Entre los pasillos

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Se logra escuchar el ruido de los claxon. Una gran marea roja entinta mis retinas. Todo, todo queda en un silencio absoluto. Empiezo a desvanecerme.

Despierto en una cama de un hospital y todo ahí es confuso. Me retengo a mirar hacia mi derecha un ramo de flores recién cortadas expuestas en un mueble de hospital y al lado de ellas un platillo con pan blanco con mermelada de fresa además incluyendo una taza llena de café. Desvié mi mirada hacia una ventana abierta, solo ahí las cortinas se movían por la brisa del aire. Mi mandíbula esta totalmente inmovilizada. Mis brazos completamente vendados. Y mis piernas se encuentran adormecidas.  Entrecerré los ojos y dormí con gran dolor y por los sedantes que siento en mi organismo.

A la mañana siguiente después de desayunar, una enfermera tomó algunos datos míos.

- Bueno le haré algunas preguntas antes de que le de un baño ¿Su nombre completo es Arturo Gutiérrez Salazar?-.

-Por su puesto que si-.

- Según el expediente usted tiene veinte años de edad?-.

- Si-.

- ¿Y actualmente estudia en la Universidad de Santiago de Chile?-.

Afirme suavemente con la cabeza.

Respondí toda clase de pregunta que ella me hacia. Como donde trabajo o si hay familiares míos que puedan visitarme.

Al terminó de la sesión. Ella se levantó y sutilmente sonrió diciéndome. -Que linda cabellera rubia. No a todos les queda una cabellera rubia y rizada-. Se despidió y salió de mi habitación.

Luego de un rato un hombre con una bata de doctor. Checa mi papeleo. Y me da la noticia que no saldré de ahí durante un mes mientras me recupero de las heridas graves. Creen que sufrí de un accidente de auto. Pero sospechan que no fue así en su totalidad. Y que incluso esto pudo involucrar a un culpable de cortar mis frenos.
Que lamentable que en mi totalidad no recuerdo nada de ese evento o de algún suceso relacionado.

Los días pasaron y mi notable mejora me hacia subir de ánimos. Mi enfermera se volvió mi amiga. Se llama Lucia Méndez y conversábamos habitualmente.
Un día necesitaba un baño de esponja. Así que con la fuerzas reunidas de mis brazos tomé una esponja y comencé a tallar mi sucio cuerpo. Mi espalda me ardía de moretones hinchados y rasguños. Me limpié muy suavemente en la área de mi mentón y las mejillas. Todo ese lugar me dolía intensamente. Cuidadosamente lavé mi área genital. Y continué. Mis vendas me las había quitado antes de bañarme. Y solo me molestaba mis húmedas gasas de los brazos. Ya que creía que si me las quitaba iban a volverse a abrir las heridas. Así que opté por desprender  y retirármelas. De bajo de una de ellas en mi brazo derecho se hallaba una delgada pulsera de color turquesa. Por extraña razón esa pulsera después de desprenderse la gasa empezó a arder intensamente en mi muñeca y sacarme ronchas. Además de sumarle la incertidumbre de que aquella pulsera me traía malos recuerdos. E inmediatamente me la quité y la lancé lejos de mi. Detrás del televisor. Así terminé el día. Con ronchas en la muñeca.

Se desato una tormenta al día siguiente. Y mantuve reposo absoluto todo el día. Me dirigía a mirar al ventilador apagado. O al vaso con agua. O mi vista quedaba al vacío y la ventana. Las gotas de lluvia escurriéndose en la ventana hacia que mis pensamientos se perdieran en la completa nada. De pronto la enfermera Lucia entro con noticias nuevas. Una jovencita de mi edad venia a visitarme diciendo que era mi novia. Tal vez la enfermera no lo noto, pero eso hizo cambiar mi estado de animo. Así que me decidí rápido por que aquella chica pasase a mi cuarto de hospital.
Entró una chica preciosa a mi habitación. Contaba con hermoso vestido de olones y un cabello castaño largo y sedoso. Su tez blanca que se confundía fácilmente con el azulejo del hospital. Dirigió una sonrisa hacia mi y eso le hizo ganar mi confianza. Se dirige a mi y se sienta a un lado mío a platicar.
Realmente nuestra conversación era muy banal y sosa, pero por extraña razón me sentía cómodo con ella. No sé si era su voz o su forma al hablar, pero me perdí entre la conversación y su hermoso rostro.
Ella se retiraba poco a poco. Pero algo muy importante se me olvida.
-¡¿Cuál es tu nombre?!-. Grité antes de que ella saliera por completo de la habitación. Mi cara hervía de vergüenza. Pero ella sintió un poco de piedad en mi ser.
-Mi nombre es María-. Mi pecho se lleno de emoción. Y con eso solo pude sostener un adiós seco, pero lo suficiente bueno para que ella regresará al día siguiente.
Así sostuvimos una relación tan dulce por toda una semana, los días con ella se volvieron tan cortos y fueron tan rápidos y hacia que yo me olvidase el resto del mundo. Tras pasar el tiempo ella se volvió más cercana a este hombre un poco perdido en estos últimos días. 

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⏰ Última actualización: May 30, 2017 ⏰

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