Sin ser nada, siendolo todo.

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Tenía miedo, mucho miedo, no le temía a él sino a lo que el futuro les deparara, que todo no fuera como ella deseaba, que él no la amara y que solo fuera cortés con ella por respeto. Era tan abrumador pensar en todo aquello, en que su vida era un misterio constante, sentía que era como jugar una partida en un juego cuyas reglas desconocía; no podía manejarlo y, para ellla, quien acostumbraba tener todo fríamente calculado, era todo un desafío.
Aquel día no había sido el mejor, su alarma se había retrasado y había llegado tarde a sus clases y por si fuera poco había olvidado hacer su tarea, por lo cual recibió un regaño de parte de sus profesores. Pero aquel receso lo había cambiado todo, convirtió su día común (o tal vez un poco peor que común) en un día grandioso...
Caminaba por los pasillos de su instituto, buscaba a su mejor amiga quien, nuevamente, la había abandonado en aquella institución llena de gente popular, parejas empalagosas y profesores, odiaba no estar con su amiga ya que era muy tímida y la avergonzaba caminar sola por allí. Al menos nadie la notaba, o eso creía. Sintió que alguien la observaba mientras pasaba entre la multitud, cuando alzó la vista comprendió de quien se trataba y  enseguida volvió a pegar la mirada a la punta de sus converse negras, amaba verlo a los ojos pero le aterraba que él lo notara, entonces, en un momento de descontrol sobre su cuerpo, volvió a alzar la vista y la pegó en sus ojos, aquellos ojos color miel tan profundos, y quedó asombrada cuando él le hizo un gesto en forma de saludo. Aun no comprende de donde sacó tanto valor, pero asegura que ni siquiera notó en que momento se acercó a él, quien estaba con sus manos en los bolsillos de su pantalón de mezclilla, no sonreía, pero a ella no le preocupó ya que no acostumbraba a hacerlo, solo lo hacía en ocasiones que lo ameritaban, y lo comprendía - Tan bello paisaje- pensaba- solo los mas privilegiados pueden apreciarlo. Se acercó a él, corrió un mechón de su cara y se lo puso detrás de la oreja, para luego ponerse en puntitas de pie y, sin decirle siquiera palabra, plantar un suave beso el la mejilla del castaño. Estaban muy cerca el uno del otro ya que, por su posición, si se alejaba de él podría caerse; apoyó por completo sus pies sobre el suelo, pero sin moverse del lugar en que se encontraba, su mejilla rozaba contra el suéter de aquel chico y en solo cuestión de segundos había apoyado su rostro sobre el pecho de él, mientras el castaño le acariciaba su lacio cabello y colocaba la mandíbula sobre su coronilla. Se sentía tan bien estar así, por un momento comprendió lo bello del misterio de la vida. Estuvieron así por varios minutos.
Él olía tan bien. Era algo raro, pero desde pequeña ella tenía la costumbre de fijarse en como olían las personas, amaba el perfume de hombre, porque le recordaba a su padre, los olores eran su debilidad. Él no olía a perfume, ni a café, como otros, ni siquiera olía a algo específico, olía como solo él lo hacía, y eso a ella le encantaba.
Amaba estar así con él: sin ser nada, y al mismo tiempo, siendo lo todo. 💖

Microrrelatos de una apasionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora