Capitulo único

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Resultaba increíble el aroma que desprendía el café esa mañana.

Siempre adoró el café en las que fueran sus presentaciones, pero ese día de Diciembre, la bebida caliente expedía un olor que nunca antes había experimentado y era raro. Todo el tiempo tomaba el primer café de la mañana en esa cafetería. Sin embargo este café era diferente, exquisito.

Era algo como canela, mezclada con distintos azucares y chocolate.

Calentaba su cuerpo en ese invierno tan frío, calentaba su corazón.

Tomó la taza entre sus manos, llevándola directamente hasta sus labios para probar un sorbo de ese néctar en color marrón bastante oscuro y burbujeante. Sus papilas gustativas se deleitaron y vibraron en su boca, indicándole que era el mejor café que había probado en toda su vida. Ya no le cabía la menor duda.

— ¡Esto es increíble! —exclamó degustando aquella delicia. Sonrió, para después dejar escapar un largo suspiro.

Las últimas semanas no habían sido buenas y menos cuando se había negado un montón de veces acercarse al chico que vivía cerca de su departamento. Se sentía como una granada a punto de explotar por todos sus problemas y no quería hacer daño mientras hacía explosión.

Nunca era su intensión hacerle daño a nadie. No desde aquel trágico día en el que su hermana había sufrido un accidente por su culpa, no quería que nadie se le acercara.

Estaba dañado.

No quería amar a nadie que pudiera lastimar. Prefería permanecer con el corazón en coma aunque este, en los últimos meses estuviese haciendo de las suyas. Molestando a diestra y siniestra cada vez que veía pasar al joven.

Era un tonto sin remedio.

—Es café colombiano, el mejor café del mundo. Dos toques de azúcar, una barrita de chocolate y canela.

El joven alzó la mirada, observando atento a la persona que acaba de explicarle lo que ese café contenía. Sus ojos marrones se veían misteriosos con la sombra y el delineado negro con pestañas tupidas que llevaba, los pómulos estaban tenuemente ruborizados mientras que sus labios estaban formando una sonrisa increíble, rosada y llena. Como el sabor de su café. Era un chico alto, su apariencia era delicada, un poco flaco y de aspecto gótico, llevaba una camiseta negra, pantalones chupines y zapatillas negras haciendo juego con el resto de la ropa. Se veía algo pálido, un poco lúgubre y hasta aterrador podía parecer. Pero su aura irradiaba amabilidad natural. Sus ojos brillaban con expectación.

Él lo conocía muy bien, era su vecino, Bill. El chico que, por lo general, ignoraba pero por el que se sentía atraído desde hacía tiempo atrás.

¿Qué hacía ahí? Se preguntó mientras volteaba a mirar hacia los lados. El lugar estaba desolado, ni un alma aparte de la de ellos dos. Era extraño, por lo general en ese lugar había mucha gente.

—Lo he hecho hoy con la intención de alegrar la mañana de alguien, has sido tú el que ha entrado de primero a este lugar, por tal motivo merecías un poco de mi café.

Su voz era hipnótica. Ni tan grave, ni tan baja, en armonía con su rostro de querubín.

Él no podía dejar de mirarlo pues su belleza angelical le hacía olvidar que era lo que estaba elogiando, y siendo sincero, ya no sabía exactamente qué era. Si Bill en frente suyo o el café de los Dioses.

—Estoy agradecido de ser la persona escogida—soltó colocando la taza con café sobre la mesa, sin quitar la mirada del chico de cabello negro como la noche, con destellos blancos que le hacía pensar en la luna.

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