II

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Si conoces los vestigios que los plebeyos comparan con nosotros, estás muy lejos de conocernos realmente

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Si conoces los vestigios que los plebeyos comparan con nosotros, estás muy lejos de conocernos realmente.

Las mazmorras bajo mansiones susurran nuestros pecados más mortales.

La Tierra es cómplice de nuestras prioridades; la sangre, los gritos y el silencio.

Que el frío absorba tu cuerpo, porque nuestro calor abrazador está cerca.

Insensatos animales, pudorosos de sus pecados.

Ningún alma está salva a convertirse en nuestro placer.

Porque en nosotros no hay consuelo, ni tampoco en lo que hay después de nosotros.

Este es tu sepulcro, el convenio de tu muerte.

Ahoga tu criterio y acaba con todos ellos.

.

Miró el cuerpo ensangrentado que yacía en el piso. Jamás podría olvidar cómo ese velo complaciente a la misma muerte revelaba que ésta se apoderó de su viejo amigo. La sombra adyacente al frío cambio, se apagó a su cuerpo durante su silencioso relato. Un relato que oyó por la mañana, una amenaza que predecía la aberración misma.

Sepultó su miedo en un llanto que conmovió a su cuerpo, permitiéndole ceder a su orgullo y doblegarlo. Allí, ahogada entre sollozos y la vista teñida en rojo, lamentó su pérdida junto a sus otros compañeros.

El viento se pronunciaba como el único testigo de aquella muerte, junto con las otras. No existían cámaras sobre los asesinatos anteriores que alarmaron a The Noose, junto con sus autoridades más respetables. No existía método alguno para ponerle fin a la muerte, porque la muerte no tiene fin y los cuerpos regalos por los pasillos de la universidad de The Noose lucían como rosas rojas que contaban mil y una historias con el rojo desenlace.

Un desenlace que para su emisor concluiría en el mítico, noble y bello color rosado.

La misericordia se alejó de los terrenos una vez que las puertas de la universidad cerraron y con ello se abrieron las puertas al infierno: algunos podían entrar, pero nadie podría salir.

En medio de la locura y el olor a muerte danzando con cada uno de los vivos, los sospechosos se reducían a todos. Ya nadie podía confiar en el otro, todos podían ser el asesino.

Pero solo uno lo era.

Se refugió en los brazos de su novio, deseosa que todo se tratara de una vasta pesadilla originaria de las macabras escenas que su trabajo en el hospital la llevaron a vivir con una constancia palpable.

PinklysmoothDonde viven las historias. Descúbrelo ahora