Unicornio

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Sería absurdo decir que, en el momento en que cruzaron miradas fue amor a primera vista.

Porque no fue así. Sus ojos no se encontraron sino hasta un mes de que Sorey entró al instituto en el radical cambio de estudios. Viniendo de una escuela pública no podías esperar mucho. Aunque en realidad Mikleo ya no esperaba nada de nadie.

Supongamos que esperar a que algo maravilloso pasara, sería como apostar su vida a que un Unicornio cruzaría la puerta en cualquier momento. Pero no había Unicornio, solo Sorey con esa sonrisa hipócrita que lo fastidiaba cada que lo veía. Una sonrisa que solo puede ocultar algo. Lo evitó por mucho tiempo,incluso Rose le había dicho que era buen sujeto.

De eso nada.

Lo odiaba; su casillero también.

Encontrar a un sujeto que no paraba de golpear la puertilla metálica con su puño era lo último que quieres en un día pesado y largo. Lo miró con la ceja levantada y una intensa expresión de desconcierto. Lo golpeo tanto que dejo una abolladura que posiblemente nunca podría ser reparada. Se empujaron. Y no fue sino hasta que Zavied los separó que Sorey entendió que ese no era su casillero; estaba en el bloque equivocado.

Zavied se rió. Le dio una nalgada a Mikleo y le dijo que dejara de meterse en problemas incensarios. Se giró rápidamente hacia Sorey y le empujó aún más fuerte, cayó al piso de sentón y algunas personas rieron. Habló algo de no meterse con su chica y que lo estaría vigilando. Mikleo maldijo en alto y Zavied le lanzó un besito.

No más Mikleo para Sorey o Zavied aparentemente le patearía el culo.

En cuanto a Sorey. Parecía que la amenaza había sido en balde, ya que el destino se empeñaba en ponerle a Mikleo de frente de muchas maneras. Cada día más absurda. Desde el castigo por abollar el casillero hasta el día que tuvo que hacer servicio becario en la biblioteca y le vio la cara por lo menos 8 horas a la semana. No se hablaban, ni siquiera se miraban.

Entendió que lo del casillero había sido un error, pero no lo suficientemente justificable para odiar al otro. ¿Oh sí?

¡¿Oh sí!?

La respuesta le cayó cuando Mikleo llevó pastelillos para conmemorar el día del aniversario del instituto. Una caja con doce piezas que repartió por algunos salones y siendo la biblioteca el último lugar, Sorey creó que el último tenía su nombre. Era obvio. Compañeros de trabajo, Mikleo no parecía mal sujeto, él tampoco. Todo perfecto.

No, obviamente no.

La dueña fue Laihla.

La psicóloga de la escuela. La mujer que sabía todo de todos. De que pie cojeaban cada uno de los estudiantes. Laihla era hermosa, pero también peligrosa. Se montó sobre el mostrador para poder tomar el panquecillo. Si no hubiera sido por la bata blanca que usaba a diario más de una decena de estudiantes hubieran vistos sus bragas del encaje. Se rio por el casi incidente y agradeció el gesto con un guiño.

Quien fuera panquecillo para estar tan cerca de ella.

El punto. Mikleo no quería a Sorey.

Sorey pensaba que Mikleo exageraba.

Zavied tuvo un panquecillo y él no.

—¿Quién quiere un panquecillo después de todo?

Obvio, Sorey (no).

Endless forms most beautifulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora