extraordinaria belleza; y, delante, a cierta distan- cia, estaba sentado el artista en persona, el Basil Hallward cuya repentina desaparición, hace algunos años, tanto conmoviera a la sociedad y diera origen a tan extrañas suposiciones.
Al contemplar la figura apuesta y  elegante  que con tanta habilidad había reflejado gracias a su arte, una sonrisa de satisfacción, que quizá hubiera podi- do prolongarse, iluminó su rostro. Pero el artista se incorporó bruscamente y, cerrando los ojos, se cu- brió los párpados con los dedos, como si tratara de aprisionar en su cerebro algún extraño sueño del que temiese despertar.
-Es tu mejor obra, Basil -dijo lord Henry con ento- nación lánguida-, lo mejor que has hecho. No  dejes

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⏰ Última actualización: Apr 15, 2017 ⏰

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