CAPÍTULO 1: PRIMER CONTACTO

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El apartamento, al igual que el edificio en sí, se encontraba en un estado de completa y absoluta ruina. El suelo del mismo podía ser considerado más bien una alocada y quebrantada unión de tablones de madera, una madera que poseía una tonalidad de marrón oscuro que prácticamente rozaba el negro. Éstas tablas estaban hechas trizas casi al completo: algunas de ellas dejaban incluso vislumbrar el entresuelo que había justo debajo de mis pies, el cual, por cierto, parecía (y se sentía, a causa del crujir constante que mis pisadas producían en cuanto colocaba la suela de mis zapatos encima de los tablones) una superficie realmente inestable.

Por otro lado, las cuatro paredes que conformaban aquél espacio simple y rectangular se encontraban tremendamente mordidas a causa de la degradación por el paso del tiempo y pobladas de forma importante por el moho que había aparecido por encima de aquella superficie, lo cual hacía, al realizar un potente cóctel de todo lo que se podía observar a simple vista en aquél lugar, que el ambiente fuese prácticamente insoportable nada más entrar en aquella sala, por lo que parecía imposible imaginar que alguien fuese capaz de mantener aquél estado de suciedad con asiduidad, rodeado de aquella infinitud de desperfectos que el apartamento presentaba.

A parte, había otra cosa que no ayudaba en exceso a mejorar la situación allí dentro, y era que los muebles que poblaban aquella estancia eran escasos de forma considerable, y, además, presentaban una simplicidad que, sin duda alguna, pertenecían al apartamento de un hombre a causa de la enorme sencillez que el apartamento presentaba a primera vista. De hecho, se podían contar de forma rápida cuatro muebles en el vestíbulo de la habitación: primero se situaba una pequeña y bajita mesa de cristal, tallado con el objetivo de dibujar diversas y delicadas formas sobre aquella superficie que conseguían hacer de aquel mueble el objeto con más valor de los que allí habían; frente a ésta mesita, se encontraba un gran y amplio sillón cubierto de tela, la cual presentaba infinitud de jirones sobre su superficie, la cual había sido tintada con una tonalidad de azul bastante oscura, dónde, a pesar de la suciedad que éste también acumulaba, el residente de aquél lugar parecía acomodarse de forma habitual sin ningún tipo de inconveniente.

Frente a ambos muebles, se situaba un pequeño televisor de tubo de color gris, el cual sería de unas catorce pulgadas de forma aproximada, colocado encima de un pequeño mueble (también fabricado con madera, aunque ésta parecía algo más suave y presentaba una tonalidad de marrón algo más clara que la de las paredes de la habitación) que parecía ser el objeto que se encontraba en mejor calidad de todo lo que se podía observar en aquél lugar; el resto de la sala, aparte de los trastos que conformaban la cocina, estaba vacía prácticamente en su plenitud.

A parte, había algo que transformaba el ambiente propio de aquel lugar en algo todavía más desagradable e incómodo, y es que el hedor que desprendía el cadáver inerte de aquél hombre llenaba absolutamente todo el oxígeno de la sala, filtrándose a través de mis cavidades nasales e impidiendo el paso de una corriente de aire limpia a pesar de que las ventanas se encontraban abiertas de par en par.

Ése mismo olor provocó que varias de las personas que se encontraban allí presentes necesitasen ausentarse del apartamento para expulsar algo de sustento de sus intestinos, que terminaba, mayoritariamente, en el suelo del oscuro pasillo que había justo al otro lado de aquellas paredes, y por dónde discurrían de forma constante una cantidad considerable de agentes, inspectores y médicos, que recorrían la planta de arriba abajo.

No obstante, no se trataba únicamente del aroma que el cadáver de aquella persona desprendía (el cual, tal vez, debía llevar más de un par de días para acabar llenando la sala de aquél perfume tan desagradable); aparte de la peste que él mismo provocaba, el ambiente en la habitación hacía pensar que el muerto debía haberse vuelto adicto a la bebida a un nivel bastante caótico, ya que, desde el mismísimo sillón en el que se encontraba su cuerpo, también procedía un olor horrible que se diluía junto al que él mismo producía, originando, también en mí, unas importante necesidad de regurgitar en el interior de mis órganos digestivos, la cual recorrió mi cuerpo en su plenitud.

El Caso RáezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora