Prólogo

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En la oscuridad de la noche una lengua de fuego acarició el cielo estrellado. La fogata no se había terminado, al contrario de lo que todos los asistentes al ritual de la Luna pensaban. Las cenizas ascendían con las ráfagas de viento y tornaban en llamas que danzaban en la oscuridad. El olor a madera quemándose era dulce, como el perfume de un jardín en primavera, y la leña brillaba con un halo azul místico nunca antes visto en la Tierra Dorada. La luz lunar titilaba en las cenizas que revivían como por arte de magia y las hacía brillar como diminutas estrellas que se confundían con las de aquella noche encendida.

Y cuando la luna azul ilumine las cenizas de la fogata al terminar los festines y festejos, las llamas dibujarán la silueta del último Ave Fénix, el último que no renacerá... porque su fuego jamás se extinguirá... 

Entonces una fuerza descomunal hizo que una columna de fuego rompiera el cielo. La noche  ardió en un estallido dorado seguido de una lluvia de pequeñas plumas llameantes. En medio de la humareda que escupía el fuego, se dibujó una silueta diminuta, con la forma de un pajarillo de largas plumas en la cola que, poco a poco, metamorfoseaba. El pico se achataba tomando la forma de una nariz de apenas el tamaño de una nuez y las alas se convertían en dos brazos diminutos.

...la última de la estirpe de los Fénix, que salvará la Tierra Dorada de las fuerzas de la oscuridad  y devolverá la prosperidad a los Reinos del Valle de Plata. La que se enfrentará a sus miedos y enemigos con el valor y las fuerzas de la estirpe de los poderosos Fénix...

Y, esa noche, en medio de la fogata y envuelta por las últimas chispas que jugueteaban como fuegos fatuos en el aire, nació una niña.  

La Tierra PrometidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora