¿Recuerdas?

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  • Dedicado a Claudia, Laura y Ariadna
                                    

Las gotas saladas de agua de mar que me salpicaban me despertaron. Aún tardé un poco en abrir los ojos. Estaba recordando mi sueño. 

Estábamos en la misma playa en la que desperté con mis amigas Valentina, Carolina, Susana, y yo, Eva. Corríamos por la playa y recuerdo que no paraba de tropezar, pero eso me divertía y nos hacía reír. De golpe, volví a caer y escuché un grito. Cuando levanté la cabeza no había nadie conmigo y aunque buscaba a mis amigas por toda la playa, no veía a nadie. También me fijé en que tenía el pelo largo y castaño muy enredado, y la ropa y la piel, muy sucias. Luego desperté. Yo estaba molesta porque algo se me estaba escapando. Entonces abrí los ojos y miré el reloj. Se me aceleró el pulso, tendría que haber llegado a casa hace una hora. Debía pensar  una excusa creíble para que mi madre no me matara. Se me ocurrió una buena idea y retrasé el reloj una hora para hacer ver que me había equivocado innocentemente. Eché a correr practicando mi numerito.

-Mamá, ya estoy en casa... ¿Qué? ¿Que no he llegado puntual? Mira, mira mi reloj-dije jadeando por el cansancio de correr y hablar a la vez. Era muy difícil correr por la playa y avanzaba lentamente a pesar de mis esfuerzos. Pasé por delante del rompeolas y también frente al viejo árbol que estaba allí desde que me alcanzaba la memoria. Por fin pasé la pequeña cala, pero todavía me faltaba atravesar un bosque para llegar al pueblo. Mientras corría entre los árboles, pensé con sorpresa en que aquel bosque estaba deshabitado, sin embargo, ahora podía distinguir pequeñas casitas en el interior de éste. Tan adentrada estaba en mis pensamientos, que no vi la pequeña rama que había a mis pies y tropecé. Un dolor agudo traspasó mi rodilla. Tenía un corte sangrando en la pierna.

-Genial-me dije-. Ahora tardaré mucho más en volver. Bueno, bien pensado, esto me sirve de excusa por el retraso.

Algo más animada, me levanté y comencé a andar hacia mi casa otra vez. Cuando me olvidé más o menos del dolor de la herida, reparé en que una suave niebla se había expandido por la zona. Supliqué con toda mi alma que no se hiciera más espesa, de lo contrario, no estaba segura de poder volver a mi casa. Al fin atravesé el bosque y, aliviada, me encaminé a mi casa. Comprové la hora y descubrí con asombro que solo había tardado quince minutos en llegar hasta allí. Normalmente costaba por lo menos media hora. Entré en casa dispuesta realizar una buena actuación, pero me llevé una sorpresa.

-¿Mamá?-pregunté con voz trémula (tengo que reconocer que soy un poco asustadiza). No había nadie. La casa estaba vacía, en silencio. Conteniendo la tensión, me limpié la herida, me di una ducha y me acosté un rato.

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