Incapaz

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El primer día de mi penitencia en la tierra, quizás suene un poco dramático, pero así es como se siente tener que enfrentar a seres humanos con altos niveles de hormonas, un gran afán por ser popular y reportar su vida al segundo con la, como se llamaban, redes sociales, si, eso.

La cama no me quiere dejar ir y la verdad, yo tampoco quiero alejarme de ella. Tan calentita y confortable, y llena de plumas  que han caído con el paso del tiempo y de las vueltas nocturnas hacia el lado fresquito de la cama. Ya odio el instituto y aun no lo he pisado. 

Ducha rápida, cambio de vendas matutino, vaqueros , camisa blanca, y cuero negro en las botas y la chaqueta. Y a correr por toda la habitación en busca de la maleta perdida. La  cual robé, si, no me siento mal por ello, se la robe a unos chavales despistados tomando selfies, creo que a ellos se les hará mas fácil conseguir otra.

La semana se ha sentido como una eternidad. No sé si por los nervios pre-instituto o porque cada día noto más Demonios merodeando por toda la ciudad, la pasada noche un par de ellos probó el filo de mi espada, y también un Caído, sus muertes son las que más me afectan, creo que no es del todo su culpa que les arrancaran las alas, o a lo mejor sí, puede que nunca lo descubra. 

Bueno, eso hacen seis muertes esta semana. Normalmente son dos o una, algún que otro Caído en busca de venganza, contra mi o contra los Demonios, pero esta semana ha habido movimiento, demasiado para mi gusto. He decidió vigilar desde las alturas, sin intervenir, dejando que se maten entre ellos. No pienso ensuciarme las manos con más sangre de la necesaria. Aun así noto como sus ojos rojos se clavan en mi nuca, vivo en un constante estado de alerta. Algo malo se acerca. Y es algo grande.

El sol está naciendo por el horizonte, colándose entre las calles de la ciudad, reflejándose en los altos cristales de los edificios. Meto las manos en los bolsillos de mi chaqueta y me escondo más en mi bufanda, no recuerdo un año más frió que este, aunque no es como que lleve muchos años en el submundo como para ser capaz de hacer comparaciones.  Es como si el aire gélido se hubiese apoderado de la atmósfera hasta congelarlo todo, siento como se me enrojece la nariz a causa de la temperatura, y hace rato que he dejado de sentir los dedos. Sin embargo, es un clima agradable, quizás pueda decir con certeza, que es mi clima favorito.

La entrada del instituto se alza frente a mí. Un enorme edificio hecho de ladrillos rojos y mármol blanco, con miles de estatuas tétricas que deben tener los mismos años que algunos profesores que entran por la puerta principal, todos con su café ardiendo en una mano y su malentin a punto de reventar en la otra. Todos ellos decididos a enseñar su asignatura por las buenas o por las malas. O el otro método, matar a los jóvenes humanos de aburrimiento hasta que las matemáticas parezcan divertida. La peor muerte entre las muertes. 

Me dirijo al pasillo central. Rodeada de casilleros y aulas. Paso desapercibida, nadie me dirige la mirada. Todo un alivio. "¿Quién miraría a la chica nueva?", "Si supieran lo que soy seguro que no me quitaban los ojos de encima". Me pierdo durante media hora, cuando ya todos están en esas jaulas llamadas "clases". Frente a mí está el despacho del, ¿Cómo le decían?, si, esto, el director. Mis nudillos golpean varias veces la noble madera de la puerta, desde dentro se escuchan gritos hasta que paran y prosiguen con un <<¡Pase!>>. Me siento frente a su mesa, en uno de esos sillones verdes, acolchados, donde tu culo no para de pensar que se ha sentado en rocas más cómodas que ese sillón. A mi lado hay otro sillón de tortura, con un chico sobre él, y que parece estar recibiendo la bronca del siglo. Solo le miro una vez. El no nota mi presencia.

-¿La chica nueva verdad?-Anuncia el director. Un señor bajito y calvo con voz chillona. Me recuerda a una rata protestando para que le devuelvas su queso.

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⏰ Última actualización: Apr 22, 2017 ⏰

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