35. Veinte Segundos

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Con la llegada del ocaso, Ontari pudo por fin abandonar el lecho de Marcus Vero, que alentado por la sangre y los juegos le había pedido que pasase aquella noche entre sus brazos.

Hasta ahora había sido sencillo complacerle haciendo usos de otras artes amatorias menos licenciosas e invasivas.

Creía que llegado el funesto momento al igual que otras veces podría salir airosa de ello, más está vez no había sido así.

En la intimidad del lecho Marcus tenía el mismo gusto por lo violento y lo depravado que había demostrado al alabar y ovacionar a sus gladiadores que destrozaban a los contrincantes sobre la arena o al castigar a algún esclavo desobediente a ojos de invitados ilustres como había tenido el infortunio de presenciar alguna vez.

Está vez había sido distinto, está vez no había sido capaz de virar las tornas, y que los acontecimientos sirviesen a su favor.

Hubo un momento en que se planteó matarle, arrebatar aquella vida que tantos males causaba a su alrededor pero pensó inevitablemente en Harper, en Lexa, en Raven, en Octavia... en cada mujer, hombre y niño que servía entre los muros de aquella villa y se sintió incapaz.

Harper ya le había explicado algunas de las costumbres más arraigadas, y la muerte de un dómine a manos de un esclavo traería la muerte a todos aquellos que estuviesen bajo su mando, fuesen culpables o no.

No podía hacer pagar a Harper por la muerte de Marcus, no podía hacer pagar a Lexa ahora que había conseguido colocarla en una mejor posición.

No es que sintiese predilección por Raven u Octavia pero si había comenzado a sentir cierto afecto e inclinación por el bienestar de ambas, no arriesgaría sus vidas por veinte segundos de satisfacción.

Porque veinte segundos era todo cuanto necesitaba para atravesar a Marcus con el abrecartas de la mesa, o para romperle el cuello sin contemplación.

Intentó caminar y el cuerpo entero le tembló, podía oír dentro de sus oídos su propia respiración tan solo superada por los ronquidos y resuellos de Marcus que yacía boca abajo desnudo entre las sabanas a sus espaldas agotado de horas de pasión y deflagración.

Tan solo quería salir por aquella puerta y borrar de su memoria todo cuanto vivió.

Alcanzar sus estancias no había sido tarea fácil, tener que atravesar aquel pasillo pasando por delante de guardias y esclavos que aguardaban entre las sombras por si se les requería en atención sin perder la poca dignidad que le quedaba había sido una de las cosas más complicadas y duras a las que había tenido que enfrentarse desde que estaba allí, mucho más que cualquier otra porque en aquel instante ni siquiera se sostenía.

Cuando entró en las estancias que ahora le pertenecían y cerró la puerta tras de si, agradeció el encontrarse sola.

A medida que se había ido sucediendo la noche, Ontari le había pedido que buscase a Raven o a Octavia y se quedase con ellas.

Marcus al principio había rehusado deshacerse de su presencia pero poco a poco, Ontari había ido convenciendole a base de buen vino, frutas, caricias y palabras de admiración.

No era estúpida, conocía las intenciones de Marcus desde el mismo momento en que subió a su litera a las puertas del anfiteatro y vio la lujuria en sus ojos al contemplarla como la diosa que le había hecho creer que era, y cuya victoria de Lexa, Marcus se había atribuido como suya ante Graco y ante otros poderosos senadores enardeciendo su valor y su libido hasta limites pocas veces alcanzados.

Ontari cerro sus ojos apoyando las manos y la frente sobre la superficie de la labrada puerta, y desde lo más profundo de su ser la rabia, la irá y el dolor latieron en su interior haciéndola temblar de pura impotencia.

Sangre y Arena, Bajo El Látigo de Roma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora