Félix ya se encontraba en punto muerto. Así llamaba al estado en que estaba.
Las pastillas para dormir se habían acabado, y debido al tiempo que su madre le dedicaba a él había perdido el trabajo. La economía familiar bajaba, y eso significaba no más pastillas.
Y, aunque hubieran millones de estas, a aquel cansado peli rosado no le servían para calmar su ansiedad.
Él chico daba vuelta en su cama sin poder dormir. Con un calor inmenso acosándolo y muchas miradas fijas en él.
Hasta que llegaba ella, o más bien, su voz. Aquella dulce voz que Félix había escuchado más de una vez, y que anhelaba con locura.
Ese hermosa voz que le cantaba hasta dormir lo, como a un bebé.
—Siempre supe que serías buena madre... Perdóname, perdóname por acabar con ese futuro que anhelabas...