Parte única

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"—Pues soñé —dijo— que estaba en el cielo, que comprendía y notaba que aquello no era mi casa, que se me partía el corazón de tanto llorar por volver a la tierra, y que, al fin, los ángeles se enfadaron tanto, que me echaron fuera

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"—Pues soñé —dijo— que estaba en el cielo, que comprendía y notaba que aquello no era mi casa, que se me partía el corazón de tanto llorar por volver a la tierra, y que, al fin, los ángeles se enfadaron tanto, que me echaron fuera. Fui a caer en medio de la maleza, en lo más alto de Cumbres Borrascosas, y me desperté llorando de alegría. Ahora, con esa explicación, podrás comprender mi secreto. Tanto interés tengo en casarme con Edgar Linton como en ir al cielo, y si mi malvado hermano no hubiera tratado tan mal al pobre Heathcliff, yo no habría pensado en ello nunca. Casarme con Heathcliff sería rebajarnos, pero él nunca llegará a saber cuánto le quiero, y no porque sea guapo, sino porque hay más de mí en él que en mí misma. No sé qué composición tendrán nuestras almas, pero sea de lo que sea, la suya es igual a la mía, y en cambio la de Edgar es tan diferente como el rayo lo es de la luz de la luna, o la nieve de la llama..."

-Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë.

En el principio de los tiempos, Dios creó la luz para derrotar a las tinieblas que rodeaban el mundo. Tomó un rayo de ese fulgor y moldeó las almas, su creación más pura y de la que más orgullo tenía, como un regalo para futuras criaturas.

Después, Dios creó a los ángeles a su semejanza, seres celestiales con una décima de su poder, con la esperanza de implantarles esas almas. El primero de todos ellos fue Lucifer, la estrella de la mañana, un querubín dedicado a cantar sus alabanzas, y su favorito por ser el primogénito. Pero Dios se dio cuenta que sus ángeles ya eran perfectos, y no tenía sentido desperdiciar las almas en ellos. En cambio, Dios les dio el libre albedrío, donde les permitía elegir entre amarlo a Él o permanecer en la oscuridad. Todos eligieron a su Creador pues no conocían otra cosa.

La última invención de Dios fueron los humanos. Desde los Cielos, Él los observó se dio cuenta que había algo incompleto en ellos. Caminaban confundidos por el Jardín del Edén, sin ningún propósito en sus cortas vidas más que alimentarse y reproducirse, y no eran muy diferentes a los animales que cazaban. Entonces pensó que ellos serían buenos portadores de las almas y podrían darles un buen uso.

El Creador le dio las almas a los hombres, colocándolas en lo más profundo de su ser. Los humanos parpadearon varias veces, miraron a su alrededor y sonrieron, porque podían ver la belleza de la tierra en la que habitaban. Pero algo todavía seguía faltando, así que Dios hizo que algunas almas se complementaran con otras y lo llamó amor.

Como último mandato, Dios le pidió a sus ángeles que amen a los hombres tanto como a lo amaban a Él, y que los protegieran de ellos mismos. Satisfecho, abandonó la Tierra y se retiró a descansar.

Por siglos, los ángeles siguieron su cometido sin poner ninguna queja. Velaron las noches de los humanos; los vieron nacer, crecer y morir; escucharon sus lamentos y sus risas, su felicidad y su tristeza, y acudieron a sus pedidos.

La estrella de la mañana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora