t r e s

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El sol, hambriento de atención, despegó mis ojos enganchados por legañas, de manera codiciosa. Acomodé vagamente mis brazos, que se encontraban alrededor del cuerpo de mi señora. Cerré los ojos a la vez que aspiraba su esencia, impregnándome de aquel momento tan fugaz. Quise volver a dormir, poder seguir deleitándome por la situación en la que me encontraba, pero el gallo, procedente de las granjas fuera del castillo, machacó las ganas de descansar que aún tenía dentro. De mis labios escapó un suspiro cuando el animal cacareó por última vez a la vez que mi señora se acomodaba en el hueco entre mi clavícula y los músculos de mi espalda. Sentí un cosquilleo brotar de cada una de las células de mi organismo, una sonrisa se plasmó en mi pálida y flaca cara, me tapé el rostro con la mano intentando evitar que alguien pudiera llegar a ver mi notable y evidente sonrojo. Me sentía feliz, tan y tan feliz.

Mi señora volvió a moverse en su posición, esta vez, apoyó su cabeza en la fría almohada cubierta por mi brazo, ella, mi dama, tomó entre sus manos la mía, apegándose como si de un escudo se tratase. Observé con devoción a la mujer entre mis brazos, ella era una diosa.

Me apoyé en un costado de mi cuerpo, encarándome hacia mi dama, la besé en la frente, justo en la zona entre sus dos cejas. Su piel, suave, me hacía cosquillas en los labios. Sin poder evitarlo, tracé un camino de besos en dirección sur, mi corazón aceleró su paso cuando llegué a sus labios, los besé con ternura, intentando transmitirle en sus sueños todos los sentimientos que tenía por ella. Tampoco pude controlarme en el instante en el que mi cuerpo, por propia voluntad, se colocó encima de mi señora, ella quedó boca arriba, con la cabeza apoyada en el cojín. Acerqué de nuevo mis labios, ya hinchados, a su cuerpo, esta vez, depositando besos encima del pequeño lunar en la parte alta de su pecho. Coloqué una de las manos que me servían de apoyo en su cadera y succioné con parsimonia la zona contigua a aquella mancha en su perfecta piel. De su boca salió un gemido involuntario que me erizó la piel, un creciente endurecimiento reinó en la parte baja de mi vientre. Me aparté de ella para ver, orgulloso, la marca de mi presencia que había dejado en su piel.

Mi cabeza reaccionó al instante y mis manos empezaron a sudar como nunca lo habían hecho, aquella marca, tan cercana al final de las telas que mi señora usaba diariamente, era demasiado visible, ella iba a ver que esa señal estaba ahí y solamente podía haber sido yo quien se la había hecho.

Comencé a entrar en pánico cuando mi señora se removió, incómoda y pestañeó un par de veces. Fugaz como un rayo, me estiré a su lado y cerré los ojos, intentando aparentar que seguía dormido y que en ningún momento había estado teniendo pensamientos indebidos con aquella mujer, esperaba con ansia que no escuchara el latido de mi corazón acelerado.

Mi señora refunfuñó y se levantó de la cama, quedando completamente sentada. Oí como la piel de mi dama se deslizaba por las sábanas hasta quedar fuera del camastro*.

—Jimin... —Habló ella con voz somnolienta, volví a sufrir— ¿Estás despierto?

Me hice el dormido durante un par de segundos y a continuación intenté susurrarle en contestación.

—Ajá, mi señora.

—¿Cómo has dormido? —Hizo una pequeña pausa— ¿Te sientes mejor?

Me giré en dirección a mi señora, ella se encontraba mirándome a los ojos, en cuanto a los míos, se desviaron fugazmente a la marca en el pecho de ella. Evité la pregunta que me había hecho.

—Mi señora... ¿qué es aquello en su cuerpo?

Su rostro, confuso, bajó hasta poder observar la marca que yo mismo había dejado ahí cuando el reloj de agua** aún no se había acabado.

—Oh... debo haber golpeado mi pecho contra las varas de madera.

—¿Le duele, mi señora? —Negó con la cabeza y un gran peso se escurrió de mis hombros.

Estuvimos algunos segundos en silencio hasta que mi señora habló.

—Sal, tengo que cambiarme.

—¿No quiere que la cambie yo?

—Ocúpate de recoger mi almuerzo, me siento débil esta mañana.

—Así lo haré, mi señora.

Me levanté del camastro y decidido a salir de la recamara de mi señora, abrí la puerta, siendo detenido por un pequeño grito de mi dama.

—Tengo que hablar contigo después, así que no te demores.

Le dediqué una reverencia y salí por patas hacia la cocina.

Ahí estaba, de nuevo, frente a la estancia de mi señora. Toqué un par de veces con los nudillos de la mano, esperando el permiso de mi señora para poder atravesar la puerta que me confinaba a un estado de nerviosismo. Su voz, apagada, me llamó des de dentro. Agarré el pomo de oro que desbloqueaba la puerta y me introducí en el interior de la pieza, estaba oscura y olía a humedad.

—¿Mi señora?

Un sollozo procedente del interior de las sábanas me encogió el corazón. Corrí hasta llegar al lado del pequeño nódulo que había en el centro del camastro.

—Mi señora, ¿qué le ocurre? Por favor, dígaselo a su fiel siervo.

La cabeza de mi señora asomó entre los pliegues del mantel de seda que cubría su cuerpo, sus ojos, rojos e hinchados me partieron el interior en mil pedazos.

—Durante tu ausencia —Comenzó a hablar a través de la sábana— El rey apareció por aquí, vio la marca que ha aparecido en mi pecho, la del golpe y me llamó ramera, deduciendo que me había acostado con algún cualquier.

Me quedé algunos segundos callado, procesando las palabras de mi señora.

Por una parte, mi corazón latía desbocado y herido porqué mi descontrol le había inducido a mi dama un malestar enorme, pero por otra, ahora era yo quién podía reconfortarla y no aquel patán.

—Me hace sentir tan poco deseada, Jimin...

Me hice de tripas corazón antes de responder a su hundida voz.

—Mi señora, su sonrisa es más hermosa que todas las estrellas juntas. Usted se mete en la piel de las personas, invade su sangre, se apodera de su corazón.

Mi señora se quedó unos segundos en silencio, escudriñando cada una de las facciones de mi cara. Entonces, se colocó en vertical y a cuatro patas, se acercó hasta mi persona. Su boca quedó a milímetros de mi oreja.

—Pruébalo.

No dudé ni un momento en unir mis labios con los de mi señora.

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*Camastro: Sinónimo de habitación, recámara, alcoba...

**Reloj de agua: En la edad media, los relojes  "actualmente" conocidos eran pocos y además poco precisos, por lo que normalmente se utilizaban relojes de agua, de arena... para medir unidades de tiempo pequeñas, como máximo de algunas horas, como en el caso de la historia, donde se utiliza el reloj de agua para medir la largada de la noche, este se termina en el momento en el que se el sol se alza en el cielo, justo al mismo tiempo en el que el gallo anuncia el principio del día, por lo tanto, el final de su "aventura".

He intentado hacer este capítulo bastante suave, ¿ha estado bien? Es la primera vez que escribo una escena medianamente calentona :v

Os avisé de que la cosa se iba a descontrolar.

Pero esperad a lo que llega lololo



Yes, my lady ✥ Pjm ⁑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora