Feliz Cumpleaños, Kyunggie.

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Cuando JongIn no sintió la tibieza del costado de su cama, supo que algo andaba mal. Por lo general, aquel lugar se encontraba cálido en su gran mayoría y sino era así se encontraba con una nota más un desayuno recién preparado al costado de su cama sobre la mesita de noche. Sin embargo, en aquel lugar no había ningún desayuno ni una nota adherida a el.

Inmediatamente quedó sentado sobre el mullido colchón, preocupado se puso en pie colocándose las pantuflas y fue al único lugar donde siempre encontraba a su novio por las mañanas.

—Bebé.—llamó cuando se encontraba entrando por la puerta del umbral de la cocina.

Silencio.

KyungSoo no se encontraba ahí.

Una mala corazonada lo invadió. Salió de aquel lugar como vino y corrió escaleras arriba hasta el segundo piso hallándose nuevamente en la habitación que compartían juntos, buscó en el cuarto de baño y tampoco lo halló. La habitación de invitados también se encontraba vacío, literal abrió y cerró puertas buscando a su novio y no lo encontró por ningún lugar.

En un punto entre su desesperación y crisis, gritó. —¡KyungSoo!

Silencio.

De pronto una idea brillante cruzó por sus pensamientos, sin pensarlo regresó hasta su recámara aventando la puerta en el camino. Buscó entre su pantalón de vestir y jeans en el cesto de la ropa sucia a su maldito teléfono, cuando lo encontró desbloqueó la pantalla en un par de segundos. En el cambio de minuto JongIn se encontró tecleando el número de KyungSoo sobre su marcador, demás estaba decir que se lo sabía de memoria porque sí, se lo sabía de memoria.

Llamó.

Esperó.

Los segundos pasaron.

"El número que usted ha marcado se encuentra fuera de servicio."

Imposible.

Volvió a marcar.

"El número que usted..."

Cortó.

Volvió a marcar.

"El número..."

Y JongIn terminó lanzando el teléfono a la otra esquina de la habitación.

Cayó miserablemente sobre el piso de su habitación. Lloró, lloró derrotado, lloró quebrado, lloró sin llanto; sus sacos lagrimales ya se encontraban secos de tanto llorar, día a día, encontrándose con la verdad y negándose rotundamente a ella.

KyungSoo ya no estaba.

Se trataba del quinto teléfono que terminaba rompiendo durante la semana. Era como si la única esperanza que guardaba, nuevamente le fuera arrebatada.

Poniéndose en pie con el alma destrozada, fue en busca de sus pastillas, aquellas fármacos que le servían para dormir. Dormir profundamente, en eso consistía su vida durante los últimos meses. Había perdido el trabajo por las constante faltas que tenía. Las ojeras oscuras marcadas debajo de sus pupilas, la barba crecida sobre su mentón de más de un mes, la palidez de su rostro perdiendo parte de aquel color bronceado que en un pasado conservaba, las mejillas metidas dejando a la vista el contorno de sus huesos; delataban el estado en que se encontraba actualmente JongIn. Muy aparte de la perdida de peso considerable que tuvo durante los últimos meses. Sus amigos quisieron ayudarlo, llevándole a salidas frecuentes donde JongIn no hacía más que terminar peleándose con el primero que se cruzaba en su camino. No se dejó ayudar y con el tiempo perdió a sus amigos también aunque éstos le hicieran llamadas esporádicas de vez en cuando preguntando si se encontraba bien o si había comido en aquel día, JongIn simplemente terminó por alejarse por decisión propia, muy aparte de terminar ignorando las últimas llamadas que le hacían.

Él había perdido a la persona que más amaba (no ellos por lo tanto era SU dolor), en aquel fatídico día que aún recuerda con tristeza y nada ni nadie aliviaría aquella desolación.

¿Por qué? ¿Por qué no me dejaste llevarte?

Aquellas preguntas lloraban la partida de KyungSoo. Si tan solo... no, ahora ya era demasiado tarde.

Su monótona vida a partir de aquel día se basó en dormir, ya ni siquiera le importaba su aseo personal, mucho menos el alimentarse; JongIn se hundió en la depresión, en la maldita depresión que cada día lo ahogaba más.

Promete que nunca te irás de mi lado.

—Prometo que nunca me iré de tu lado.

JongIn tomó el frasco de píldoras entre sus dígitos una vez que lo encontró.

Juralo de corazón y por tu vida.

Lo juro de corazón y por mi vida.

Sus dígitos temblaron ante el pensamiento que invadió nuevamente su cabeza.

Nunca me iré.

Tomó con su diestra la pastilla que necesitaba para dormir. El doctor le recomendó que no lo tomará en exceso, que solo sería una receta de prueba para ver como lo asimilaba su organismo ante el constante insomnio que solía tener. De lo contrario podría tener contra-indicaciones, y se le prohibiría el uso de la pastilla.

JongIn no volvió a regresar para su siguiente cita.

Jamás fue con el psicólogo que le recomendaron que fuera.

No ingirió las pastillas antidepresivas que le dijeron que tomara.

Así que puedes arrastrarme a través del infierno, si eso significa que podré sostener tu mano. Yo te seguiré porque estoy bajo tu hechizo, y puedes lanzarme a las llamas. Te seguiré.

JongIn tomó no solo una, cogió un puñado de sus pastillas vaciandolas del frasco. Llevó su puño sobre su boca, pestañeo por un segundo antes de meter el contenido de su puño sobre su cavidad bucal. Algunas cayeron, rodando, sobre su mullida cama, mientras que otras y en su gran mayoría ingresaron a su organismo. Ni siquiera bebió un vaso de agua, JongIn las tragó mezclándolas con su saliva, su garganta en el proceso le ardió pero fue tanta su necesidad por ingerirlas que no dejó que se le escapará ninguna.

Pacíficamente se echó sobre las sábanas de seda y esperó por su fatídico final, porque no, JongIn no era de las personas que esperaba un final feliz para su historia, él tan solo buscaba su propio significado de felicidad y su única felicidad se encontraba al lado del amor de su vida; Do KyungSoo, quién había perdido la vida hace 3 meses en un accidente automovilístico.

Cerró sus ojos ante el repentino dolor abdominal que lo invadió y el frasco de las pastillas rodó lejos de sus largos dígitos cayendo estruendosamente sobre el piso al pie de la recámara en medio del silencio absoluto que rodeaba, su respiración comenzó a agitarse elevándose su temperatura a niveles inimaginables. El vómito burbujeó sobre su garganta elevándose sobre su laringe, recorriendo su esófago con aquella acidez que emanaba de su estómago vacío. Las ganas de vomitar empeoraban aquella decisión que había tomado. Los minutos corrieron y JongIn cayó en la inconsciencia respirando los últimos agonizantes segundos de su vida.

La tibieza que en un pasado conservaba su anatomía, había desaparecido por completo. Ahora quedaba tan solo un cadáver en medio de aquella habitación solitaria.

JongIn había encontrado su propio significado de felicidad persiguiendo a su amado.

Así que cava dos tumbas porque cuando mueras, juro que me iré a tu lado.

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