Capítulo I
e la celebración,
del solsticio,
del relato del juglar
y de la advertencia
del caballero.Todos los años, la víspera del solsticio de invierno,
el rey reunía a sus nobles en el castillo de Normont para
conmemorar el aniversario de su coronación.
Había sido así desde que se tenía memoria. Todos los
reyes de Nortia habían ascendido al trono en el solsticio
de invierno, incluso si sus predecesores fallecían en cual
quier otro momento del año. Por ello, con el tiempo, la
celebración se había vuelto cada vez más festiva y menos
solemne. Había justas durante el día, y un gran banquete
con música y danza por la noche. Los barones del rey acu
dían con sus familias y sirvientes, por lo que, durante un
par de jornadas, el castillo era un auténtico hervidero de
gente.
También en la ciudad se respiraba un ambiente espe
cial. Comerciantes de todas partes acudían a Normont
aprovechando el momento, y en torno al castillo se formaba
siempre un colorido y animado mercado.
Viana y su padre, el duque Corven de Rocagrís, nunca
habían faltado a la fiesta del solsticio de invierno, ni si
quiera el año en que se presentaron de luto riguroso por
7la muerte de la duquesa. Pero de aquello hacía ya mucho
tiempo, y los malos recuerdos parecían haber quedado
atrás. Ahora, Viana llegaba a Normont llena de ilusión
porque sabía que, la próxima vez que sus ojos contempla
ran las torres desde el recodo, en primavera, sería para
casarse con su amado Robian.
Ambos habían nacido el mismo día, pero aquí se aca
baba el parecido entre ellos: Viana de Rocagrís había
visto la luz de su primer amanecer en cuanto abrió los
ojos, grises como el alba, y su pelo era del color de la miel
más exquisita. Pero no pareció impresionarle demasiado
el hecho de nacer, ya que pasó el resto del día durmiendo,
y con el tiempo demostró ser un bebé dócil y somnoliento
que dedicaba encantadoras sonrisas a todo el mundo.
Robian de Castelmar, por el contrario, había llegado al
mundo horas más tarde, cuando la noche ya se abatía
sobre la tierra, y era un chiquillo inquieto y llorón, con
una indomable mata de pelo castaño que con los años se
encresparía, enmarcando un rostro afable y apuesto. Los