Miro el reloj con impaciencia una vez más. Milagrosamente, me muestra exactamente lo que quiero ver. Son las cinco de la tarde, la hora de ponerse en camino.
Me incorporo de mi cama dejando arrugas en las finas sábanas de seda y abro el antiguo armario de caoba en busca de mi abrigo predilecto. Por fin lo encuentro. Me calzo mis botas forradas en piel por dentro y abotono con paciencia los botones del verde abrigo hasta llegar al cuello. Al salir de mi habitación, mi madre me pregunta si voy a salir.
-Sí, mamá- respondo cuando ya estoy en la puerta.
-Lleva el paraguas, hija, que podría llover.
Me pongo de puntillas y consigo llegar al perchero, de donde retiro mi paraguas favorito.
-Adiós, mamá- digo, cerrando la puerta detrás de mí.
Comienzo a caminar, apresurándome más con cada paso que doy, y en pocos minutos casi estoy en el punto de encuentro. Bajo la velocidad y me echo mi tupida cabellera negra hacia atrás. No puedo dejar que él piense que he caído rendida ante sus {casi nulos} encantos. Allí está, esperando, como siempre.
Hablamos de cualquier cosa, hasta que él para de hablar de improviso y me da un beso en los labios {Escribir esto me dio TANTO asco}.
-¿Du-Dudley?- pregunto al separarme, sorprendida.
-Tenía que hacerlo- dice él como toda respuesta-. ¿Quieres cenar conmigo y mi familia?
Asiento con la cabeza {ojalá les pongan veneno en la comida. A todos}.
-Claro que sí- le respondo, sintiendo aún las mariposas en el estómago por culpa del beso {disculpá, pero si a mi Dudley me besara más que mariposas sentiría babosas}.
-Hoy a las ocho- me dice él, misterioso, y luego desaparece.
Recibo el primer signo de que algo está mal cuando oigo a la madre de Dudley (una mujer delgada, de cuello largo y ojos negros y brillantes) dirigirse a él.
-Duddy, osito peshosho, por favor traeme la sal.
{Eeeeeeeeeeeeeeeeeesa, Petunia, avergonzalo}
Dudley me miró avergonzado, como diciendo “¿Qué se le va a hacer? Son madres”. La verdad, mi madre nunca me hubiera tratado así. No es que nunca me diera cariño, pero, ¿osito peshosho? ¿En serio? Eso ya era pasarse un poco de la raya.
Como mi comida completamente consciente de que la madre de mi ¿novio? y su obeso y bigotudo padre no retiraban su mirada de mí ni siquiera un segundo.
-Voy al baño- anuncio después de un rato.
Ellos me indicaron la dirección y yo fui ahacia allí. Cuando volví los oí hablando y, sin saber por qué, me quedé detrás de la puerta escuchando a escondidas.
-Pero no es una ya-sabes-qué, ¿no?- preguntó una de las voces, sin lugar a dudas la de su padre.
-No... O sea, no es que le haya preguntado “oye, ¿eres una bruja?”, pero no parece serlo.
Supe que había hecho lo correcto escuchando a escondidas. Conque una bruja, ¿eh? Retrocedo unos pasos y los vuelvo a caminar haciendo el mayor ruido posible sin que resulte exageradamente ruidoso, de forma que ellos se callan y no sospechan que oí su interesante conversación.
-Oh, ______, has vuelto- me dice Vernon Dursley, el padre de Duddley.
-Sí, señor Dursley- respondo yo, como si no hubiera oído ese retazo de conversación que me resultó tan revelador.
Terminamos la cena manteniendo una conversación fluida y trivial, y luego me excuso diciendo que debo tomarme un ómnibus para ir a mi casa y que como no conozco mucho por aquí me gustaría que Dudley me acompañara hasta la parada {acá se le dice “parada” al lugar donde esperás el ómnibus, también conocido como “transporte público” o como quieran} para poder estar a solas con él.
-Soy una bruja- confieso en un susurro, con miedo a que le me mande a la concha de la lora y que nuestra historia de amor termine aquí {tendrías que haber hecho eso, Tamarita. ¿Qué hacés acá siguiendo esta historia de porquería? Bueno, ahora me jodo}.
-No... No me importa. No me importa nada que no sea estar contigo- dijo, y entonces puso sus labios sobre los míos y nos enredamos en un beso del que ninguno de los dos quería separarse. {Esto podría ser tierno, pero... Es Dudley. PUAJ}
Ninguno de los dos vio la silueta que se escurría entre las sombras de la noche.