Capítulo XIII

36 9 1
                                    



Capítulo XIII

A la mañana siguiente, Liana me despertó lanzándome una almohada a la cabeza

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



A la mañana siguiente, Liana me despertó lanzándome una almohada a la cabeza.

— ¡Viana! — me gritó. — ¡Son pasadas las seis y media de la mañana, así que a levantarse!

— ¿Qué...? — murmuré totalmente dormida.

— ¿No querías salvas a Cindy? Pues para eso tienes que ser fuerte. Y para ser fuerte tienes que entrenar. ¡Vamos a allá! ¡Nos espera un día muy largo!

— Y que lo digas...

Tras media hora más, mi hermana consiguió levantarme de la cama y obligarme a vestirme y prepararme para entrenar.

Ambas nos plantamos en la puerta del hotel. Liana parecía haberse tomado tres tazas de café mientras que yo ni siquiera había desayunado y me iba frotando los ojos cada dos por tres.

Tras dos horas en las que Liana me mantuvo corriendo, haciendo flexiones y más torturas parecidas, me dejó irme a desayunar.

Me comí una bandeja entera llena de bollos, cereales y galletas ante la mirada de las gemelas.

Triana de vez en cuando soltaba una risita.

Cuando terminé y me levanté de la mesa, ella me siguió.

Me dirigí hacia la azotea, pero me perdí y acabé dando un rodeo, aunque esto no lo admitiría ante nadie.

Al final, me apoyé en la barandilla y me quedé mirando el paisaje hasta que Triana se colocó a mi lado.

Rebuscó en el bolsillo de su chaqueta vaquera hasta sacar un papel y un pequeño lápiz.

— Bien. — comenzó. — Cogeremos uno de los coches que Karina guarda en el garaje, el que utilizamos Briana y yo para llegar aquí. Yo conduzco y ambas vamos hasta la guarida del Halcón Escarlata.

— ¿Cómo es que sabes dónde es? — le pregunté.

— Cindy llevaba un chip con un GPS por si le pasaba algo. Lo localicé con el ordenador y memoricé las coordenadas.

— Ah.

— Yo te dejaré fuera del recinto. Tendrás que saltar la valla, pero antes tendríamos que desactivar las medidas de seguridad, eso déjalo en mis manos.

Yo asentí con la cabeza, aún así, Triana no me vio y continuó hablando.

— Tienes veinte minutos, es el máximo de tiempo que te puedo dejar. Veinte minutos para entrar, buscar a Cindy, encontrarla y salir con vida. Entiendes que es peligroso, ¿no?

— ¡Claro que lo entiendo! — exclamé. — ¡Pero no puedo quedarme quieta mientras me imagino por lo que tiene que estar pasando Cindy!

— Podrías perder la vida, ¿eso lo sabes?

Tragué saliva antes de contestar.

— Si. No me da miedo la muerte. — mentí. — Es ella la que tendría que tener miedo de mí.

Triana sonrió.

— Espero que no mueras, niña, me caes bien.

— ¡No me llamo niña! Mi nombre es Viana Goldenblood, y tampoco soy una niña. — le reproché.

Ella siguió sonriendo y me pasó la mano por la cabeza, despeinándome.

Yo le gruñí, pero no pareció darse cuenta.

Esa noche, cuando salimos de madrugada, la convicción de tenía cuando hablé con Triana por la mañana había desaparecido.

En su lugar, tenía una fuerte sensación de que todo iba a salir mal.

Me paré delante de la habitación de Liana, y sin poder evitarlo, entré procurando no hacer ruido.

Estaba profundamente dormida, boca arriba, y con la boca abierta.

— Lo siento, Liana. — dije, procurando hablar en susurros. — Es posible que ahora yo muera, pero sé que esto es lo que debo hacer. Te pido perdón si no vuelvo de allí. Aquel sueño era un recuerdo, ¿no? La otra niña, ¿se llamaba Diana? Supongo que sí. Ella está muerta y yo quizá corra la misma suerte, lo que te dejaría a ti completamente sola. ¿Cómo podría hacerte eso a ti? Bueno, supongo que tendría que irme ya. Adios, Liana.

Los pájaros de papel que un día volaron libres Donde viven las historias. Descúbrelo ahora