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—¿Entonces por qué lo hiciste?—. Me miró la directora.

—¡Ya le dije que yo no hice nada!—. Renegué. Y era verdad, yo no había pintado la aula de juntas con palabrotas.

—¿Y cómo estamos seguros de eso?, te la has pasado teniendo comportamientos extraños y no hablas con nadie, eso no es normal, menos en una adolescente de diesisiete años—. Me miró, ahí va de nuevo con el sermón.

—Claro que no, sólo... Todos me desagradan, ¿eso es algo malo?—. Pregunté.

—Si es algo malo, no te pueden desagradar más de quinientos estudiantes—. Puso sus manos entrelazadas en el escritorio.

—Bueno, sólo me caen mal como cuatrosientos, a los restantes no los conozco, pero cuando lo haga, me van a caer mal—. La miré.

Esta situación era completamente ridícula.

—¿Has pensado en ir al psicólogo _________?—. Me preguntó.

—No, miré, ya déjeme ir, no hice nada, yo no gano nada haciendo esas idioteces y tengo clase de geografía—. Odiaba llegar tarde.

Tocaron la puerta.

—Adelante—. Dijo la directora.

La puerta se abrió. Cabello café, ojos oscuros, alto, sonrisa larga y grande, manos grandes, nariz bonita; memoricé su rostro, cada facción de ese muchacho.

—Directora, el profesor de geografía dice que la señorita _______ tiene que estar en su clase para presentar su exposición—. Me miró y después la miró a ella.

Que mirada tan vacilante.

—Bien Hoseok, puedes llevartela, pero la quiero aquí de vuelta, ¿oíste ________?

—Si, no soy sorda.

La directora renegó en voz baja.

—¿Cómo estás?—. Preguntó amable.

El iba en su clase, pero nunca le ponía antención, ni a él, ni a nadie.

—Bien.

—¿Te gusta la clase?—. Dijo nervioso.

—No.

—¿Uhhh?

—No, no y no, ya no hagas preguntas, dientes de caballo
—. Ni siquiera lo miré al decirle eso.

Escuché su risa en cuanto entramos al salón.

hope;hoseok.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora