Escena tres

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Escena tres

La oscuridad reinaría en la estancia si no fuera por la débil iluminación que la televisión encendida proveía. Sin embargo, la tensión y el suspenso eran definitivamente palpables, por lo que el más mínimo sonido o movimiento inesperado ocasionaría un tumulto sin precedentes. Dicho y hecho, en cuanto un ente sobrenatural acaparó la pantalla, cuatro almas gritaron asustadas hasta la médula, plañendo y llorando por sus vidas.

Y entonces se hizo la luz.

—¿A qué retrasado se le ocurrió ver películas de terror a la una de la madrugada? —inquirió Abi, siendo la primera en correr al interruptor para encender el foco, sabiendo dónde estaba al ser la dueña de la casa.

Los amigos habían optado por hacer una pijamada y, como siempre, la hicieron en casa de la mayor del grupo porque sus padres eran bastante buena onda y permitían a César quedarse, quien al ser varón, a veces no producía confianza al verse rodeado de chicas y dormir con ellas.

—¡A ti! —acusó Beky, temblando de miedo y abrazando a una asustadiza Abril.

—Bah, ustedes no aguantan nada. ¿Qué es esto? ¿Un gallinero? —se mofó César desde su lugar debajo del gran sofá.

—Mira quién lo dice. El más cobarde de todos —regañó la misma chica, soltando a su compañera para gatear hasta su amigo y darle una nalgada.

—¡Hey! Cuida dónde pones las manos. No desgracies mis encantos —se quejó él, saliendo de su escondite.

—Pero si ni tienes encantos. —Rio Beky.

—¿Y por qué te escondías si se supone que no tenías miedo de la película, César? —cuestionó Abril, no creyéndose las excusas del chico, abrazando sus rodillas contra el pecho.

—¡Yo no estaba escondido! —se defendió él—. Es sólo que... Ya sabes... Me... Se me perdió algo y lo estaba buscando.

—¿Buscabas algo en medio de la oscuridad? ¡Sí cómo no! —se burló Abi, también volviendo a tomar asiento en el sillón individual, sacándoles risas a las otras dos y avergonzando enormemente a César.

—¡Oh, silencio panda de princesitas! Yo no fui el único que se asustó, así que estamos a mano.

—Por supuesto. Mal de muchos, consuelo de tarugos —comentó Beky con sorna.

—Muchachos.

Una voz grave, profunda y a los oídos de los jóvenes, de ultratumba, resonó por la sala, sobresaltándolos a todos, arrancándoles otro grito agudo de terror. Beky se le echó encima a César buscando refugio, en lo que él la abrazaba escondiendo su rostro en el hueco del hombro y cuello de ella, al tiempo que Abril se cubría la cabeza con la manta que había llevado a la pijamada y Abi se encogía sobre sí misma para escudarse tras el respaldo del sillón.

—Uy, ¿los asusté? Perdón, no era mi intención —se disculpó la voz, con bochorno y algo de diversión.

—¡Papá! —exclamó Abi al reconocer la voz, saliendo de su escudo.

—Ay, señor, no nos asuste así. Casi me da el patatús —suspiró Abril, descubriéndose al estar segura de que no se trataba de un fantasma, llevándose las manos al pecho.

—Creo que a César sí que le dio —declaró la menor presente, al ver que su amigo se hallaba tieso en su lugar, sin liberarla de su agarre, e intentó hacer que se moviera dándole varias palmadas en las mejillas.

—De veras lo siento —volvió a disculparse el hombre, esperando que el chico estuviera bien.

—¿Qué pasa, papá? ¿Qué quieres? —preguntó Abi, no muy contenta de que los interrumpiera.

No necesitamos decirloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora