Parte II

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Llevó buscando un poco más de una hora, maldiciendo en vos baja su suerte. ¿Por qué los dioses le odiaban?

Estaba a punto de darse por vencido, cuando se golpeó el rostro con una rama. La rama de un árbol semidestruido, que formaba parte de un camino de árboles partidos y caídos.

Dudó unos momentos y guardó la libreta que llevaba consigo dentro de su chaleco.

Bien, no tenía nada que perder.

Siguió el sendero de destrucción, hasta que ahogó un grito.

Ahí, frente a él, se encontraba un dragón negro atrapado en una red.

Ahí, frente a él, se encontraba un Furia Nocturna.

Sacó una daga y se acercó, aun sin poder creerlo. Inspeccionó el cuerpo inconsciente de la magnífica bestia derribada. Era muy diferente a lo que había creído. La verdad se esperaba algo más grande y aterrador y, sin embargo, esta criatura se veía hermosa a su manera. Sin quitar lo peligroso, claro.

Bien, sólo debía llevarlo a la aldea y todo cambiaría. O eso tenía pensado hacer cuando el dragón frente a él se removió de golpe, haciéndole retroceder y apuntar con su daga (que la verdad sería completamente inútil en otras circunstancias).

Tragó saliva y dio unos pasos cerca del ser necroso, cuando esté abrió los ojos de golpe y le miró, con sus rasgadas pupilas tan delgadas que casi parecían inexistentes en esos enormes ojos verde tóxico.

Tragó saliva de nuevo y le devolvió la mirada, intentando no temblar.

—Te voy a matar, dragón.— susurró, apuntando con su daga como si fuese a dar una puñalada.— Te voy a matar y le llevaré tu corazón a mi padre…

Jadeó, intentando que sus movimientos no temblaran.

—Soy un vikingo—Dijo. Aunque, era más para auto convencerse de lo que haría que para otra cosa.— ¡Soy un vikingo!

La criatura hizo un sonido similar a un gemido y él, por su parte, respiró profundo y cerró los ojos, preparándose para lo que venía.

Fue entonces que no pudo resistirlo y abrió uno de sus ojos, observando al dragón quien le devolvió la mirada antes de cerrar los ojos y recostar su cabeza en el césped.

No era tonto, captó el mensaje. La criatura estaba dispuesta a afrontar su destino a manos de un patético verdugo como lo era él.

Luchó contra sus impulsos, dispuesto a seguir con lo que tenía planeado dese mucho antes. Pero, simplemente no lo logró. Hubo algo en esa mirada verdosa que, por más extraño que sonase, lo cautivó. Hubo ese no-sé-qué que produjo que se viera reflejado en los ojos del dragón.

No pudo evitar ver en ese animal un alma incomprendida, solitaria, incluso podría atreverse a decir que perdida, igual que la suya.

—Yo hice esto— Musitó, con un dolor en su voz que no se esperó. La verdad, era un giro bastante inesperado que algo que horas antes le había producido el mayor orgullo de su vida, ahora no produjera más que un extraño vacío en su interior. Una sensación de arrepentimiento tan fuerte que sentía su estomago querer subirle a la garganta.

El rugido del dragón apenas y pudo alertarle de lo que pasó después. No pudo reaccionar, ni siquiera parpadear, cuando ya tenía al enorme monstruo encima suyo, aprisionándolo contra el suelo con sus enorme patas.

Su respiración se agitó, casi como si estuviera a punto de tener un ataque de asma (aunque no era asmático) y apretó fuertemente los parpados. Estaba listo, al igual que el Furia Nocturna momentos atrás, a aceptar lo que venía.

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