Capítulo 2.

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« no, no sientas miedo...»

Mi garganta se secó, sentí como mis manos comenzaron a temblar en manera de reflejo a aquellas palabras. No sabía que hacer ni como reaccionar, mi defensas bajaron totalmente.
No era un simple acosador en clases, o un pervertido en la calle. Que jamás faltan.
Alguien había entrado a mi intimidad. Y no sólo eso, había estado allí mientras yo dormía. Tuvo el tiempo para sacarme una foto, llegar a mi casa. Quién sabe si tomo algo mío, y tenía mis datos.
No podía ni siquiera procesar lo que significa aquella llamada.

—Rose, mi querida Rose...— el escalofrío que recorrió por mi cuerpo hizo que todos mis sentidos se estuvieran alerta.
No dudé más y comencé a correr escaleras abajo. De ninguna manera me quedaría ahí, sola. Con un psicópata a mi acecho.

— Te vas a caer.— y eso fue todo. Sinceramente ya no pude más. Quizás sólo adivinó o quizás sí me estaba viendo.
Pero, yo no me detendría a saber si estaba o no adivinando.
Cuando me di cuenta ya estaba en la entrada del lugar, y sinceramente había perdido el habla.
No podía responder nada.
Observé nuevamente mi teléfono, mientras detenía con la mano algún taxi cerca, y me di cuenta de que hacía como un minuto que él ya había cortado la llamada.
Ya entrada en el taxi, sentí un poco más de seguridad.
Era un desconocido, pero no estaba sola.
Había alguien más ahí.
Y además, me estaba alejando del edificio.
Y cuando pensé en eso, me di cuenta de que el taxi no comenzó a conducir.

—¿A donde la llevo? —¡Gracias Dios! Era una mujer. Eso me hizo sentir una paz que nadie puede imaginar.

— A la comisaría... —la señora asintió y comenzó a conducir.
Fue entonces que comencé a ver todo más lejano, y mi interior se rompió. Comencé a llorar, como si mi vida dependiera de ello. Hasta ése momento entré en cuenta de cuanto miedo tenía.
Estaba pálida, mis manos temblaban y me sentía abusada.
Nunca había experimentado esa sensación.
Pero era horrible.
Sentía que simplemente con sus actos y sin necesidad de tocarme, había abusado de mí. De mi intimidad, de mi privacidad.
Era igual o peor a qué me tocaran.
No tenía manera de explicarlo, pero era horrible.
La señora, pretendió no darse cuenta, pero puso entre ambos asientos una caja de pañuelos desechables.
Tomé varios y me sequé el rostro.
Sin embargo, la sensación era la misma.
La señora se detuvo frente a la comisaría, y con una sonrisa se volteó y me vió.

—¿Desea que la espere? —por un momento quise asentir, pero creía que no haría falta.

— No, gracias...—saqué rápidamente de mi billetera la cantidad de dinero que especificaba el contador y se lo dí.— Muchas gracias, de nuevo...

Ella negó, antes de yo bajarme para ir hasta el interior de la comisaría.
Vi el auto alejarse, antes de entrar al lugar.
Lo primero que noté es que no olía bien, y además habían muchas voces.
Me acerqué a un oficial y con cierta vergüenza le toqué el brazo.

—D-disculpe...— murmuré tomando valor.— vengo a hacer una denuncia.

Tras decir aquello el oficial me observó de arriba a abajo antes de hacerme sentar frente a una mesa cercana.

— Bien, dígame en qué la puedo ayudar.—era una voz grave, pero aquello que diría a continuación parecía un mensaje pre grabado.—Si usted no se encuentra en u a situación de peligro inminente o han atentado contra su integridad física, por favor llene éste formulario y explique el motivo de su denuncia. Tras eso, pasaremos a hablar del perpetuador.

Las palabras me chocaron la cabeza y un poco atontada tomé la hoja y el lapicero.
Duré un alrededor de media hora en terminar de rellenar aquella hoja.

No me encontraba bien, realmente en mi cabeza estaban pasando mil y un cosas. Me sentía tan temerosa, como nunca en mi vida.
Mi mirada recorría una y otra vez el lugar, examinando detenidamente a cada uno de los oficiales, esperando que terminaran de revisar aquello.

— ¿Estás bien, te han tocado? — aquella voz, nuevamente me sacó de mis pensamientos. Negué. — ¿Te han agredido? — negué nuevamente. Noté que había desdén en sus palabras, y hasta pesadez. Cómo si estuviera aburrido. — Aquí dice que encontraste una caja con una foto. ¿Segura que no la has puesto ahí? — negué. Ahora me estaba enojando. — ¿Tienes novio? ¿Te ves con alguien? — asentí. O sea, no tenía novio, pero si salía de vez en cuando. No era nada serio. — ¿Segura que no fue él?

