Quizás algún día, amor mío, confronte mis miedos y recobre el valor para admirar en mi reflejo, tu semblante subyugado, polvoriento y demacrado tan sólo con el afán de permitirme, en esta última noche de vela consensuada entre los astros que sellan el firmamento y yo, volver a creer que la belleza oculta que tras tus pupilas me acecha no es sólo parte de aquella tinta indeleble que en mis pensamientos se creó, que no es sólo un recuerdo vago y fugaz producto de esta irrisoria memoria que los años se han encargado de forjar cautelosamente.
Déjame soñar, sólo ésta noche pues no pido más que ello antes de partir a la tumba, y permíteme crear las mayores fantasías que torturan a mi desdichado cuerpo, costal de carne y hueso; sólo un último momento de éxtasis en la nirvana más pura que mis dedos podrán tocar antes de perder la conciencia, una última cena antes de la crucifixión inevitable, una cura a mis dolores incurables.
Déjame ser yo el que en esta noche encuentre la redención a mis pecados en tus salvajes hebras de cabello cristalinas, la tranquilidad en tu pecho marchito y el consuelo en la sonrisa que alguna vez me dejaste sin tú misma quererlo, porque quizás algún día, amor mío, volverán nuestras manos a encontrarse dulcemente bajo un cielo pintado por Dios, un domingo por la tarde, junto a ese palpitar tan mío, ese mirar felino tan tuyo y ese amor eterno jurado por sobre la vida y sobre la muerte tan nuestro.
