La orquesta ensayaba en el salón, los sirvientes adornaban con flores las escaleras y en la cocina todo era una algarabía. Mientras tanto yo caminaba entre las sombras de las estatuas en los pasillos superiores del palacio. No quería que nadie me viera, que nadie se desviviera en brindarme elogios. Solo quería encerrarme en mi habitación y que el tiempo se llevara esta sensación de peligro que sentía desde la mañana.
Mi paseo fue interrumpido por una voz detrás de mi.
-Elizabeth, ya es hora que te vistas. Los invitados ya empezaran a llegar-
-Oh madre, me haz dado un susto.-
-Susto para mi seria que algún invitado te viera con eso harapos. Date prisa, que antes del baile tengo que presentarte a nuestro invitado de honor.-
-Está bien madre-
Camine a mi habitación sin la mínima pizca de ánimo. Encima de mi cama estaba el vestido que debía ponerme. Era una mezcla de belleza e incomodidad, la delicada tela roja brillaba con los últimos rayos de sol que entraban por mi ventana, no quería usarlo, mucho menos tener que bailar toda la noche con eso puesto, mostrando sonrisas falsas a todos. Era el peor día de mi vida.
Me puse el vestido, solté mis rizos y me coloque la tiara que mi madre había escogido para la ocasión.
Al mirarme en el espejo sentí que algo iba mal, con el vestido, con la noche que empezaba a caer, toda la situación era pesada.
Con mucho esfuerzo llegue a la biblioteca, donde la voz de mi madre se escuchaba muy contenta. Entre lentamente, no solo por la incomodidad del vestido, sino también porque allí había otra persona a parte de mi madre.
Tenía razón. Dos hombres estaban sentados frente al escritorio donde mi madre se esmeraba en sonreír y hacer cumplidos de mi persona. Al entrar en la sala, los dos hombres se pusieron de pie y voltearon hacia mí. Sentí como mis mejillas se calentaban por la atención que llamaba, pero al verlos fue como un choque de temperaturas en mi cuerpo. Sentía como mis manos se helaban, hasta sentí por un instante que mi corazón dejo de latir. Miedo, eso era lo que sentía, pánico para ser exacta. Esos hombres eran tan extraños, su altura era increíble, su piel pálida y sus ojos parecían pozos negros. El que parecía mayor hizo una reverencia y se acerco unos pasos hacia mí.
-Mucho gusto mi lady, su madre nos había hecho comentarios sobre su belleza, pero ahora que la veo, no tengo ninguna duda en que hicimos la elección correcta. Mi nombre es Marius Razvan y este es mi hijo Paul.
Obligue a mi cuerpo a moverse a pesar de estar casi congelado del miedo. Me incline haciendo reverencia.
-un placer, espero que su estancia en palacio sea amena.
El muchacho que hasta ese momento se había quedado al lado de su asiento camino hacia mí pero sin dejar de ver a su padre.
-Padre estas seguro de eso? Pensé que buscábamos una joven con elegancia, belleza, pero sobre todo carácter. Y eso no lo veo en esta pequeña niña.
Su voz era fría y odiosa. En ese instante decidí dejar de lado la promesa que le hice a mi madre días atrás de ser educada y pensar antes de hablar.
-Pequeña? Claro delante de usted cualquier persona normal parecería pequeña.
El dirigió su mirada hacia mi y lo que pude percibir me agrado, lo había ofendido acaso? Me gusto la ira en sus ojos. Su expresión cambio en un segundo.
-Creo que aun subestimo tus decisiones padre.
Mi madre que increíblemente no había hablado ni movido un musculo en algunos minutos al fin despertó de su embeleso por la escena.
-Hija, los señores son personajes muy influyentes de Rumania. Desde hace unos días el señor Marius y yo hemos acordado el compromiso de las naciones en varios negocios con la única condición que te cases con su hijo Paul.
-Casarme con esto? Te has vuelto loca madre?
-Elizabeth por favor. Ya todo está acordado. Te irás con ellos al terminar la cena.
-Me niego.
Paul se acerco más de lo aceptable hasta mí y pude ver en sus ojos la burla.
-Como si eso fuera un impedimento.
Sus ojos se clavaron en los míos y mi mundo en segundos se desvaneció bajo mis pies, todo se oscureció.
La luz del sol maltrataba como puñales mis parpados. Abrí mis ojos y comencé a pararme de la cama. Pero esa no era mi cama. No estaba en mi habitación ni tampoco en ninguna que conociese.
Me pare y al ver por la ventana me horrorice. La vista era de un acantilado. Solo podía ver el romper de las olas en las piedras de la base. Era un castillo, estaba segura de eso. Pero en el mar? Que había pasado mientras estuve inconsciente…
Me gire para buscar la salida de esa habitación y me fije que en la cama había un pedazo de papel blanco. Cuando me acerque vi que en letras grandes con una caligrafía ejemplar decía:
Nos veremos al caer la noche. Te explicare todo.
Paul.
P.D. Es imposible huir, así que no te molestes en intentarlo.