— ¿No ha leído? Ahí dice que es acoso. No se trata de un chico queriendo salir conmigo. Estoy aterrada. — el policía bufó, y me di cuenta de que nada lograría.

— No te han hecho nada, no estás herida, y no sabes ni siquiera quién puede ser.— el hombre negó y suspiró.— regrese mejor si tiene sospechas.

¿Qué? ¿Regreso entonces cuando me maten?
Impotencia y molestia me invadió.

— No entiendo para qué pago mis impuestos si van a incompetentes como usted.

Tras escupir con rabia esas palabras, me levanté de la silla y apuñando con mucha fuerza contra mi abdomen mi billetera y teléfono, me fui.
Era totalmente absurdo.
¡No me sentía segura!
Ni siquiera quiso al menos ir a ver mi departamento.
Es ridículo.
Mis pasos se hicieron más pesados, y mi enojo tan notorio que el color rojo llegó a mis regordetas mejillas.
¡Estaba encolerizada! ¡O sea que si no me agreden físicamente no vale! Por dios.
Me detuve frente a la comisaría cuando mi teléfono sonó, sin pensarlo contesté.
Entonces, volví a recordar la razón de me ida a la comisaría.
¡Ése tipo!

— Si aprecias tu vida, ve a la dirección que te va a llegar.

Otra vez, aquella voz escalofriante y con amargura.
Volví a sentir un vacío repentino en el estómago.
Náuseas y ganas de llorar.
¿Debía ir?
Bueno, si no iba me mataba. Así que como sea mi vida estaba en riesgo.
Al final, decidí ir.
Y es que como sea, estaba en peligro. Y claramente, nadie me iba a ayudar.
Sin embargo a cada paso que daba tras revisar la ubicación, mi cuerpo temblaba más.
Estaba totalmente segura de que parecía un fantasma en vida.
Mi cuerpo reflejaba el miedo que tenía.
Sentía que estaba caminando a mi propia muerte.

Estaba a 15 minutos de la comisaría, así que fui caminando.
Pero he de decir, que sentía que los minutos volaban.
Pensé que sería al revés, pero parece que la vida quería verme morir más pronto de lo que pensaba.
Cuando llegué, vi que se trataba de un restaurante y me alivié. Digo, no iba a matarme frente a tanta gente.
Era un lugar viejo, sin decir que olía a orina y que al costado de la puerta había un borracho en el piso.
Volví a temer.
No parecía un lugar familiar y acogedor.
Parecía un lugar al que yo en mi sano juicio no iría. Por supuesto que no.

Ingresé, sintiendo la espalda fría.
El aroma a alcohol y a grasa me invadió.
Se escuchaban gritos y peleas familiares, seguramente.
Un hombre tomando solo en una esquina.
Una prostituta comiendo alguna fritura junto a un anciano, y ella... ¿Le estaba tocando el entrepierna?
Aparté mi mirada, con vergüenza.
Una chica con razgos asiáticos y estilo punk me atendió apenas me vió.

— ¿Desea algo? — no parecía tener ningún acento, así que asumí era nativa.

— Yo... No.... — ella alzó la ceja, y se cruzó de brazos. — tienes que pagar por usar el baño. — señaló un cartel pequeño con el número 5, y se cruzó de brazos.
Busqué entre mi billetera alguna moneda y se la di.
¿Por qué?
Por qué no sabía exactamente qué debía hacer.
O sea, me dijo que fuera. Pero no me dijo por qué o para qué.
Decidí que era una buena opción ir al baño, me lavaría el rostro y pensaría las cosas con calma encerrada.
Comencé a caminar al baño, evitando mirar al resto de la clientela.
Me di cuenta de que ya tenía un poco de hambre, pero ignoré aquel impulso.
Abrí la puerta del baño con cierto asco.
En el borde resaltaba a la vista manchas oscuras, que no sabía bien de qué era.
Y tras empujar la puerta grité cayendo sobre mi lugar.
El lugar quedó en silencio o eso fue lo que parecía en mi cabeza.
Había sangre por todos lados y muchas fotografías de mí. En mi habitación.
Desnuda, en ropa interior.

El retrocedí en mi lugar, aterrada, llorando aunque no supe cuando comenzaron a fluir las lágrimas.
Noté que varios empleados se encontraban ahí aterrorizados cuando me levanté y salí corriendo de allí.
No tarde nada en llegar afuera del lugar y terminé vomitando lo poco o nada que desayuné aquel día.

Comencé a buscar en mi teléfono, con las manos temblando el número de mi madre.
Pero no lo encontraba.
Mis manos no me ayudaban.
Sentí que me quedaba sin aire y que todo me daba vueltas.
Una y otra vez, me sentía alejada de todo.
Y cuando por fin logré marcar el número de mamá, ya no podía ni ver ni escuchar nada. Ni siquiera podía sentir donde estaba.

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⏰ Última actualización: Jul 16, 2020 ⏰

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