👑𝐸𝓁 𝒞𝑜𝓃𝓈𝑒𝓃𝓉𝒾𝒹𝑜 𝒹𝑒 𝑀𝒶𝓂𝒶́.🔨

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(¸.•' (¸.•' ►Side Story◄   


Las piernas de Juuzou se friccionaban con tanta viveza al correr, que sus pies por poco parecían ni siquiera tocar el suelo. Corría desenfrenadamente como si su vida dependiera de ello y en parte así era. Sus pálidas y ágiles extremidades alcanzaban velocidades insuperables para lo que a un infante normal correspondía, pero debía alcanzarle... tenía que ser un buen chico y ese pensamiento predominaba ante cualquier otra cosa en su cabeza.

— ¡Vaaamos, Rei-chan! ¡Haz que mamá se enorgullezca de ti! — aclamaba su "madre", una obesa mujer de vestimentas anticuadas y empapelada en joyería cara. Aquel niño era su estrella principal en el evento de esa noche y absolutamente todo el salón tenía enfocada su atención en él.

Por cada paso que daba, el sonido de su cascabel emitía un dulce tintineo: "Cling, cling, cling", y acompañado de una melodiosa carcajada se abalanzó contra la espalda de un hombre, un simple humano que perdía el control de sus esfínteres y acababa orinándose los pantalones a causa del miedo. El tipo se encontraba en shock... temblaba mientras el entumecimiento lo enmudecía impidiendo que soltase gritos de pánico, futura agonía. Aquella víctima tenía claro su destino y podía verlo reflejado en las pupilas del adverso. El chico, con una fuerza absurda para su edad, lo volteó del brazo con un solo tirón y se dejó caer de rodillas a su lado para dedicarle indicaciones.

— ¡Vamos a jugar un juego usted y yo! Sólo debe resistir, ¿nee? Déjeme el resto a mí, hahaha. — el menor rio con inocencia corrompida plasmada en su mirada, la cual se encontraba oculta por un oscuro antifaz. Y es que, para él todo aquello era un juego.

Las puñaladas comenzaron al mismo momento en que las palabras del infante otorgaban un punto final a su invitación, entretanto un grito ahogado y casi mudo se escapaba de los labios del hombre. Las cuchillas o implementos del albino siempre se encontraban afilados para optimizar su trabajo, por lo que atravesar la piel y vísceras de su "presa" era igualitario a cortar mantequilla. Pan comido.

— ¡Treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta! — gritaba Juuzou calculando el puntaje que debería obtener por aquella maniobra. — ¡RESISTA, RESISTA!

Su voz se mimetizaba con el sonido pegajoso y húmedo del interior cercenado de su víctima; su vientre ya había comenzado a abrirse. Extrañamente, dentro de su imaginación, el niño pensó que el mayor se estaba derritiendo, pero para él eso estaba bien. A mamá y sus clientes podría gustarles aquello, por lo tanto, prosiguió. Las capas del estómago comenzaron a rasgarse poco a poco dando salida al intestino grueso y delgado los cuales terminaron desgarrados de igual forma y esparcidos en el exterior. Los jugos gástricos y los líquidos de la vesícula biliar comenzaron a escurrir en conjunto al mar carmesí que teñía las manos y brazos del peliblanco resguardándolo en la calidez de este. Le estaba desmembrando los órganos por completo... su páncreas, su estómago, su hígado, su riñón... era una revoltura de fluidos cuya espesura iba progresivamente tomando una textura similar a la de un paté. Una risita nerviosa se dibujó en sus labios al asociar las costillas visibles de su víctima con dientes, como si se tratase de un monstruo que sonreía con la boca abierta mostrando sus filosos colmillos; aquello le había hecho bastante gracia. Por cada cuchillazo que daba, hilos y chorros de sangre eran esparcidos por su vestimenta, cabello y alrededores. La mano del hombre yacía inerte en el suelo, a excepción de un leve movimiento de dedos a causa de la contracción del sistema nervioso del desgraciado cadáver obligándole a contraer sus tendones. El público aclamaba, mamá aplaudía y el aire olía a hierro. Aquella sería una buena noche, o al menos eso pensaba. «He hecho a Mamá feliz» se decía a sí mismo una y otra vez incluso enorgullecido de su hechura. Pero aquella ilusión de ser premiado por Mamá cada vez iba disipándose más y más.

— ¡Aaagh! — exclamó el infante antes de que cayera de boca al suelo y fuese arrastrado con las cadenas de los grilletes por las muñecas.

Sin poderse levantar, el áspero pavimento bajo su cuerpo rasmillaba su rostro, estómago y rodillas. Quemaba, ardía... y a mamá parecía no importarle. Ella siguió arrastrando a su mascota hasta su respectiva celda y sin un pelo de delicadeza lo lanzó al interior como si se tratase de un saco inerte. Su alba cabeza rebotó contra el piso resonando como un balón dentro de una oscuridad y un silencio ensordecedores. Juuzou sintió un leve mareo acompañado de náuseas, pero ya se estaba acostumbrando a aquella sensación. El sabor metalizado de la sangre de su presa mezclada con la propia marinaba su boca de una manera desagradable. Sentía la lengua adormecida, pero no tardó en notar que su rostro y sus dedos también lo estaban. Su ojo derecho otorgó un leve tick, el cuál fue desapareciendo a medida que recobraba un poco los sentidos. A pesar de todo esto, no estaba extrañado ni desentendido, ya que esta rutina era de todos los días sin importar si hacía las cosas bien o mal. Incluso cuando mamá era feliz solía castigarle sin razón aparente. Sus premios eran lo mismo que sus castigos, pero no importaba a pesar de que cada vez le costase más diferenciarlos entre sí. Él la amaba y si ella era feliz, de inmediato asimilaba todo esto como algo bueno.

— Nee, Mamá... Hoy lo hice bastante bien, ¿cierto? — preguntó con un tono de voz digno de sumisión a medida que se reincorporaba sentándose de rodillas en el frío e inhóspito suelo. Su rostro estaba sangrando al igual que sus piernas. Ardían al punto de sentir comezón. La sangre coagulando sobre su cuerpo y formando una delgada costra marrón tampoco ayudaba a desvanecer el escozor.

— ¡Sí!, hoy Juuzou se comportó como un buen chico. ¡Sesenta puntos! — exclamó la adinerada mujer señalando con ambos dedos índices al niño.

— ¿Sesenta puntos...? — preguntó el albino intentando sonreír. Sus manos comenzaron a temblar sin control. Intentó optar por serenarse, fallando irrefutablemente en el intento. Sabía qué era lo que se avecinaba y se resignó tragando saliva la cual cada vez le sabía más amarga.

— Buen chico. Ya es hora... Rei. — sonrió la necrófaga con malicia mostrando sus brillantes brackets los cuales dieron un molesto destello en los ojos del peliblanco, viéndose obligado a pestañear.

Cuando ella lo llamaba por "Juuzou," solía referirse a aquel chico el cuál asesinaría a cualquiera que ella le pidiese, aquella bestia contenida en un frágil y hábil cuerpo cuya entidad satisfacía a su caprichosa clientela. Pero... cuando su nombre cambiaba a "Rei," mutaba súbitamente a su mascota, la cual ella amaba domesticar, amaestrar y abusar. Suzuya tenía ambos roles bien asumidos y ni chistaba ni renegaba de las necesidades de su madre, puesto que él las saciaba por completo.

No pasaron muchos minutos después de aquella advertencia para que el pálido y desnudo cuerpo de Juuzou, convulsionante a causa del frío y el dolor, ya se encontrase colgando por los aires desde el techo ensartado en afilados ganchos. Algunos de ellos no soportaban el peso del infante, logrando así rasgar y desprender su piel de un tirón dejando claramente profundas heridas que en mayoría llegaban a su hipodermis. La sangre goteaba cada segundo manchando la sombra tambaleante del albino y eso a la ghoul le encantaba. Le fascinaba que aquel color proveniente de su mascota hiciera un húmedo sonido al gotear sobre el piso. Se tentaba a beber del charco el cuál emitía una fragancia fina y dulce, pero si empezaba no tendría retorno y no podía exponerse a devorar a su Scrapper número uno. Era seguramente el ítem más valioso adquirido en cualquiera de sus subastas.

— Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve, cincuenta, cincuenta y uno... — contaba la carnívora a medida que iba ensartando cada uno de los ganchos restantes en la piel de Juuzou. Su estómago crujía y es que al ver como el metal atravesaba con facilidad aquella hermosa piel que lucía tan tersa, tierna y suave, su apetito arrasaba.

La sensación de suspensión le adormilaba, o quizás era el dolor o podía ser la pérdida de sangre. Ya nada importaba para el albino, la verdad. Una vez que estaba ahí... colgando, no había forma de escapar. Nunca habría una forma de escapar. Y al acabar aquellas eternas y extenuantes sesiones, ella siempre solía hacer la misma pregunta...

— ¿Cómo estuvo?, ¿te vuelves más obediente ahora? — interrogó soltando una sonora carcajada.

— S-si... — susurró el chico aun colgando con una adolorida y débil sonrisa. Había notado que, a ese punto, la sensación de dolor comenzaba a disiparse progresivamente. Estaba en la brecha de no sentir absolutamente nada.

— Mmmh, ya que Juuzou obtuvo solo sesenta puntos hoy, estoy esperando ansiosamente el trabajo de mañana. Rei... —advirtió a medida que retiraba los ganchos mientras que algunos solamente los arrancaba a la fuerza abriendo su piel sin ningún sentido de compasión ni delicadeza. El contrario aguantó la respiración con fuerza esforzándose por no vomitar. — Debes hacer que mamá te alabe, debes hacer a mamá feliz...

Cuando aquel monstruo le abandonó cerrando la puerta de la celda tras su espalda, el chico se colocó una especie de camisón intentando buscar abrigo. Se sentó en el piso húmedo y mohoso buscando confort en sí mismo y también un poco de sanidad abrazándose de ambas rodillas, escondiendo la cabeza entre ellas y temblando mientras escuchaba las palabras de su madre haciendo eco en su cabeza como si ella aún se encontrase ahí. No podía decepcionarle otra vez.

— S-si... si... — susurró por horas mientras su mandíbula inferior se tambaleaba a causa de un shock nervioso.

Al día siguiente, la rutina diaria del baño y la vestimenta para un nuevo show se había llevado a cabo. El público netamente iba a verlo a él, coreando su nombre con fervor.

— ¡Aaaah, destrípalo por completo, Juuzou! — gritaba un ghoul desde la galería en donde se encontraba junto a otros clientes los cuales parecían ser VIP. — ¡Arranca todos sus intestinos, destrózalo!

— Haha. Me llaman a mí, ¿cierto? — rio el peliblanco animoso, sintiéndose feliz por las palabras de ánimo del resto. Sabía que el pecho de mamá se inflaba de orgullo cuando sus clientes aclamaban su nombre y la sonrisa de ella mirándole de la lejanía le daba la razón a su convicción.

El hombre de turno nunca intentó huir. Sólo se quedó de pie, con la mirada perdida dando a entender que no tenía ni idea de lo que estaba pasando a su alrededor. Aquel hombre no tenía idea que sería asesinado a sangre fría por mero entretenimiento y probablemente, apetito... Por lo cual, saltar sobre él y comenzar a acuchillarlo fue una acción que a Suzuya le llevó solo segundos. El público enloqueció.

— «¡¡¡Gyyyah!!!», «¡Buen Juuzou!», «¡Queremos ver más!» — exclamaba el público entre el sonido repulsivo de las cuchilladas y el silbido de la hoja soplando a través del viento por cada vez que las navajas eran alzadas y ocultas continuamente dentro de la masa de carne sanguinolenta.

— ¡TODAVÍA NO ESTÁ "ROTO"... DEBO HACER FELIZ A MAMÁ Y A SUS CLIENTES! — gritó el peliblanco empuñando los cuchillos con más fuerza. Sus manos temblaban de ira... estaba enfurecido por no haberle cumplido a mamá la última vez y esta debía ser distinta. De su mentón chorreaba saliva, la cual escupía a medida que saltaba la sangre ajena a su boca. Aquella noche si había sido un buen chico o así lo juzgaba él.

En esta ocasión, Mamá había decidido ponerle su vestido, el más bonito de los que solía hacerle llevar usualmente cuando estaban a solas, al igual que su peluca. El chico era hermoso, parecía una muñeca de porcelana de las más lindas existentes y ella lo sabía y hacía de eso un fetiche el cuál no iba a desperdiciar. En ese momento, el menor sabía que era "Rei."

— ¡Aaaaaaah, Juuzou! Mi Rei... ¡Qué lindo...! — exclamó recostada como una diva en su gigantesca cama evidentemente cara con una elegancia absurda para su especie. — Tu piel blanca como nieve, ojos de cristal... justo como una niña. A tu mamá le gusta la angelical tú, es la mejor... — informó acariciándole los labios e introduciéndole el dedo índice dentro de la boca. Ahora, Suzuya era una niña y no tenía opción.

Juuzou la escuchaba en silencio, sin decir absolutamente nada y es que bien sabía que a Mamá no le gustaba ser interrumpida.

— Pero un día, definitivamente vas a crecer y tus músculos se agrandarán y tu voz empezará a hacerse más profunda... Quiero que te quedes tal y como estás. — argumentó colocándose detrás de él y sobándole ambos hombros. — ¡Ya sé...! — exclamó empujando al infante al suelo y sacando dentro de su manga un martillo. Al parecer ella tenía planes de divertirse con él en "otro sentido" en aquel encuentro ya que venía predispuesta. Se agachó y gateó hasta el albino quedando ubicada entre sus piernas aprovechándose de la expresión estupefacta del contrario. Él ni siquiera se imaginaba lo que pasaba por la cabeza de su madre. — Empezaremos sacando esto. Soy tan lista. — acotó con la mirada fija en el sexo del niño.

Juuzou entreabrió sus labios y sus ojos se abrieron a la par como dos lunas llenas gemelas. Su pecho dio un vuelco tan doloroso, que incluso sintió como su garganta se hinchaba. Su voz a duras penas salió...

— Mamá... ¿tú quieres...? — antes de que el menor pudiera finalizar su pregunta, su madre lo interrumpió.

— ¡DESDE HOY EN ADELANTE, SERÁS UNA NIÑA! — vociferó estruendosamente al mismo instante en que tomaba impulso con su mano afirmando el martillo, el cual no dudó en estrellar directamente hacia los testículos del niño. Fue tan gratificante como darle un balazo a una almohada.

«Crack.»

Un sonido hueco hizo eco dentro de las cuatro paredes de la habitación y dentro de la cabeza del chico. Su grito fue tan desgarrador, que no solo creyó que sus testículos habían sido reventados, sino también su garganta. Sentía por primera vez... que iba a morir.

Juuzou despertó jadeando, ahogado por el peso sobre su pecho que tanto le estaba asfixiando. Por impulso, se sentó de forma brusca y estática sobre la cama con sus negros y sedosos cabellos empapados en sudor cubriendo su rostro, mientras que no podía coordinar su respiración notando qué tan dilatadas se encontraban sus pupilas. La angustia fue tal que su sueño fue brutalmente estancado. Él no solía soñar con estas cosas a menudo, y más que "sueños," eran recuerdos... fragmentos de aquellas tragedias las cuales vivió sin quejarse al respecto con nadie... las cuales probablemente se llevaría a la tumba. Su cabeza las reproducía como una película de tanto en tanto.

«Al menos... puedo dormir. La primera vez que trabajé para mamá asesiné por tres días y tres noches seguidas sin parar. No podía dormir porque mi cuerpo saltaba de la nada y me retorcía sin querer, y si lo hacía, las pesadillas me despertaban... No sé cuándo fue, pero luego de aquello... no pude volver a sentir nada más...» pensó para sí mismo cerrando los ojos y recordando el rostro de Yukinori Shinohara. No podía imaginar qué sería de él a estas alturas sin la influencia de su mentor. "Si tan sólo estuviera aquí..."

Se cubrió el rostro con ambas palmas de las manos y luego suspiró. Aquel sueño había parecido tan real, que por poco había podido sentirlo... pero ¿cómo iba a sentirlo si él no sentía dolor? Fue una pesadilla dolorosa y aquella pregunta resonó en su cabeza como si su consciencia quisiera hacer énfasis en ello. Estaba consciente que alguna vez en su vida había sentido dolor, quizás aquel acto barbárico que había cometido su madre había sido la última vez que realmente había sentido algo, pero ¿por qué no podía recordar cómo se sentía? ¿Y si quizás nunca lo había sentido? No, eso no podía ser, tenía consciencia y estaba al tanto. Estaba divagando en su propia incertidumbre y ahondar en ello jamás lo llevaba a ningún lado.

Se dejó caer sobre la cama y alzó su brazo para mirarlo a contraluz examinándolo detenidamente con una expresión casi incierta. Aquellas cicatrices notoriamente marcadas en su cuerpo siempre le recordarían que: "Todo aquello no fue un sueño."

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