La alarma suena, y entonces agradezco a Dios el hecho de no tener internet propio porque de otra manera no me habría ido a dormir temprano ayer. Me levanto de la cama mientras suelto un gran bostezo, y saliendo de mi habitación, me encuentro a Nigel saliendo de la suya con una cara de sueño que supongo que es incluso peor que la mía. Bueno, eso es su culpa por haber hecho ese maratón de películas.
– Buenos días. – Dice mientras entra al baño, yo hago una seña con mi mano y sigo mi camino hacia la cocina.
Abro la nevera y reviso su contenido, como siempre, poco abastecida. Mi atención se posa en unos cuántos huevos que están allí desde que tengo memoria, –Está bien, eso no es cierto, pero si llevan bastante tiempo ahí– ha de ser porque comer sano es algo que yo no hago desde que nací –No exagero– y Nigel dejó de intentarlo hace meses –La dieta lo estaba matando, y el hecho de que yo me paseara frente a él mientras comía chucherías no le ayudaba mucho–.
– ¡Oye! –Grito, Nigel hizo un ruido que podría ser un "Qué", no sé bien que dijo, supongo que se está cepillando los dientes. Comienzo a sacar los huevos de la nevera con un ligero gesto de asco, no sé porque, pero creo que adentro de ellos están creciendo pollitos. – ¡¿Te molesta si cocino?! ¡Creo que estos huevos están podridos! – Escucho el grifo del lavamanos abrirse y cerrarse, luego los pasos de Nigel y finalmente lo veo a él asomándose por la sala con su cepillo de dientes en una mano, una toalla rodeándole la cintura y nada más.
«Oh Señor, ten piedad».
– Está bien, pero no experimentes. – Me advierte con el ceño semi fruncido en un gesto preocupado, obligándome a dejar de fantasear con él. No lo culpo, la última vez que experimenté nos enfermamos... fue asqueroso. Asiento y puedo verlo suspirar de alivio mientras su ceño se relaja un poco.
– Entendido, sólo huevos revueltos. – Digo mientras me doy la vuelta. Saco un plato hondo, comienzo a partir cada uno de los huevos, les echo sal, los revuelvo, los frito y ¡voilà! Ya están.
Nigel sale del baño y enseguida entro yo. ¿Una descripción detallada de mi baño? Abro el grifo, dejo que me caiga agua, cierro el grifo y me froto jabón, vuelvo a echarme agua. Es así de simple. Lo hago dos veces, y a veces cuándo no me baño el día anterior, tres.
Salgo del baño con una toalla alrededor de mi cuerpo y entro a mi cuarto. Abro mis cajones en busca de ropa interior, agarro el primer sostén que veo y en cuánto a pantaletas agarro la única limpia que me queda. Lo horrible es que odio estas pantaletas, estaré todo el día con ellas metidas entre mis nalgas. Me pongo mi uniforme y los zapatos que debo usar con él. Tomo mi lápiz labial rojo y me lo aplico, delineo mis ojos y... bueno, no sé, me maquillé, ¿a quién le importa mi forma de maquillarme de todos modos?
Meto unas cuántas cosas en mi bolso cómo mi celular, maquillaje, un cargador y audífonos. Salgo de mi habitación por segunda vez en la mañana para encontrarme con Nigel en la sala, me siento frente a él en el comedor –En realidad es una mesa de plástico–.
– ¿Saben bien? – Pregunto refiriéndome a los huevos. Nigel se encoge de hombros.
– No lo sé, aún no los pruebo. – Responde él, agarra un tenedor –También de plástico– y prueba los huevos. Los muerde lentamente y los traga con dificultad, para luego toser bajo. – Nutritivos en... sal y cáscaras. – Dice con un gesto tal vez demasiado condescendiente. Frunzo el ceño con los ojos entrecerrados e imito su acción.
– Mi Dios, esto es asqueroso. – Digo y no tardo en devolver la comida al plato. Salados, secos y con cáscaras, ¿quién demonios me convenció de que podía cocinar? – Compraremos algo en el camino, ven.
Me puse de pie para dirigirme a la puerta, Nigel hizo lo mismo y en segundos estábamos afuera del apartamento. Él oprimió el botón del elevador y esperamos a que subiera, nunca bajaríamos las escaleras, vivimos en el último piso del edificio.
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