El comienzo

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Todo comenzó un día de noviembre. No recuerdo el día. Quizá a primeros, quizá a mediados...Solo sé que todo se inició con una mirada. Una mirada que simplemente podía destrozarlo todo.

Yo estudiaba en la facultad de educación, y aquel año había comenzado el primer año de estudios. Había echo muchos amigos, tenía un grupo con el que salía por las noches. En aquella época de mi vida yo bebía y amanecía en una cama que no era la mía, con alguien que ni conocía. Y al día siguiente todo se repetía. Me avergüenza simplemente el hecho de recordarlo, y más aún de que alguien más lo esté leyendo. Conocí a gente que no me convenía, ese tipo de compañías que ningún padre ni madre desearía para sus hijos. Pero en ese momento, me sentía bien: estaba integrada en clase, tenía muchos amigos, aunque muchas veces ni siquiera era capaz de recordar sus nombres.

 La única persona que me aconsejaba era mi mejor amiga. Su nombre era Noa, y habíamos estado juntas desde los tres años. Respecto a mi comportamiento, siempre me había dicho que tenía que cambiar, que todo lo que yo estaba haciendo me estaba perjudicando a mí, y a las personas que me querían. Sin embargo, yo no la hacía caso; pensaba que todo estaba bien, y que podía cuidar de mí misma. Recuerdo que no me gustaba tener a Noa detrás de mí, diciéndome lo que debía hacer y lo que no, como si fuera mi madre, así que siempre pasaba de ella, la ignoraba, e incluso la evitaba en los pasillos de la facultad. 

Pasaba el tiempo, y Noa se fue distanciando poco a poco de mí, hasta que perdimos el contacto. Llegué a enterarme de que tenía otros amigos, y que estaba saliendo con alguien, pero no sabía nada más: ya no pertenecía a su círculo de amistades, ni ella al mío. No volví a saber nada de su vida hasta la noche en la que todo se complicó.

En una de mis noches de fiesta en las que me bebía todo el alcohol que había en los bares, uno de los DJs de la fiesta se me acercó; y estuvimos bailando y besándonos en la pista y en la tarima. Cuando consideré que ya era hora de llevármelo a mi casa, lo agarré del brazo y lo saqué de allí. Ambos estábamos bastante borrachos, pero aún así, cogí mi coche y conduje como pude hasta mi casa, mi pequeña casa de alquiler. Allí, pasamos la noche juntos, a pesar de que ni siquiera sabía su nombre. A la mañana siguiente, sobre las 10:00, me despertó el ruido atronador de un móvil. Giré la cabeza sobre la almohada y lo vi: allí seguía el DJ de la otra noche, y el móvil que estaba sonando era el suyo. En un intento desesperado porque dejara de sonar, ya que él seguía dormido y no se despertaba ni a tiros, cogí el móvil y respondí.

-" ¿Quién llama a las 10:00 de la mañana después de un viernes noche?"- dije yo, con la voz aún ronca, y mi bordería de primera hora de la mañana.

-"¿Alicia?"- una voz muy familiar pronunció mi nombre al otro lado del teléfono.

Recuerdo haberme despegado el teléfono de la cara para comprobar si realmente era mi teléfono y no el del chico, pero no. No era el mío.

-"¿Nos conocemos?"- en esos momentos no estaba para pensar mucho, a pesar de haberme sorprendido bastante al oír mi nombre en un móvil que no era el mío ni de nadie que yo conociera.

-"¿Se puede saber por qué tienes el móvil de Aitor?"- fuera quien fuese, estaba empezando a enfadarse y no estaba dispuesto a responder a mis preguntas.

-"No me has respondido. ¿Quién eres? Y...¿Quién es Aitor?"- yo también empezaba a enfadarme. No entendía nada.

-"No puede ser Alicia...¿Aitor ha sido una de tus víctimas de la noche? No me puedo creer que sigas así, eres imposible. " - Oh, no. Ya reconozco esa charla de antes...Noa. Y creía que ya lo estaba entendiendo todo. Me había acostado con el novio de mi ex mejor amiga.

-"¿Noa?"- pero entonces, el pitido del móvil me indicó que ya había colgado.

Desperté al tal Aitor, lo cual me costó muchísimo tiempo, y después lo eché de mi casa entre gritos suyos hacia mí diciéndome que quién había llamado, que por qué lo había cogido, etc. Parecía que no había entendido aún mi explicación de los hechos. 

El lunes, volví a clase después de un fin de semana "tranquilo", o al menos como el resto de los fines de semana. Al entrar en el aula, vi a toda la clase (una clase de 130 personas, que normalmente no podían parar quietas) sentadas en sus sitios, mientras dos personas de otra clase se encontraban de pie en el medio de la estancia. Una de ellas, era Noa. 

No me hizo falta saber qué era lo que estaban haciendo o qué era lo que las dos personas principales les estaban contando; porque en cuanto vi cómo me miraron todos cuando abrí la puerta, me quedó bastante claro. ¿Odio? ¿Rechazo? No sabría explicarlo exactamente, pero nada bueno. 

En toda aquella mañana, nadie me dirigió la palabra; ni siquiera los grupos de "amigos" que yo tenía, de los cuales no me sabía sus nombres. No sé si será cierto, o que yo en aquel momento ya estaba paranoica; pero me parecía que ni los profesores me miraban. Era como si yo ni siquiera existiera.

Los rumores corren demasiado deprisa, y cuando los persigues para frenarlos, ya es demasiado tarde. Y desde entonces, todo fue a más. Cuando salía de fiesta los viernes y sábados como de costumbre, el camarero (que era un compañero de clase que se ganaba la vida como podía) no quería servirme más copas porque consideraba, literalmente "que ya estaba demasiado mal, y que podía hacer alguna tontería", y acto seguido, me lanzaba una mirada de asco. En la pista de baile, la cosa no cambiaba demasiado: cuando quería bailar con alguien, todos se apartaban y se dirigían hacia otras chicas para disimular, aunque no se les daba muy bien. Y así estaba toda la noche: sola. Así que, poco a poco, dejé de salir. Que ironía ¿verdad? Al final Noa sí que consiguió que dejara esa vida que tanto me gustaba. 

Y así pasé dos años enteros. Incluso cuando repetí segundo curso, la gente nueva que entraba a la Universidad me miraba igual que los demás: con repugnancia. Las chicas agarraban a sus novios por los pasillos mientras me miraban con recelo mientras pasaba cerca de ellos. Que idiotas ellas. Como si fuera solo culpa mía, y que el imbécil  de su novio era un santo. 

Es curioso cómo un rumor, una mirada, puede propagarse por una ciudad pequeña. 

Un día, caminaba por los pasillos hacia mi aula, cuando alguien me puso la zancadilla y me tropecé con su pierna, cayendo hacia el suelo y desparramándose todos los libros. Todos reían, salvo un chico que estaba apoyado en su taquilla. Me miraba intensamente, y se agachó (para mi sorpresa) para ayudarme y recogerme los libros. Nunca había visto a ese chico. Moreno, de ojos verdes y de complexión delgada. Tan sólo me dedicó una sonrisa sincera al devolverme mis cosas, y después se marchó. Quizá no todas las personas se dejaban influir por lo que decían los demás...¿o sí?

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⏰ Última actualización: Nov 14, 2017 ⏰

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Alicia y la Ballena AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora