Por siempre contigo

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Lucia demasiado cansado pese a ser un demonio, sus pasos eran lentos y torpes mientras avanzaba por el estrecho pasillo de la casa, anhelando que las horas pasaran aun más rápido para que su joven amo despertara. Diez… tal vez quince días… ¿cuánto tiempo había pasado? No lo recordaba pero, desde su perspectiva parecía toda una eternidad.

Algo irónico para alguien condenado a ser inmortal. Al primer suspiro le acompañó un segundo y tercero, al mismo tiempo que entraba al pequeño cuarto donde reposaba su Ciel. Aquel cuerpo frágil y sensual que tanto le fascinaba permanecía tendido en la cama, dando la impresión de no tener vida. Inerte, inmóvil y frío… aquella calidez se esfumó días atrás, claro que era preferible a ya no tenerlo.

Sebastián se quedo de pie a su lado, dudando si acercarse o no, meditando las múltiples reacciones que podría tener en cuanto aquellos preciosos ojitos azules se abriera. Lo más seguro es que hiciera cientos de preguntas, es lógico, incluso estaba preparado para que lo odiara, y así le costara un siglo no permitiría que él estuviera lejos… no podría soportarlo, todo menos eso.

Dubitativo se sentó en el borde de la cama, levantó la mano y finalmente se decidió a tocarlo: sutil, suave y con mimo, como si se fuera a romper por su fino toque… era absurdo, pero ya había experimentado esa agonía de poder perderlo. La sola idea le eriza nuevamente la piel, aflorando un instinto protector casi salvaje… estúpidas emociones, se dijo frustrado, aún le eran tan desconocidas, tan nuevas y complicadas, aun así le agradaban; podría decirse que eran… interesantes, solo un poco.

Entonces le volvió a contemplar con fascinación, solo sería un momento y se marcharía. Debía admitir que amaba verlo dormir, sobre todo contemplar sus labios ligeramente abiertos, que le invitaban a probarlos, por lo que sus belfos rosaron fugazmente los de Ciel, deleitándose de su suavidad y aquel sabor inconfundible que tanto le encantaba.

—Ciel…

Los ojos del pequeño Phantomhive se abrieron con pereza, el cuerpo le dolía horrores y sentía su garganta seca, incapaz de pronunciar una palabra coherente, tan solo se concentro en Sebastián, y pese a la cercanía lo sentía demasiado lejos, para él solo era una figura borrosa que se desvanecía a cada segundo, hasta que su mundo se volvió negro, cayendo nuevamente en la inconsciencia. ¿Cuánto llevaba así?

A Sebastián solo le quedó ver como su pequeño amante se volvía a desmayar, y lo entendía a la perfección, había sido herido con la espada de su hermano. Aquella maldita arma que tiempo atrás apreciaba y admiraba, disfrutando ver como Astaroth la blandía con destreza y una agilidad envidiable. Ahora la odiaba y no solo a la espada, también a él por dañar lo que más le importa… claro que detrás de todo estaba su padre.

¿Qué importaba si se había enamorado como idiota de un humano? ¡Era su vida! Solo suya, deberían entender eso y no meterse en sus asuntos. Sin embargo con lo que había hecho estaba más que claro que sería cazado como a un animal del infierno, no solo lo buscarían a él, también a Ciel. Y como demonio no podía olvidar aquella parte egoísta de querer al pequeño Phantomhive a su lado.

Podría ser considerado como capricho, aunque solo él sabía la verdad. Le amaba, realmente lo hacía, por eso aquel día en donde apareció su hermano y Ciel resulto herido, no dudo ni un segundo en transformarlo en demonio, claro que no fue con el método tradicional, ahora estaban más unidos que antes, esta vez seria por siempre… su vida paso a ser parte de la de Ciel en más de un sentido.

En aquel momento donde claramente sintió como aquel liquido rojo emanaba del cuerpo de Ciel a borbotones, manchando sus manos, hasta formar un charco bajo su cuerpo, entendió que su vida se extinguía más rápido de lo que imaginó, todo pasó a un segundo plano. En cuestión de segundos evaluó las consecuencias y dictamino que por Ciel sería capaz de eso y mucho más, no dudo y lo transformó en alguien como él con tal de que siguiera con vida, sin embargo aun como demonio estaba tardando demasiado en curarse. Tan solo le quedaba esperar.

Crimen de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora